No ha llegado todavía. Últimamente, está agobiado por el trabajo y llega cada vez más tarde.

**8 de marzo, un día para recordar**

Aún no ha llegado. Últimamente, está agobiado de trabajo y llega cada vez más tarde. Lucía acostó a los niños y fue a la cocina para hacerse una taza de té. Juan todavía no había llegado. En las últimas semanas, estaba saturado de trabajo y agotamiento, por lo que solía retrasarse. Lucía lo compadecía y trataba de aliviarle las tareas del hogar. Al fin y al cabo, él era el único que llevaba dinero a casa.

Justo después de casarse, decidieron que Lucía se encargaría de la casa y de los futuros hijos, mientras que Juan se aseguraría del bienestar de la familia. Así llegaron, uno tras otro, los tres niños. Juan se llenaba de alegría cada vez y decía que no pensaba detenerse ahí.

Lucía, sin embargo, estaba agotada de los pañales interminables, las leches de fórmula y las noches en vela. Decidió hacer una pausa con los hijos.

Juan volvió a casa pasada la medianoche, algo alegre. Cuando ella le preguntó por el retraso, él respondió:
Lucía, estábamos enterrados en trabajo, así que salimos a relajarnos un poco.
¡Cariño! sonrió ella. Ven, déjame prepararte algo.
No hace falta. Comí unas alitas de pollo y ya no tengo hambre. Mejor me voy a la cama.

Se acercaba el Día de la Mujer. Lucía, tras pedirle a su madre que cuidara de los niños, fue al centro comercial. Quería celebrar esa noche de forma especial: una cena romántica solo para ellos. Su madre accedió a quedarse con los pequeños.

Además de los regalos, Lucía decidió comprarse algo para ella. No se había permitido nada desde hacía tiempo le daba vergüenza pedirle dinero a Juan para ropa, y tampoco tenía dónde lucirla. Lo último que había comprado fue un pijama, pero no era apropiado para la ocasión. Entró en una tienda de moda y, tras elegir varios vestidos, se metió en el probador.

Estaba probándose el segundo cuando escuchó la voz familiar de su marido en el probador de al lado:
Mmm, ¡qué ganas tengo de quitártelo!
Risas cristalinas siguieron a su comentario.
¡Ten un poco de paciencia, travieso! Ve y cómprale algo a tu esposa.
¿Para qué? Está enfrascada en los niños. A ellos no les importa cómo vaya, solo que los alimente, los cambie y recoja sus juguetes. ¡Le compraré una olla exprés! O quizá una panificadora ¡que disfrute!

Lucía sintió un escalofrío. Siguió probándose vestidos de manera automática, pero concentrada en escuchar las voces del probador vecino.

¿Y si te pregunta en qué te has gastado tanto dinero? La olla y la panificadora no cuestan tanto se rió la chica.
¿Por qué tengo que dar explicaciones? ¡Yo trabajo, ella se queda en casa! Le doy una cantidad fija para la casa y es suficiente. Debería estar agradecida.

Parece que terminaron de probar y las voces se alejaron. Lucía echó un vistazo cauteloso y vio a su marido en la caja, pagando sus compras junto a una rubia. Después de pagar, no dudó en besarla, delante de la cajera.

¿Todo bien, señora? preguntó la dependiente, al verla aún en el probador.
Sí, sí, todo bien respondió ella, apartando la cortina y entregándole la ropa.

En casa, Lucía dejó que su madre se fuera y acostó a los niños para la siesta. Empezó a hacer planes. Nunca esperó una traición así. No tanto por la infidelidad, sino por cómo la menospreciaba a ella y a lo que hacía por la familia. En un instante, todo lo construido perdió valor. Quería huir y pedir el divorcio, pero se detuvo a reflexionar.

“Si me divorcio, él se irá con su rubia, y yo me quedaré con los niños, sin ingresos. ¿La pensión? Será una miseria ¿De qué viviremos?”

Al anochecer, tomó una decisión. Juan llegó temprano ese día. “Seguramente estuvo con ella antes”, pensó Lucía con indiferencia. Todos los sentimientos por él habían desaparecido. Ahora era un extraño. Solo le preocupaba que quisiera intimidad, pero no podría soportarlo.

Sin embargo, Juan, satisfecho con su amante, no se acercó.

Al día siguiente, Lucía preparó su currículum y lo envió a varias empresas. Solo tenía que esperar. Los días de espera fueron largos. Cada mañana revisaba su correo. Finalmente, llegó una respuesta. La citaban para una entrevista en una empresa de la ciudad. Justo donde trabajaba Juan. Dudó, pero decidió ir.

Con su madre cuidando a los niños, Lucía acudió a la entrevista. Tras dos horas de conversación, le ofrecieron un buen puesto, con horario flexible. El sueldo no era alto al principio, pero suficiente para ella y los niños.

Volvió a casa flotando de felicidad. Su madre, al verla tan contenta, le preguntó qué pasaba.
Mamá, ¡Juan me engaña! exclamó Lucía, casi alegre. Pensando que el estrés la había vuelto loca, su madre la tomó de la mano y la sentó en el sofá.
Lucía, ¿cómo puedes decir eso? ¡Juan trabaja todo el día!
No trabaja, ¡está con su amante! le contó lo que escuchó en el probador. Su madre, tras escuchar, preguntó:
¿Y qué vas a hacer?
¡Pediré el divorcio! Y me he conseguido un trabajo. Ahora solo falta matricular a los niños en la guardería para volver a trabajar a tiempo completo.
¡Bien! No te detendré. La traición no se perdona. Él ya no te valora. ¡Te ayudaré con los niños!
¡Gracias, mamá! Lucía la abrazó emocionada.

Esa noche, Juan llegó tarde de nuevo. Lucía no le preguntó nada. Él, sorprendido por su indiferencia, intentó justificarse:
Lucía, otra vez nos enredamos con el trabajo pero ella lo interrumpió, diciéndole que se fuera a dormir.

A la mañana siguiente, mientras Lucía preparaba el desayuno, Juan le ofreció triunfante un regalo: una panificadora.
Cariño, ¡para que te sea más fácil! intentó besarla, pero ella se apartó.
Yo también tengo un regalo para ti.

Sorprendido, Juan la siguió. Lucía señaló dos maletas en el recibidor.
Nos divorciamos. Ya no necesitas inventar excusas para tus escapadas.

¿Cómo lo supiste? murmuró él.
Te escuché en el probador, comprándole regalos a tu rubia. Y la panificadora dásela a ella, yo no la quiero.

Atrapado, Juan se enfureció:
¿Te molesta que tenga a otra? ¡Una mujer guapa, apasionada y cuidada, a diferencia de ti! Te olvidaste hasta del maquillaje. Vives encerrada con los niños y de mi dinero. ¡No importa en qué lo gaste! ¡Y no tienes derecho a controlarme! ¡Eres una materialista!

No me importa respondió Lucía con calma. Vete.

Al día siguiente, inició el divorcio y reclamó la pensión. Una semana después, alguien llamó a la puerta. Era su suegra. Sin saludar, gritó:
¡Materialista! ¡Echas a tu marido y ahora le quitas el dinero! ¡Renuncia a la pensión!

No es para mí, es para sus hijos replicó Lucía. Si no le queda para su amante, problema suyo. ¡Es tan padre como yo!

¡Sin su dinero no puedes

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No ha llegado todavía. Últimamente, está agobiado por el trabajo y llega cada vez más tarde.