No creo en las casualidades
Mira, han pasado ya unos cuatro años desde que falleció la madre de Aurora, pero te juro que todavía recuerda ese vacío y la tristeza insoportable, sobre todo en esa noche tras el funeral. Su padre, Tomás, estaba completamente hundido, en silencio, y Aurora ya ni lágrimas tenía. La casa, una de esas típicas de pueblo, grande y bien construida, se había quedado helada, apagada.
Aurora tenía dieciséis años y era consciente de lo mal que lo estaban pasando tanto su padre como ella, después de haber sido tan felices los tres juntos. Tomás la abrazó, poniendo la mano en su hombro, y le dijo:
Hay que tirar para adelante, hija. No queda otra Nos acostumbraremos, supongo.
El tiempo fue pasando. Aurora estudió para técnica de enfermería y empezó a trabajar en el centro de salud del pueblo. Vivía sola en la casa porque, hace un año, su padre se casó con otra mujer y se mudó a un pueblo cercano. Aurora no le guardaba rencor, ni lo juzgaba; la vida sigue y, de hecho, ella también pensaba que algún día se casaría. Además, su padre todavía era joven.
Un día, Aurora se bajó del autobús con un vestido bonito y unos zapatos preciosos. Ese día era el cumpleaños de su padre, único familiar directo que le quedaba.
¡Felicidades, papá! le sonrió Aurora al verlo en el patio de la casa, y lo abrazó con fuerza mientras le entregaba su regalo.
Hola, hija mía, pasa, pasa, que ya está la mesa puesta contestó Tomás, entrando juntos en la casa.
¡Aurora, por fin! dijo Pilar, la nueva mujer de su padre, desde la cocina. Mis hijos ya están muertos de hambre.
Tomás llevaba un año viviendo con Pilar, que tenía dos hijos: Raquel, una niña de trece años, bastante respondona, y Nico, que tenía diez. Aurora apenas los visitaba; era la segunda vez en el año. Prefería evitar los comentarios desagradables de Raquel, ya que Pilar nunca le llamaba la atención a su hija.
Después del típico cumpleaños, Pilar empezó con el interrogatorio a Aurora:
¿Tienes novio ya?
Sí, bueno, algo así respondió Aurora, incómoda.
¿Y cuántos planificáis la boda?
Aurora se puso algo roja y no quiso entrar en detalles.
Ya se verá dijo ella, quitándole importancia.
Pero Pilar, con una sonrisa tirante, soltó de repente:
Aurora, mira, hemos hablado tu padre y yo, y hemos decidido que él ya no puede seguir ayudándote económicamente. Bastante dinero da ya, y esta familia ahora es grande. Ya eres mayor y tienes trabajo, deberías buscarte la vida Casarse tampoco es mala opción, así te mantiene tu pareja. Tu padre tiene que pensar primero en nosotros.
Pilar, espera un momento intentó interrumpir Tomás, creo que no lo estás presentando bien, ya te he dicho que a mi hija casi no le paso nada
Pero Pilar subió el tono:
¡Mira, para tu hija eres un cajero automático y los demás no tenemos por qué pagar el pato…!
Tomás se quedó callado, apesadumbrado. A Aurora se le quitó hasta el hambre, se levantó y salió al patio a respirar, a intentar calmarse. El cumpleaños estaba arruinado. Al rato, Raquel se le acercó y se sentó a su lado en el banco:
Eres guapa le dijo, y Aurora asintió, sin muchas ganas de charla.
No te tomes a mal lo de mi madre, está de los nervios porque está embarazada sonrió con sorna la niña. Ya verás, cuando la conozcas más y echó a correr dentro de la casa.
Aurora miró hacia atrás antes de irse y vio a su padre en la puerta, mirándola con tristeza. Tres días después, Tomás y Pilar fueron a visitarla a su casa.
¡Vaya sorpresa! ¿Un cafecito? ofreció ella, intentando poner buena cara.
Pilar paseó por la casa, observando todo.
Sí que es buena casa. En el pueblo no hay muchas así.
Mi padre y el vecino, Julián, la construyeron juntos ¿verdad, papá? dijo Aurora.
¡Bah! Cosas mías, hija.
Lo sé respondió Pilar. He tenido suerte con Tomás. Pero bueno, venimos precisamente a hablarte del tema de la casa.
Aurora enseguida se dio cuenta de por dónde iban los tiros.
No pienso vender mi parte. Esta casa es mi hogar, aquí crecí y le tengo mucho cariño le contestó con firmeza, mirando a Pilar y a su padre.
Vaya, qué lista y rápida eres soltó Pilar, venenosa. Y tú, ¿por qué no dices nada? empujó ella a Tomás.
Hija, esto hay que verlo, la familia ha crecido, la casa se ha quedado pequeña y con el bebé que viene Si vendes tu parte, puedes comprarte algo más pequeño, y si no te llega, podría ayudarte con el préstamo dijo Tomás, sin atreverse a mirarla.
Papá, de verdad, ¿estás escuchando lo que dices? casi ni se creía lo que pasaba.
Que tu padre tiene otra familia le gritó Pilar, ¿todavía no lo pillas? Este ya no es *tu* hogar. Ocupas mucho sitio, así que vete acostumbrando y nadie va a preguntarte nada más.
No me gritéis Aurora se puso en pie. Por favor, idos.
Cuando se marcharon, Aurora se sintió fatal. Entendía que su padre tuviera derecho a rehacer su vida, sí, pero no a costa de ella. No pensaba vender ni un ladrillo de la casa de su madre.
Después de un rato, llegó Samuel, su pareja, y nada más verla notó que algo iba mal.
Aurora, ¡¿qué te ha pasado?! Tienes mala cara
Sin poder contenerse, Aurora se echó a llorar en sus brazos, lo contó todo. Samuel, que trabajaba en la guardia civil y era un tío sereno, la calmó:
Tu padre es buena persona, pero esa Pilar lo tiene cegado. No te preocupes, no pueden obligarte a vender. Si se ponen tontos, conozco un par de abogados en la ciudad que pueden ayudarte. Pero ni se te ocurra firmar nada.
Mientras, Tomás tampoco estaba tranquilo. Últimamente Pilar se había vuelto más mandona, obsesionada con el dinero y con vender la casa del pueblo. Tomás empezaba a pensar que quizá se había equivocado con ella, pero entonces le anunció el embarazo y se cortó de decir nada.
Un día, entrando en casa, escuchó a Pilar hablando por teléfono:
Que no hay manera de convencerla, ¿sabes? decía mosqueada. Habrá que hacer algo por nuestra cuenta. Yo le vuelvo a dar la lata a Tomás, pero si hace falta, ya pensaré qué hacer con él.
Tomás entró silencioso justo cuando ella colgaba.
¿Con quién hablabas?
Con una amiga mintió, poniéndose enseguida a la defensiva.
No será sobre la venta del casa, ¿verdad?
Pilar puso cara de pena y se sentó exagerando el gesto.
Es que mi amiga conoce a un agente inmobiliario. Nos puede traer un comprador, y así sacamos buen dinero. Aurora seguro que lo agradece, ya lo verás.
¿Y eso que decías de pensar algo con él?
Ah, eso era por el garaje, que también habrá que venderlo dijo mintiendo descaradamente.
Tomás se tragó la historia, aunque se quedó mosqueado.
Pocas noches después, Aurora volvió tarde del trabajo. Samuel le había dicho que no podía recogerla porque estaba trabajando, así que fue andando. Ya estaba llegando a casa cuando paró un coche a su lado. Salió un tipo grandote, la agarró y la metió en el asiento de atrás sin miramientos. Salieron pitando. Aurora se asustó muchísimo.
¿Quiénes sois? ¿Qué queréis de mí? preguntó llorando. Habrá un error, seguro.
Desde el asiento delantero soltaron una carcajada.
En esto no existen errores le dijo con voz fría el hombre. Si sigues nuestras instrucciones, no te pasará nada ni a ti ni a tu padre.
¿Y qué tiene que ver mi padre con esto?
Tienes que firmar estos papeles. En dos días recibirás el dinero por la venta de la casa y te largarás. Ya hay comprador.
Esto es ilegal y no voy a firmar nada. Iré a la policía y no pienso vender mi casa protestó Aurora, pero recibió un bofetón seco en la mandíbula y sintió el sabor a sangre.
La policía ni tu novio nos asustan rió con desprecio el tipo. Como no firmes, despídete de este mundo, que tu novio tendrá que investigar el caso, y si él también se pone tonto
Pero justo entonces, detrás del coche apareció una patrulla de la guardia civil con las luces encendidas y, tras un forcejeo, tan nerviosos estaban que el conductor se salió de la carretera.
Luego se supo que Samuel había avisado a su amigo Maxi para vigilar a Aurora cuando ella salía tarde del trabajo. Maxi vio cómo la forzaban a entrar en el coche, avisó a Samuel y este movilizó a todos los agentes.
Al final, el tío que secuestró a Aurora era amante de Pilar y el padre del hijo que esperaba. Ellos querían quedarse con la casa de Tomás a cualquier precio era una casa preciosa, valía mucho, y Aurora era el último obstáculo. Y, con Tomás, ya verían luego
El tiempo pasó. Todo acabó por aclararse. Tomás se divorció y volvió a la casa. Siguió con su pequeño negocio de recambios y por las noches, en la mesa, se sentaban él, Aurora y Samuel. Para Tomás, las paredes de esa casa tenían ahora un valor aún más grande.
No te preocupes, papá, que nunca estarás solo le decía Aurora contenta.
Dime la verdad, hija, ¿te vas a casar, no?
Bueno, yo le he pedido matrimonio a Aurora dijo Samuel, guiñándole un ojo. ¡Ya hemos dado el paso y en nada tienes boda!
Eso, papá, aunque me vaya a vivir con Samuel, prometo que te visitaremos cada semana. Además, vamos a mudarnos por aquí cerca…
Ay, hija, perdóname por todo, que metí la pata hasta el fondo dijo Tomás emocionado, mirando una foto de su difunta esposa.
No pasa nada, papá, de verdad. Todo irá bien. Lo mejor está por venir.
Gracias por escucharme, de verdad. Que la vida te sonría.







