No comprendo cómo llegué a convertirme en su esposa.
Hace ya unos años, celebramos nuestra boda bajo el cielo de Madrid. Siempre creí que mi marido me amaba con locura. No habría dudado de ello jamás, de no ser por un episodio inquietante que aún recuerdo. No me refiero a una traición en el sentido habitual, sino a algo mucho más extraño y doloroso.
Pienso ahora que quizá sucedió porque yo me entregaba demasiado. Le admiraba, le amaba y le perdonaba absolutamente todo. Por supuesto, él se acostumbró a ese trato y con el tiempo, su seguridad y autoestima fueron creciendo. Imagino que llegó a pensar que, con un simple chasquido de dedos, cualquier mujer le seguiría sin dudar. Aunque, siendo sinceros, entre los demás nunca despertaba gran interés Otra persona no habría tolerado sus defectos ni depositado tanta confianza ciega en él.
Poco antes de la boda, decidió que necesitaba estar solo, huir unos días de la ciudad y prepararse para la vida marital. Nada podía hacerse más allá de aceptar su decisión, así que le permití que fuese de viaje.
Como luego me contó, quiso escapar de la rutina, del bullicio de la ciudad y de todo aquello que significaba modernidad, sin teléfono ni internet. Se marchó solo a la Sierra de Guadarrama a contemplar la naturaleza. Yo, mientras tanto, permanecí en casa, añorándole con toda mi alma. Cada día se me hacía largo, esperando su regreso, sintiendo que no podía vivir sin él.
Cuando por fin volvió, pasados siete días, sentí que era el día más dichoso de mi vida. Le recibí con toda la calidez y el amor que pude ofrecerle, cocinando sus platos favoritos y cuidándole como nunca.
Pero al día siguiente, algo comenzó a cambiar. De repente, salía una y otra vez al recibidor, pasando al salón sin razón aparente. Luego empezó a salir de casa varias veces al día con excusas diferentes. Un día, al ir a la tienda, encontré una carta en nuestro buzón. Parecía una más, pero estaba manuscrita por él y la había enviado durante su ausencia. El contenido me conmovió profundamente. Decía lo siguiente:
Hola. No deseo seguir engañándote. No eres la persona adecuada para mí. No quiero pasar el resto de mi vida contigo. No habrá boda. Perdóname, no me busques ni me llames. No volveré.
Fue corto, seco y cruel
Ahora, al recordarlo, comprendo que todas aquellas salidas eran para comprobar si había llegado su propia carta. En silencio, destruí el mensaje, sin mencionarle nada ni hacerle sentir que algo había cambiado. Pero ¿cómo puede una vivir junto a alguien que en realidad no desea compartir la vida contigo? ¿Por qué se casó y fingió que todo estaba bien? Esta pregunta sigue pesando en mi corazón.







