No desafíes al destino

No tientes al destino

Desde la altura de su experiencia, Esperanza comprendió, e incluso está convencida, de que en la vida nada ocurre por casualidad. Cada encuentro, cada conocido, está predestinado desde arriba.

—Y por mucho que hablen de coincidencias o casualidades, no es así —afirma con convicción—. Algunos creen que el destino se puede cambiar o engañar, pero nadie lo ha logrado jamás. Cada persona tiene su propio esqueleto en el armario. Guardado lejos y en lo más profundo, es mejor que nadie lo sepa —reflexiona a veces consigo misma—. Yo también tengo el mío, como todo el mundo. Pero no quiero que se descubra.

Mirando por la ventana un manzano silvestre en flor, recordaba un mayo igual de florecido. El aroma del llenaba el aire cuando Esperanza y Fe volvían del instituto, cursando el último año. En aquel entonces, era el curso de graduación, y las chicas se preparaban para los exámenes. Desde niñas, eran inseparables: vivían cerca, estudiaban juntas. Cuántos secretos compartían entre ellas. Fe era más tímida y delicada, sus mejillas siempre rojas como amapolas, tan vergonzosa que parecían manzanas maduras. Esperanza, en cambio, era vivaracha y audaz, siempre defendiendo a su amiga en cualquier situación.

—Fe, ¿de verdad no puedes responder o devolver el golpe como es debido? Así nadie te molestará. No seas tímida, dale un buen libro en la cabeza a ese Félix, y verás cómo deja de atar tu trenza a la silla —le enseñaba Esperanza.

Fe tenía una larga trenza, y Félix, sentado justo detrás de ella, la ataba sigilosamente al respaldo de la silla sin que ella lo sintiera. Al levantarse, caía de golpe, y todos se reían. Claro que nadie sospechaba que Félix, en secreto, estaba enamorado de ella. Así era como expresaba su amor, llamando su atención. A Fe no le gustaba, demasiado revoltoso y pequeño.

—Espe, no puedo pegarle con un libro, me da pena, aunque se lo merezca —respondía Fe.

—Pues es una lástima, la próxima vez me ocuparé yo de él —prometió Esperanza.

—Déjalo, no le hagas caso —decía su amiga con modestia.

Tras graduarse, ingresaron juntas en un ciclo formativo para ser expertas en comercio. Seguían estudiando, y su amistad se fortaleció, aunque Fe se volvió un poco más audaz. Esperanza salía con Enrique, de otro grupo, y pasaba las tardes de citas, mientras Fe se quedaba en casa.

—Oye, Fe, ¿por qué no te presento a un amigo de Enrique? Es un buen chico, aunque un poco bromista, siempre contando chistes —se reía Esperanza—. Podríamos salir juntos. Sergio incluso preguntó si tenía alguna amiga.

—No, Espe, no quiero ese tipo de citas. Sabes que quiero enamorarme de verdad, para siempre.

—Pues te quedarás en casa esperando al príncipe azul. Mañana vamos al cine con nosotros —insistía su amiga.

Fe no quería estorbar, pensaba que tres eran multitud. Y no quería forzar nada, creía que el destino ya tenía a alguien para ella, solo que aún no habían cruzado caminos.

Un día, Fe notó que su amiga estaba distante:

—¿Te pasa algo, Espe? Pareces triste.

—Pelea total con Enrique. Fuimos al cine, y al llegar vio a dos chicas y se fue con ellas, riéndose. Yo me quedé ahí, como una tonta. Pasaron diez minutos antes de que se acordara de mí. Y durante la película no dejaba de mirarlas. Cuando terminó, le solté todo.

—¿Y qué dijo él? —preguntó Fe, impaciente.

—¿Qué iba a decir? Me mandó a paseo y dijo que estaba harta de mí. Yo tampoco me quedé corta y lo mandé al espacio… Así terminó nuestro amor. Que no se le ocurra acercarse —respondió Esperanza con rabia.

Enrique no volvió a buscarla. Aunque al principio le dolió, pronto lo superó. Cerca del final de sus estudios, decidieron pasear por el parque. Era primavera, hacía buen tiempo. Las chicas caminaban charlando animadamente, Fe llevaba un libro en la mano. De repente, un chico pasó cerca y, sin querer, le golpeó el brazo. El libro cayó al suelo. Él se agachó rápidamente, lo recogió y, disculpándose, dijo:

—Perdón, fue sin querer —pero al ver sus sonrisas, también sonrió—. Toma, lo siento de verdad.

—Bueno, te perdonamos —respondió Esperanza, mientras Fe callaba.

El chico era alto y guapo, con ojos azules y pelo ligeramente rizado. Sus miradas se encontraron, y ambos sintieron al instante una conexión.

—Estas cosas pasan —pensó Fe, mientras él no apartaba los ojos de ella.

Recuperándose, dijo:

—Me llamo Jorge, pero prefiero que me digas Jorgito.

—Esperanza —dijo rápidamente ella, extendiendo la mano—, y esta es Fe.

—Mucho gusto —respondió Jorge—, ¿tenéis prisa?

—No, solo estamos paseando —contestó Esperanza.

A ella le gustó Jorge al instante. Ya estaba decidida: no lo dejaría escapar. Pero también notó cómo su amiga lo miraba, sus mejillas encendidas como amapolas.

—Vaya, parece que a Fe también le gusta —pensó—. Bueno, con ella me encargaré rápido, es demasiado tímida para competir.

A Jorge le fascinó Fe. Aunque su amiga hablaba sin parar, él no apartaba la vista de ella.

—Tan dulce y reservada… Justo como me gustan —pensaba el chico.

En voz alta, preguntó:

—Yo tampoco tengo prisa, ¿puedo acompañaros? —mirando a Fe, que por fin asintió con una sonrisa.

Esperanza respondió al instante:

—¡Claro que sí! Será más divertido. ¿Dónde estudias o trabajas?

—Llevo casi un año dando clases de física en un instituto, desde que terminé la universidad.

—Ah, entiendo. A mí no me gustaría ser profesora, demasiado ruido y alumnos revoltosos.

Esperanza no paraba de hablar, mientras Fe sonreía en silencio. Jorge hablaba con ella, pero sus ojos seguían buscando a su amiga.

—Fe, ¿por qué no dices nada? —preguntó él.

—Estoy escuchando —respondió ella, ruborizándose.

Esperanza lo notó todo. Comprendió que Jorge prefería a Fe, y que ella también lo quería. Pasearon largo rato, y él las acompañó a casa.

—Me alegra que viváis cerca —dijo con una sonrisa—, hasta mañana. Quedamos en ir al cine, ¿no? —guiñó un ojo a Fe y se marchó. Ambas quedaron impresionadas.

—No está mal el chico —comentó Esperanza—. ¿Qué te parece? Formal y con trabajo.

—Es simpático —respondió Fe, entrando en su portal.

Esperanza no podía dormir, la imagen de Jorge no se iba.

—No tiene nada que ver con Enrique. Este es serio, interesante…

Fe tampoco concilió el sueño. Se dio cuenta de que se había enamorado, y a primera vista.

—¿De verdad ocurre esto? Me gusta mucho Jorge. Pero Espe no lo dejará escapar… Bueno, será lo que tenga que ser.

Al día siguiente, fueron al cine los tres. Jorge se sentó en medio. Durante la película, Fe sintió su mano rozando la suya, tomándola con suavidad. Él la miró, y ella bajó la vista, pero no apartó la mano. Su corazón latía tan fuerte que temía que Esperanza lo oyera. Comprendió que Jorge la había elegido a ella.

Al terminar

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