«Este no es mi hijo»dijo el millonario, antes de ordenar a su esposa que tomara al niño y se marchara. Si él hubiera sabido
«¿Quién es este?»preguntó Don Luis Emilio con una voz fría como el acero en el momento en que Ana cruzó el umbral, abrazando al recién nacido. En su mirada no había alegría ni ternura, solo un destello de irritación. «¿De verdad crees que voy a aceptar esto?»
Había regresado de otro viaje de negocios: contratos, reuniones, vuelos interminables. Su vida se había convertido en una rueda de aeropuertos y salas de juntas. Ana lo sabía desde antes de casarse y había aceptado ese destino.
Se conocieron cuando ella tenía diecinueve años: una estudiante de primer año de medicina y un hombre como los que alguna vez había dibujado en su diario de adolescenteexitoso, seguro, inquebrantable. Una roca tras la cual refugiarse. Con él, Ana creyó estar a salvo.
Y así, en el día que debía ser el más feliz, todo se convirtió en pesadilla. Don Luis miró al bebé, y su rostro se transformó en el de un extraño. Dudó un instantey entonces su voz cortó como una espada.
«Míralono tiene ni un rasgo mío. No es mi hijo, ¿me oyes? ¿Te crees que soy tonto? ¿Qué juego estás jugando?»
Las palabras la azotaron como un látigo. Ana se quedó inmóvil, el corazón golpeándole la garganta, la cabeza resonando de miedo. El hombre al que lo había entregado todo la acusaba de traición. Lo había amado con toda su alma, había renunciado a sus sueños, a sus ambiciones, a su vida anteriorsolo para ser su esposa, darle un hijo, construir un hogar. Y ahora le hablaba como a un enemigo.
Su madre se lo había advertido.
«¿Qué ves en él, Anita?»decía Doña Carmen. «Te dobla la edad. Ya tiene un hijo. ¿Para qué quieres ser madrastra? Encuentra a alguien de tu tiempo, un compañero de verdad».
Pero Ana, ciega por el primer amor, no escuchó. Para ella, Don Luis no era solo un hombreera el destino, la protección que siempre le había faltado. Creció sin padre y anheló un esposo fuerte, un guardián para la familia que por fin podría llamar suya.
La cautela de Doña Carmen era inevitable: para una mujer de su edad, Don Luis era un igual, pero jamás un compañero para su hija. Para Ana, sin embargo, él era la felicidad. Se mudó a una casa espaciosa y bien amueblada y empezó a soñar.
Por un tiempo, la vida pareció perfecta. Ana continuó sus estudios de medicina, cumpliendo en parte el sueño frustrado de su madreDoña Carmen también quiso ser doctora, pero un embarazo temprano y un hombre inconstante truncaron su camino. Criando a su hija sola, dejó en el corazón de Ana un vacío que la empujó a buscar un hombre «de verdad».
Don Luis llenó ese vacío. Ana soñó con un hijo, con una familia completa. Dos años después de la boda, supo que estaba embarazada. La noticia la iluminó como la luz de la primavera.
Su madre se alarmó:
«Niña, ¿y tu carrera? ¿Vas a dejarlo todo? ¡Has trabajado tanto!»
La preocupación era justa: la medicina exige sacrificiosexámenes, prácticas, tensión constante. Pero frente a lo que crecía en su vientre, nada más importaba. Un hijo lo era todo.
«Regresaré después de la bajadijo en voz baja. Quiero más de uno. Dos, quizá tres. Eso tomará tiempo».
Esas palabras encendieron una alarma en Doña Carmen. Sabía lo que era criar un hijo sola. «Ten los hijos que puedas levantar si tu marido se va», solía decir. Y ahora su peor temor estaba en la puerta.
Cuando Don Luis echó a Ana como a un estorbo, algo se rompió en Doña Carmen. Abrazó a su hija y al nieto, su voz temblaba de rabia:
«¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo se atreve? ¿Dónde quedó su conciencia? Yo te conozcojamás lo habrías traicionado».
Pero todas las advertencias y años de consejos chocaron contra la terquedad de Ana. Lo único que Doña Carmen pudo decir sonó amargo y simple:
«Te lo dije. No quisiste ver».
Ana no tuvo fuerzas para discutir. La tormenta interior solo dejó dolor. Había imaginado otra escena: Don Luis tomando al niño en brazos, agradeciéndole, abrazándoloslos tres, por fin, una familia. En vez de eso, recibió frío, ira, acusaciones.
«¡Fuera, traidora!gritó él, descartando todo decoro. ¿Con quién estuviste? ¿Crees que no lo sé? ¡Yo te di todo! Sin mí, estarías hacinada en una residencia, matándote por sacar la carrera, trabajando en un consultorio olvidado. No sabes hacer nada. ¿Y traes a un hijo ajeno a mi casa? ¿Crees que lo toleraré?»
Ana, temblando, intentó hacerle entrar en razón. Rogó, juró que estaba equivocado, le pidió que reflexionara.
«Luis, recuerda cuando trajiste a tu hija a casa. Ella tampoco se parecía a ti al principio. Los niños cambianlos ojos, la nariz, los gestos aparecen con el tiempo. Eres un hombre adulto. ¿Cómo no lo entiendes?»
«¡Mentiras!cortó él. Mi hija fue mi copia desde el primer día. Este niño no es mío. Recoge tus cosas. ¡Y no esperes ni un céntimo!»
«Por favorsusurró Ana entre lágrimas. Es tu hijo. Haz una prueba de ADNlo comprobará. Nunca te mentí. Por favor créeme aunque sea un poco».
«¿Ir de laboratorio en laboratorio para verme humillado? ¿Me tomas por ingenuo? ¡Se acabó!»
Se hundió en su certeza. Ni súplicas, ni razones, ni recuerdos de su amor lograron penetrarla.
Ana, en silencio, empacó sus cosas. Tomó al niño, echó un último vistazo a la casa que quiso convertir en hogar y