No dejaron entrar a su hija
¿Y por qué no la dejasteis entrar? Carmen se atrevió a formular la pregunta que más la atormentaba.Antes siempre la aceptabais
Su madre soltó una amarga sonrisa.
Porque me das miedo, Carmen. ¿De verdad crees que no nos damos cuenta de cómo te encoges en el rincón cada vez que tu hermana entra de madrugada? ¿O de cómo escondes los libros para que no te los estropee?
Ella te mira y se enfada. Se enfada porque tú eres normal.
A ti te espera otra vida, hija, y la suya la perdió hace tiempo en el fondo de una botella
Carmen encogió los hombros, quieta sobre el libro abierto, mientras del salón llegaba ya el rumor de otra discusión.
Su padre ni siquiera se quitó la chaqueta. Se quedó plantado, móvil en mano, gritando:
¡No intentes engañarme!bramó por el teléfono.¿En qué te lo has gastado todo? ¡Sólo han pasado dos semanas desde la nómina! ¡Dos semanas, Lucía!
Desde la cocina asomó Consuelo. Escuchó un minuto el monólogo telefónico del esposo y luego preguntó:
¿Otra vez?
Ángel solo hizo un gesto resignado y puso el altavoz. Del otro lado del móvil llegaron sollozos al instante.
La hermana mayor de Carmen tenía una habilidad especial para dar pena, podía ablandar hasta al granito.
Pero tras tantos años de sufrimiento, los padres se habían curtido.
¿Cómo que te han echado?empezó Ángel a caminar de un lado a otro del estrecho pasillo.Pues claro que sí.
¿Quién aguanta ese estado lamentable que llevas siempre?
¿Te has mirado siquiera al espejo?
Treinta años tienes, y tienes la cara como un perro apaleado.
Carmen abrió la puerta de su cuarto apenas un par de centímetros.
Papá, por favorel llanto de Lucía se detuvo de pronto.Han sacado mis cosas al descansillo. No tengo dónde ir.
En la calle está lloviendo, hace frío Por favor, dejadme ir a casa unos días. Solo necesito dormir un poco.
La madre se acercó, tratando de coger el teléfono, pero Ángel se apartó bruscamente.
¡No!cortó de raíz.No volverás a entrar en esta casa.
¿Quedamos en algo la última vez, sí o no? Después de que te llevaste la tele al compro-oro mientras estábamos en el pueblo, ¡aquí no vuelves!
¡Mamá! ¡Díselo tú!gritó el teléfono.
Consuelo se tapó el rostro. Los hombros le temblaban.
Ay, Lucíasuspiró la madre, sin mirar al padre.Te llevamos al médico.
Tú lo prometiste. Dijeron que el último tratamiento duraría tres años…
¡No has aguantado ni un mes!
Esos tratamientos son un timorebufó Lucía, pasando del tono lastimero al agresivo de golpe.Solo quieren sacaros el dinero.
Lo mío es otra cosa, ¿entendéis? Siento que me quemo por dentro, que me asfixio.
Y vosotros, solo pensando en la televisión
Le tenéis más cariño que a mí.
¡Ya os compraré una nueva!
¿Y con qué dinero?Ángel se detuvo, clavando la vista en la pared.¿Con qué, si te lo has fundido todo?
¿Otra vez has pedido a tus amigos? ¿O has vendido algo de ese piso donde vivías con ese como se llame?
¡Eso no importa!saltó Lucía.Papá, ¡no tengo dónde ir! ¿Queréis que duerma bajo un puente?
Vete a un albergue, a donde quieras,la voz del padre sonó peligrosamente calmada.Aquí no cruzas la puerta.
Cambio la cerradura si te veo cerca.
Carmen sentada, abrazando las piernas.
En otras ocasiones, cuando su hermana sacaba de quicio a los padres, la ira explotaba hacia ella.
¿Tú qué haces ahí sentada? ¿Otra vez con el móvil? Vas por el mismo camino que tu hermana, ¡vas a acabar igual que ella!eran frases de los últimos tres años.
Pero hoy nadie le había dirigido ni una palabra.
El padre colgó, se quitó la chaqueta y ambos padres fueron a la cocina.
Carmen salió al pasillo en silencio.
Ángel, no puede ser así,lloriqueó la madre.La vas a perder. Y sabes cómo se pone cuando entra en ese estado…
No se controla.
¿Y tengo que hacerlo yo por ella?con furia, el padre dejó la tetera sobre el fuego.Tengo cincuenta y cinco años, Consuelo. Solo quiero llegar a casa y sentarme tranquilo en mi butaca.
No quiero esconder la cartera bajo el cojín. No quiero que los vecinos vayan diciendo que le ha faltado el respeto en el portal a cualquiera.
Es nuestra hijasusurró la madre.
Fue hija nuestra hasta los veinte años. Ahora es un demonio que nos chupa la sangre.
Está perdidaeso no se cura si uno no quiere.
Y a ella le gusta esa vida. Levantarse, buscar, beber, olvidar.
El teléfono sonó otra vez.
Los padres se miraron segundos, luego contestó el padre.
Dime.
Papávolvía a ser Lucía.Estoy en Atocha. Hay policías, me van a llevar si sigo aquí.
Por favor
Escúchame bien,cortó el padre.A casa no volverás. Se acabó.
¿Entonces qué hago, me tiro al tren? ¿Eso queréis, que os llamen de la morgue?su tono buscaba provocar.
Carmen se paralizó. Ese era el as en la manga de Lucía cuando todo fallaba.
Otras veces daba resultado. Madre echaba a llorar, padre con dolor de pecho, Lucía recibía dinero, comida, techo y perdón.
Pero hoy, el padre no cedió.
No amenacesrespondió él.Te quieres demasiado para eso. Vamos a hacer esto.
¿Qué?a Lucía se le escapó un deje de esperanza.
Te buscaré una habitación. Lo más barato, a las afueras. Pago el primer mes y te dejo algo para la compra. Y ya está. Después, tú sola.
Si espabilas y dejas de beber, saldrás adelante.
Si no, en un mes estarás en la calle y me va a dar igual.
¿¡Una habitación, ni siquiera un piso!? Papá, no puedo estar sola. Me da miedo.
Habrá vecinos extraños…
Además, ni ropa de cama tengo, ese despreciable se quedó con todo
Tu madre te prepara un paquete con sábanas y toallas. Lo dejamos en portería, lo recoges. No subes a casa.
¡Sois unos monstruos!chilló Lucía.¡Me mandáis a un cuchitril! Vosotros en un tres dormitorios y yo como una rata
La madre no aguantó más. Cogió el móvil.
¡Basta ya, Lucía!gritó que hasta Carmen se sobresaltó.Tu padre tiene razón.
Esta es la última oportunidad. O una habitación, o la calle.
Decide ahora, que mañana ni eso te dará.
Al otro lado, silencio.
Vale,bufó Lucía al fin.Mándame la dirección. Y algo de dinero ahora. Tengo hambre.
No habrá dinero,cortó Ángel.Yo compro la comida y la mando en la bolsa. Sé para qué gastarías el efectivo.
Colgó.
Carmen decidió que ese era su momento. Entró a la cocina fingiendo necesitar agua.
Esperaba una tormenta de reproches.
El padre señalaría su camiseta y diría que va hecha un desastre.
La madre la acusaría de desentenderse de todo, como si no hubiese problemas.
Pero ni uno ni otro la miraron.
Carmen,llamó en voz baja la madre.
¿Sí, mamá?
Hay sábanas y fundas de almohada en la balda de arriba del armario.
Tráelas y mételas en la bolsa azul del trastero.
Sí, mamá.
Carmen fue a cumplir el encargo.
Sacó la bolsa, la vació de cachivaches.
Pensó, sin comprender: ¿cómo espera Lucía vivir sola?
¡Si no sabe ni hacer pasta! Y su adicción
Sabía que su hermana no aguantaría ni dos días sin alcohol.
Regresó al cuarto de los padres, se subió a una banqueta y empezó a sacar la ropa.
¡No olvides toallas!gritó el padre desde la cocina.
Ya van, papárespondió ella.
Vio cómo su padre cruzaba el pasillo, se calzaba, y salía con prisas.
Iba a buscar el dichoso cuartucho.
Carmen regresó a la cocina. Su madre seguía sentada igual.
¿Te traigo una pastilla, mamá?preguntó en voz baja, acercándose.
Consuelo la miró a los ojos.
¿Sabes, Carmen?empezó con una voz rara, sin color.Cuando era pequeña, pensé: crecerá y será mi compañera.
Hablaríamos de todo.
Ahora solo rezo porque no se olvide del número de la habitación. Que al menos llegue
Llegará,Carmen se sentó en el borde de una silla.Siempre se las apaña.
No esta vez,la madre negó con la cabeza.Tiene otra mirada. Vacía. Ya no queda nada dentro.
Es solo cuerpo, necesita la botella para seguir.
Sé que le temes
Carmen calló. Siempre pensó que los padres no notaban su miedo, demasiado ocupados salvando a la perdida Lucía.
Pensé que os daba igual lo míosusurró.
La madre alargó la mano y le acarició el pelo.
Nos importa, pero no nos quedan fuerzas. Como en los aviones: ponte tú la mascarilla, luego al niño. Nosotros llevamos una década intentando ponérsela a ella. ¡Una década, Carmen!
Acudimos a brujas, médicos, psiquiatras carísimos.
Al final casi nos ahogamos nosotros.
Sonó el timbre. Carmen se sobresaltó.
¿Es ella?preguntó, asustada.
No, tu padre tiene llave. Será la compra, la pidió online.
Carmen abrió la puerta. El repartidor entregó dos bolsas pesadas.
Las llevó a la cocina y las vació: arroz, legumbres, aceite, té, azúcar. Nada superfluo.
No comerá estocomentó dejando en la mesa el paquete de garbanzos.Le gusta todo hecho.
Si quiere vivir, aprenderá a cocinar,replicó la madre, y por un instante recuperó algo de firmeza.Si la seguimos mimando así, la enterramos con nuestra pena.
Una hora después regresó el padre, exhausto.
Ya está,dijo breve.Tengo las llaves. La caserauna señora mayor, ex profesoraha avisado: si oye ruido o huele algo raro, la echa sin contemplaciones.
Le he dicho que la eche a la mínima.
Ángelsuspiró la madre.
No más mentiras. Mejor que sepa a lo que se expone.
Agarró la bolsa de la ropa y la compra y se marchó.
Las dejo en portería. No abras si llama Lucía.
Se fue y la madre se encerró a llorar.
A Carmen le dolió en el alma. Ni vive, ni deja vivir a los padres; solo existe, de borrachera en borrachera
***
Las previsiones de los padres se cumplieron: una semana después, la casera llamó a Ángel para avisar que la inquilina se iba, y policía mediante.
Lucía había metido a tres hombres en la habitación y estuvieron de juerga toda la noche.
Y una vez más, los padres no fueron capaces de dejar a su hija tiradaacabaron llevándola a un centro de rehabilitación.
Un lugar cerrado, bien vigiladoprometieron que al año podría salir recuperada.
Quién sabe, quizás todavía sea posible un milagro
A veces, el amor exige tomar decisiones difíciles, porque a veces ayudar no es lo que parece. Dejar marchar a quien queremos puede ser el mayor acto de amor, para que encuentre, si quiere, su propio camino.







