No eres mi esposa: al fin y al cabo, nunca fuimos al Registro Civil, ¿verdad?

**Diario de Lucía**

¿Tú me dices esposa? ¿Acaso fuimos al registro civil? ¿Pusimos sellos? ¿Me pusiste un anillo en el dedo?

Lucía bajó la mirada. Soñaba con todo eso, pero los años pasaban y la vida seguía sin formalidades.

¡No! ¡No! ¡Y no! rugió Javier. ¡Tú no eres nada para mí! ¿En qué cabeza cabe que puedas llamarte mi mujer?

Javi, por favor, habla conmigo suplicó ella, rozando su mano.

¿Tienes algo más que añadir? se apartó bruscamente. ¡Ya has dicho suficiente!

Pero si no he dicho nada murmuró Lucía.

Aprende de una vez: ¡el silencio es oro! ¡Sobre todo para ti! dio la espalda, mirando por la ventana con gesto teatral.

¡Deja de enfurruñarte, cariño! se acercó un poco más.

¡Mejor hubieras mordido tu lengua! Javier alzó las manos. ¿De dónde sacáis las mujeres ese talento para arruinarlo todo con una frase? ¿Os enseñan en algún sitio cómo llevarnos al infarto?

Lucía pensó que seguía dolido por la discusión de la mañana: Javier había roto dos tazas, la suya y la de ella.

¿Cómo puedes ser así? se quejó. La gente tiene manos normales, pero las tuyas son como rastrillos. ¿La tuya se rompió? Vale, pero ¿por qué tocar la mía? ¿A propósito para que no quede ni una taza favorita?

Una pelea tonta, de esas que pasan y se olvidan. Pero Javier, ofendido, se fue al trabajo y al volver pasó la tarde en silencio. La ignoró, no cenó, aunque ella lo llamó tres veces. Era hora de hacer las paces.

¡Venga ya, el sábado compramos tazas nuevas en El Corte Inglés! Y las manos bueno, ¡practicarás!

¿Qué tazas ni qué nada? Javier echó chispas con la mirada. ¿Te das cuenta del lío que has armado con tu bocaza?

Puedo pedir perdón balbuceó Lucía, confundida.

¿Perdón? soltó una risa histérica. ¡Si pudiera borrar tus palabras con un “lo siento”, estaría en el séptimo cielo! Pero así solo me has rematado.

Dios mío, ¿qué dije tan grave? por fin entendió: no era por las tazas.

¿Y quién le ha soltado hoy a mi jefa que estaba hablando con la esposa de Javier? temblaba de rabia.

Estabas en la ducha, sonó el teléfono se justificó atropelladamente. Contesté y le dije que esperara. Preguntó quién era, y le dije: tu mujer. Cuando te pasé el móvil, ya había colgado. ¿Qué hay de malo?

¿Todavía lo preguntas? Javier se puso rojo, una vena le latía en la sien. ¿Qué esposa ni qué niño muerto? ¿Fuimos al registro? ¿Firmamos algo? ¿Te di un anillo?

Lucía tragó saliva. Soñaba con eso, pero

¡No! ¡No! ¡Y no! gritó él. ¡No eres nada! ¿Con qué derecho te crees mi mujer?

***

¿Y cuánto va a durar este circo? soltó una risita Esperanza, su madre.

Mamá Lucía frunció el ceño. Los tiempos han cambiado. ¿Tú me vas a juzgar? ¡Después de papá, tú misma anduviste con medio mundo!

¡No mientas sobre tu madre! dijo ella, sin perder la sonrisa. A mi edad, los chismes no pegan. Pero tú eres joven: piensa en el futuro.

¡Mamá, cincuenta y cinco no es vejez! ¡Aún puede salirte un buen marido!

Si aparece un hombre decente, ¿por qué no? se arregló una mecha canosa. De momento, me conformo con sucedáneos.

¡Vaya que tienes cara! Lucía se rio.

Entonces, su madre se puso seria:

Lucía, entiendo que hoy muchos viven juntos, tienen hijos. Pero legalmente, es un concubinato. ¡Sin garantías!

Si hay amor, no hacen falta garantías.

El amor se va, y queda el vacío. Un marido oficial te da derechos: alimentos, propiedad. ¡Pero así, ni con un juicio sacarás nada!

Javi y yo estamos bien. Seis años juntos. ¿Para qué el papel? Ganamos igual.

¡No me convences! la madre agitó un dedo. Insinúa cosas: llámalo “maridito”, bromea con ser su “mujercita”. Que se acostumbre. ¡Luego, a la iglesia!

¿Y si lo asusto? Lucía negó con la cabeza. La felicidad es frágil, no hay que tentar al destino.

Es tu vida suspiró Esperanza. Pero recuerda: la responsabilidad es signo de madurez. Lo vuestro es puro desorden.

***

Los consejos de su madre le rondaban. El matrimonio era un seguro. Su amiga Ana también insistía:

Imagina que pedís una hipoteca. Si la pone a nombre de Javi y os separáis

¡Eres una pesimista!

O decide regalar el piso a un sobrino. ¡No podrás ni chistar! Un juicio sin papeles es perder el tiempo.

Guardaré recibos, buscaré testigos

O Ana sonrió pícara, simplemente, cásate con él.

Mamá también dice que lo llame “maridito”. Ir acostumbrándolo.

¡Pues hazlo!

***

Lucía empezó a llamar “marido” a Javier a todas horas. Al principio, él se reía, pero se fue acostumbrando. Hasta ella misma creyó en el juego hasta que le contestó a su jefa con ese fatídico: “Soy su esposa”.

***

¡Llevamos seis años juntos! su voz temblaba. Creía que éramos familia. Hijos, vejez juntos

¡Pues a callar! él paseaba como un león enjaulado. ¿Por qué te metiste con Sra. Martínez? ¡Ahora me despiden!

¡Pero si siempre te digo “marido”!

La diferencia es que gracias a ti, mi carrera se fue al garete. Javier tiró las llaves. Ni al registro civil ni contigo viviré. ¡Hago las maletas!

¿En serio? se quedó helada. Solo dije que era tu mujer

La Sra. Martínez me tenía por interés personal. ¡Y ahora que “soy casado”, le resultas un estorbo!

***

Una semana después, la propia Sra. Martínez llamó a su puerta:

Disculpe la molestia dijo con calma, pero quería explicarme. No por el despido por vuestros años de engaño. Todos creíamos que era soltero.

No estamos casados susurró Lucía.

Concubina corrigió ella. Pero ahora sois libres. Y sabe esbozó una sonrisa fría, él no es para usted. Ni marido, ni compañero. Solo un fantasma con “M” de mentira.

Lucía asintió. No había nada más que decir.

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No eres mi esposa: al fin y al cabo, nunca fuimos al Registro Civil, ¿verdad?