«No es tuyo, pero te pido que lo cuides»

**«No es tuyo, pero te pido que lo cuides»**

Tras un agotador día de trabajo, lo único que deseaba Albina era cenar con su marido, darse un baño caliente y dormir profundamente. Había sido jornada intensa: informes interminables, llamadas sin tregua y prisas constantes. Aparcó en el patio del edificio, accionando el mando a distancia del coche con gesto mecánico, y se dirigió hacia el portal. Ya buscaba las llaves en su bolso cuando escuchó unos pasos vacilantes detrás de ella. Al volverse, vio a una chica delgada, de unos dieciocho años, con un bebé envuelto en una mantita.

—Disculpe… ¿Usted es Albina? ¿La esposa de Arturo? —preguntó la desconocida con voz temblorosa.

—Sí —respondió Albina, recelosa—. ¿Ocurre algo?

—Me llamo Juana… Perdone que aparezca así… Pero… este es el hijo de Arturo. Se llama Maximiliano. No sé qué hacer… Yo trabajaba de repartidora; aquel día llevé un paquete a su casa. Entonces… mi novio me había dejado, estaba destrozada, llorando sin consuelo. Su marido intentó calmarme…

—Vaya manera de «calmar», ¿eh? —espetó Albina, sarcástica—. ¿Y qué esperas de mí ahora?

—No tengo a nadie… Ni casa, ni ayuda. Ya no puedo más. Por favor, lléveselo. Es su hijo…

—¡Ni hablar, cielo! Si lo pariste, lo crías tú. ¿Qué tengo yo que ver? —replicó Albina, girándose bruscamente hacia el portal.

Pero por dentro ardía en furia. Por mucho que fingiera indiferencia, la idea de que Arturo la hubiera engañado, de que quizá tuviera un hijo fuera, la corroía. Cuando él llegó esa noche, lo recibió con la pregunta directa:

—¿Te acostaste con Juana?

Él bajó la mirada. No mintió, no se justificó. Solo murmuró:

—Sí… Fue una vez… Yo estaba perdido… Me he arrepentido mil veces…

No hubo tiempo para más. Sonó el timbre. Arturo abrió y regresó con el bebé en brazos. Sobre la manta había una nota: *«Se llama Maximiliano. Por favor, cuiden de él…»*

Se quedó paralizado, como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. Albina tomó al niño, observó su carita diminuta y asustada, y ordenó a su marido:

—Ve a la farmacia. Compra biberones, pañales, leche en polvo. Date prisa.

Así se quedaron con Maximiliano. Pasaron días, luego semanas. Arturo no supo llevar la paternidad, menos aún con dudas de por medio. Sus padres se negaron a reconocer al nieto, tachando a Juana de «fulana callejera». Presionado, insistió en una prueba de ADN. El resultado lo dejó helado: Arturo no era el padre.

Regresó a casa y anunció sin rodeos:

—Hay que llevarlo a un orfanato. No es mío.

Pero Albina ya había tomado una decisión:

—Es *mío*. Si quieres, quédate. Si no, vete. Pero no lo abandonaré. Si Dios no nos dio hijos, quizá nos envió este por algo.

Arturo se marchó. Inició el divorcio. Albina se quedó sola, pero no se rindió. Una niñera la ayudaba con Maximiliano; los vecinos echaban una mano en los peores días. Lograba salir adelante. Hasta que el niño enfermó: fiebre alta, convulsiones… Su mundo se desmoronó. Llamaron a urgencias; diagnóstico: neumonía, ingreso inmediato. Días de suero, noches en vela.

Entre esas paredes blancas, apareció un médico joven, sereno, atento. Se llamaba Nicolás. Cuidó a Maximiliano y, poco a poco, mostró interés por Albina. Una vez, mencionó a Juana: había preguntado por el niño.

—Si vuelve —pidió Albina—, tráela a mí. Necesito hablar con ella.

Dos días después, Juana apareció. La conversación fue larga y honesta. Confesó que, al final, supo la verdad: el bebé no era de Arturo, sino de su exnovio. Cuando lo descubrió, era tarde. Caída en la desesperación, sin rumbo, recordó que Arturo fue el único que la escuchó sin juzgarla. Había cometido un error…

Albina no gritó ni la culpó. Solo escuchó. Y, de pronto, comprendió que no podía odiarla. En su juventud, ella misma había abortado. Tal vez el universo le daba ahora la oportunidad de salvar una vida.

—Ven a vivir conmigo —susurró—. Empieza de nuevo. Estudia. Lo lograremos.

Juana lloró. Más tarde, entró en la universidad, conoció a un hombre bueno, se casó y se llevó a Maximiliano. Y Albina… Albina también encontró su dicha. Nicolás no se fue. Le propuso matrimonio. Ahora esperan un hijo juntos.

Arturo intentó volver. Su segundo matrimonio fracasó. Pero ya era tarde.

A veces, las buenas acciones no se devuelven de inmediato. Pero llegan. Lo importante es saber perdonar… y escuchar al corazón.

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«No es tuyo, pero te pido que lo cuides»