No eres una esposa, eres una criada. ¡Y además, ni siquiera tienes hijos! —Mamá, Helena se quedará aquí. Estamos reformando nuestro piso, es imposible vivir allí ahora. Hay una habitación libre, ¿por qué iba a quedarse ella entre el polvo? —dijo el marido de Helena. Al parecer, a él no le molestaba esa idea, cosa que no se podía decir de su madre ni de su esposa. La madre no soportaba a su nuera. —Tengo que trabajar, no puedo quedarme aquí —susurró Helena. Ella trabajaba desde casa y necesitaba tranquilidad. Javi estaba todo el día fuera, así que no era fácil convivir bajo el mismo techo con la suegra. Y Helena estaba acostumbrada a estar sola y a que nadie la molestara. Helena miró a su suegra y se quedó sin palabras. A la suegra no le gustaba que Helena estuviera en su casa, pero no quedaba otra. Se sentaron a cenar. —Helena, por favor, sírvenos tu ensalada estrella —dijo Javi. —Javi, no comas esa porquería. Te he preparado otra, mucho más sana —se quejó la suegra. A Helena se le cambió la cara. Su marido era alérgico a los tomates, ¿cómo podía olvidarlo la suegra? Cuando Javi era niño nunca prestó atención a eso. Decía que no hacía falta ir al médico, que con una pastilla se le pasaba. —Él es alérgico. ¿Por qué has puesto tomates en la ensalada? —dijo Helena. —¿Qué dices? Solo lleva uno, no va a pasar nada —respondió la suegra. —Se va a poner malo. —Helena, ya basta. Él no tiene alergia. Su propia madre le conoce mejor que tú. —Yo soy su esposa. Le cuido. —No eres una esposa, eres una criada. ¡Y ni siquiera tienes hijos! Cuando los tengas, hablamos. Helena se levantó rápido de la mesa y se encerró en el dormitorio. Su suegra siempre atacaba donde más dolía. Javi fue a consolarla. —Javi, lo siento. Mejor me voy con mis padres. O a la oficina. No quiero vivir con tu madre. —Déjame que hable con ella. Ya verás cómo para. —No, esto ya lo hemos vivido mil veces. No podemos convivir bajo el mismo techo. Tuvieron que alquilar un piso durante un tiempo para evitar otro escándalo familiar. La suegra, cómo no, estaba enfadada, pero no tenía elección. Y Helena no podía estar más contenta de tener un marido tan comprensivo y atento.

Diario personal, 23 de marzo

No eres esposa, eres sirvienta. ¡Y encima, ni siquiera tienes hijos!

Hoy todo fue un despropósito en casa. Todo empezó porque Alfonso le dijo a su madre que, mientras reformamos nuestro piso, íbamos a vivir aquí. Hay un dormitorio libre, ¿por qué iba a quedarme a vivir entre polvo y ruido? Pero la cara de su madre lo decía todo, no le gustaba nada la idea. Nunca me ha soportado, y ahora menos.

Mamá, Lucía se queda con nosotros solo mientras duran las obras. Es temporal le dijo Alfonso con total naturalidad, como si fuera lo más lógico del mundo.

A mí me intimidaba la situación, pero a él no parecía inquietarle en absoluto. Yo necesito tranquilidad para poder trabajar desde casa, y aquí eso parece imposible. Alfonso está todo el día en la oficina, pero yo me paso las horas sola con su madre bajo el mismo techo. Siempre he sido de estar sola y disfrutar del silencio. Ahora, todo es diferente.

Me senté a la mesa, intentando ignorar el ambiente cargado en el comedor.

Lucía, ¿puedes traer tu famosa ensalada? pidió con entusiasmo Alfonso.

Alfonso, no comas eso. Yo te he preparado otra, mucho más sana intervino enseguida su madre, con esa voz protectora que tanto detesto.

Me quedé pálida. Alfonso es alérgico al tomate. ¿Cómo podía su madre haberlo olvidado? Cuando era pequeño, jamás le prestó atención a esas cosas. Prefería darle una pastilla antes que llevarle al médico.

Es alérgico. ¿Por qué le pones tomate a la ensalada? le pregunté, intentando mantener la calma.

¡Ay, Lucía! Solo le he puesto uno, no pasa nada respondió, haciéndose la desentendida.

Se va a poner malo.

Tranquilízate, Lucía. No tiene ninguna alergia. Yo soy su madre, le conozco más que tú.

Soy su esposa. Me preocupo por él.

Tú no eres su esposa, eres su sirvienta. ¡Y ni tampoco tienes hijos! Cuando los tengas, hablamos.

Sentí que me ardía la cara. Salí corriendo del comedor y me encerré en la habitación. Siempre supo por dónde hacerme daño. Unos minutos después, Alfonso vino detrás de mí, intentando consolarme.

Lucía, amor, lo siento. Quizá sea mejor que me quede donde mis padres, o me pase el día en la oficina. No quiero seguir viviendo así con tu madre le dije conteniendo las lágrimas.

Déjame hablar con ella. Esto va a cambiar.

No, Alfonso. Esto ya lo hemos vivido muchas veces. No vamos a entendernos.

Al final, decidimos alquilar un piso por una temporada, al menos hasta que terminen las obras y podamos volver a nuestra casa. Por supuesto, su madre se sintió ofendida, pero no tiene otra opción. Y yo, a pesar de todo, me siento muy afortunada por tener un marido tan comprensivo y atento.

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MagistrUm
No eres una esposa, eres una criada. ¡Y además, ni siquiera tienes hijos! —Mamá, Helena se quedará aquí. Estamos reformando nuestro piso, es imposible vivir allí ahora. Hay una habitación libre, ¿por qué iba a quedarse ella entre el polvo? —dijo el marido de Helena. Al parecer, a él no le molestaba esa idea, cosa que no se podía decir de su madre ni de su esposa. La madre no soportaba a su nuera. —Tengo que trabajar, no puedo quedarme aquí —susurró Helena. Ella trabajaba desde casa y necesitaba tranquilidad. Javi estaba todo el día fuera, así que no era fácil convivir bajo el mismo techo con la suegra. Y Helena estaba acostumbrada a estar sola y a que nadie la molestara. Helena miró a su suegra y se quedó sin palabras. A la suegra no le gustaba que Helena estuviera en su casa, pero no quedaba otra. Se sentaron a cenar. —Helena, por favor, sírvenos tu ensalada estrella —dijo Javi. —Javi, no comas esa porquería. Te he preparado otra, mucho más sana —se quejó la suegra. A Helena se le cambió la cara. Su marido era alérgico a los tomates, ¿cómo podía olvidarlo la suegra? Cuando Javi era niño nunca prestó atención a eso. Decía que no hacía falta ir al médico, que con una pastilla se le pasaba. —Él es alérgico. ¿Por qué has puesto tomates en la ensalada? —dijo Helena. —¿Qué dices? Solo lleva uno, no va a pasar nada —respondió la suegra. —Se va a poner malo. —Helena, ya basta. Él no tiene alergia. Su propia madre le conoce mejor que tú. —Yo soy su esposa. Le cuido. —No eres una esposa, eres una criada. ¡Y ni siquiera tienes hijos! Cuando los tengas, hablamos. Helena se levantó rápido de la mesa y se encerró en el dormitorio. Su suegra siempre atacaba donde más dolía. Javi fue a consolarla. —Javi, lo siento. Mejor me voy con mis padres. O a la oficina. No quiero vivir con tu madre. —Déjame que hable con ella. Ya verás cómo para. —No, esto ya lo hemos vivido mil veces. No podemos convivir bajo el mismo techo. Tuvieron que alquilar un piso durante un tiempo para evitar otro escándalo familiar. La suegra, cómo no, estaba enfadada, pero no tenía elección. Y Helena no podía estar más contenta de tener un marido tan comprensivo y atento.