**Diario personal**
Hoy una niña pequeña me dejó sin palabras. Estaba en el rellano de mi piso en Madrid cuando la escuché preguntar con voz temblorosa:
¿Señora, ha visto a mi mamá?
La miré detenidamente. Tendría unos seis años, ojos grises como el cielo de invierno y una expresión que me partió el alma.
Cariño, en ese piso no vive nadie contesté, recordando que el apartamento frente al mío llevaba años vacío.
Ella rompió a llorar y se sentó en las escaleras.
Por favor, señora, ¡necesitamos a mamá! Papá está muy triste sin ella
Me quedé paralizada. No tengo hijos, no sabía cómo consolarla. ¿Un abrazo? ¿Invitarle a un chocolate caliente? Pero, ¿se vendría con una desconocida? En ese momento, sonó mi teléfono. Le pedí que no se moviera, pero al regresar, ya no estaba.
Toda la noche la tuve en la cabeza. Al día siguiente, llamé a mi casera, Doña Carmen. Quería saber quiénes habían vivido allí antes.
Esa casa lleva vacía años dijo. Aunque hace tiempo vivía Lucía. Murió en el parto. Su marido, Javier, se mudó con la bebé. No podía soportar los recuerdos.
Doña Carmen, esa niña vino otra vez. Busca a su madre.
Irene, viven cerca. Si vuelve, llévala a su casa y me dio la dirección.
Pasaron semanas, trabajé sin parar, hasta que una noche, antes de Navidad, oí golpes en la puerta. Era ella otra vez, llorando.
¿Qué pasa, cariño? ¿Dónde está tu papá?
En casa pero yo quiero a mamá.
Recordé la dirección que me había dado Doña Carmen y corrí a buscarla, esta vez invitándola a entrar. Se sentó en el sofá del recibidor y, mientras yo rebuscaba entre mis papeles, se durmió acurrucada como un ovillo. La cubrí con una manta y llamé a Doña Carmen.
La niña está aquí. Se quedó dormida.
Irene, yo vivo cerca. Voy a avisar a su padre.
Mientras esperaba, no pude evitar mirarla. Tan pequeña, tan frágil. Yo también quise ser madre. Hace años, con mi exmarido, Álvaro, lo intentamos. Dos pérdidas. Después, él se fue. Supe que tuvo una hija con otra mujer, pero borré su recuerdo.
Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Al abrir, no lo podía creer: era Álvaro.
¿Qué haces aquí? pregunté, atónita.
Vengo por mi hija Sofía, ¿verdad?
Asentí. Me explicó que años atrás vivió en ese piso con su esposa Lucía. Ella murió en el parto. Él se mudó, pero Sofía había visto fotos viejas y creía que su madre aún vivía allí.
Le dije que mamá se había ido de viaje pero ella sigue esperando.
Sofía apareció dormida, rozando los ojos.
Papá ¿encontramos a mamá?
Pronto, cariño susurró él, abrazándola.
Se fueron, pero Álvaro me llamó días después. Empezamos a vernos: parques, cafés, cines. Sofía se encariñó conmigo. Hasta que un día, Álvaro me lo pidió:
Irene, ven a vivir con nosotros. Sofía te echa de menos.
¿Y tú?
Yo también me tomó las manos. Lo siento todo.
Ahora somos una familia. Aunque Sofía no sea mi sangre, le doy todo el amor que guardé durante años. Cada día agradezco este milagro: ser esposa, ser madre.
Y aunque la vida me quitó tanto, al final me devolvió algo aún más valioso.