NIKTOSHÉTICA: Un viaje intrigante al misterio de las sombras.

¡Vamos, entiende! ¡Esa viejecita no es nadie para nosotras! grita Elena, intentando convencer a su hija de que tiene razón. Pilar se encoge, como a punto de llorar, pero de pronto levanta la cabeza y exclama: ¡Entonces para mí ella es la única y verdadera Nadie del mundo, y no será de otra manera!

Resulta que, en la familia numerosa del campo de Juan y Lucía, todas las hijas terminan casadas, salvo la menor, Almudena, la más callada y sumisa, que sigue libre. Parece que su futuro marido nunca ha nacido o se ha perdido en algún lugar lejano. Así dice Lucía, lamentándose de su hija. Almudena sigue siendo el sostén firme de sus padres mientras los hijos de sus sobrinos, ya citadinos, no llegan a nacer.

El primo Víctor, hijo de la hermana mayor, aparece con una reverencia y una gran petición: Tía Almudena, ven a cuidar a mi hija. No me permiten la guardería y mi mujer tiene que volver al trabajo. Almudena, ya mujer adulta, se encuentra en una encrucijada: sus padres envejecen, ¿cómo dejarlos? Y el pueblo le da miedo. Pero Víctor insiste, prometiendo no descuidar a sus abuelos. Él ya había venido a plantar y desenterrar patatas, a arreglar el tejado.

Sus padres aconsejan a la hija que se marche, diciendo que quizás conozca a algún hombre en la ciudad. No es una anciana, aunque ya ha pasado de los cuarenta. La muchacha no sabe que ellos ya han hablado entre sí, pensando en que Almudena no quede sola cuando les lleven de visita. En la ciudad quizá encuentre su sitio entre los parientes. Así, Almudena pasa de campesina a niñera. Víctor, tras pensarlo, contrata a una conocida para un trabajo extra y la práctica de Almudena continúa.

La hija mayor de Víctor va al colegio, la segunda llega pronto. Mueren el padre y la madre de Almudena, y ella ya no cuida a los hijos de Víctor, sino a otro sobrino. La labor pasa de mano en mano dentro de la familia, llevando a niños hasta la guardería o a la escuela. Parece que ya no es necesaria. Los sobrinos la reclaman y la aguantan. ¡Gracias, Víctor!

Un par de años antes de que la tía empiece a ser una carga, la casa del pueblo (bosque de frutos y setas, río cerca) se vende a buen precio por los hijos de Almudena. Víctor entonces propone: Vamos a comprarle una habitación a tía, que también tiene parte de la casa. No puede seguir viviendo bajo un arbusto.

Los sobrinos venden la vivienda y, tras la venta, la familia discute quién se quedará con la pequeña familia que compró. La cuestión del piso siempre es delicada. Víctor, con buen ánimo, dice: A quien le sirva la taza, le corresponde también. La tía no quedará sola.

Víctor muere antes de los cincuenta, de gastritis y cáncer. Con su partida, la familia olvida a la anciana Almudena. Sus nietos ya son mayores y no necesitan niñera; ella ya está en sus setenta. Decide vivir sola en una diminuta vivienda. Lleva consigo una mesa, un armario y una cama plegable, cosas sencillas. Acostumbra a cuidar a los niños, pero ahora el vacío le pesa. Entonces aparece una vacante inesperada.

Al entrar en la tienda, una joven en la cola del cajero le habla: ¿Usted cuida niños? Mi hija (una niña pálida) está tras una operación del corazón y no puede ir a guardería. Necesito la niñera más buena del mundo, con alojamiento. Almudena se inclina hacia la niña, que de pronto aclara su rostro y dice: ¡Ven! Te contaré cuentos. Así Almudena consigue una nueva protegida.

Pilar cumple ya cuatro años y criarla es un placer. La anciana y la niña se vuelven inseparables, comparten una habitación amplia y luminosa. Los padres de Pilar trabajan mucho, y ella pasa la mayor parte del tiempo con Almudena, a quien cariñosamente llama cariño. La niña sigue ejercicios de respiración, paseos alejados de calles contaminadas y una rutina estricta. Almudena, sin educación formal, cumple al pie de la letra. Pilar crece sana y fuerte.

Al llegar la hora de dormir, la niña pide: Cariño, cuéntame una historia. Almudena narra relatos simples y, a veces, una anécdota personal. Una vez, regresaba en barco con la esposa embarazada de otro sobrino. El primogénito había criado hasta la guardería y ella volvió al pueblo, y pronto nació el segundo hijo. La esposa del sobrino entonces se lleva a Almudena antes de tiempo.

En el barco, una joven llamada Oliva, estudiante, conversa con Almudena. Oliva había sido abandonada por su novio y ahora tiene un bebé. Sus padres no la saben y podrían echarla de casa. Oliva coloca al niño en los brazos de Almudena, diciendo: Déjelo en tus manos, parece que Dios te lo ha enviado. La esposa del sobrino la mira extraña, pero acepta. Oliva deja una bolsa con ropa de bebé, leche en polvo y un termo de agua caliente, sin certificado de nacimiento.

El barco llega al muelle y Almudena, sin haber sido madre, improvisa con pañales y cantos. El bebé, a quien Oliva llama Alicia, llora. Almudena lo alimenta y lo arrulla, recordando la frase de Oliva: Dios te lo ha enviado. La esposa del sobrino regresa furiosa: ¿Cómo puedes quedarte con un niño que no es tuyo? Tenemos sangre propia. Y el capitán interviene, y la niña se lleva a la tripulación.

Al final, la familia de Pilar la consuela. Elena, la madre, la abraza y dice: Al menos te tengo, nena. Almudena asiente: Eres mía, mi niña.

Al principio Almudena era una niñera de la calle pero se vuelve miembro pleno de la familia. Le dan dinero, lo guardan en una libreta junto a su pensión. Un día Elena propone alquilar la pequeña vivienda para pagar una profesora de piano a Pilar. En la casa había un piano polvoriento, y Elena quería desarrollar el talento musical de su hija sin una academia. Almudena acepta y la vivienda se alquila.

A los siete años, Elena hereda una parte de un piso en Valencia de una tía fallecida. Con el consentimiento de Almudena, convierten la pequeña vivienda en un piso de una habitación, a nombre de Pilar y Almudena por partes iguales. Ya la familia ya no está interesada y todo transcurre con tranquilidad.

Los años pasan y Pilar se convierte en una joven atractiva y saludable. Termina el instituto y se muda a Zaragoza para estudiar. Almudena le entrega sus ahorros, suficientemente buenos para pagar el piso, vivir en la ciudad y quizá quedarle algo para la boda. Almudena empieza a perder la vista, camina con paso vacilante, huele a viejo. Elena, su hija, le dice: Cómete la sopa, no seas mala, compra tus pastillas, que no te valga de nada. ¿Acaso el marido de Elena llega a tiempo al trabajo por culpa de la anciana?

Elena traslada a Almudena de la habitación luminosa a una oscura trastera. La ceguera no importa dónde esté. Le grita irritada: ¡Por Dios, vete a tu sitio! Cambia a usted, subrayando que Almudena no es nadie para ella. Todos los actos de la niñera se olvidan.

Al final, la familia de los sobrinos ya no necesita a Almudena, y Elena empieza a gestionar su ingreso a un asilo. Busca referencias y llama a una conocida influyente para que la ayude.

Pilar, empapada de la vida universitaria, se olvida de la niñera. Un día llama a su madre y pregunta: ¿Cómo está la niñera? pero ni siquiera escucha la respuesta, ocupada en sus cosas. Solo vuelve a casa esporádicamente, cuando sus padres le traen mandarinas. En el segundo año, Pilar y su novio André, un estudiante de medicina, viven juntos en un piso compartido con otro compañero. Los ahorros de Almudena siguen ayudando.

Al aprobar el segundo curso, Pilar regresa emocionada y anuncia a su madre: ¡Mamá, Andrés me ha propuesto matrimonio! Llegará el fin de semana con sus padres para conocernos. No queremos una gran fiesta, pero sí el vestido blanco ¿Y la niñera? Le llevo un regalo especial. y corre a la habitación que antes ocupaba la anciana. Elena, algo avergonzada, la sigue. Pilar, al no encontrar a Almudena, se asusta y pregunta: ¿Dónde está? Elena responde vacilante: Está en el trastero, el papá la guardó allí. No pasa nada, está ciega, así todos estamos más tranquilos.

Pilar abre la puerta del trastero y descubre a Almudena, flaca y encorvada, en una cama humilde. Elena, sin querer ser testigo del impactante encuentro, se escapa a la cocina. Pilar, con lágrimas en los ojos, toca la cara arrugada de Almudena y dice: Perdóname, mi pequeña. Eres mi fruta madura, mi pastel dulce. Almudena susurra: Pili, pequeñita, ya nos vemos. La abraza y le dice: Eres hermosa.

Unas dos horas después, Pilar y Almudena, tras darse de comer, se sientan en la vieja habitación. Pilar le regala a Almudena una caja con aromaterapia: saquitos de hierbas secas y flores perfumadas, como si estuviera en un prado florecido. La ciega percibe el mundo con sonidos, olores y tacto, sensaciones que hacía tiempo no experimentaba.

Mientras tanto, en la cocina, Elena intenta dialogar con su hija, explicándole lo difícil que es cuidar a una anciana ciega y a la vez reconciliarse con el padre de Pilar, que parece entrar en una crisis de mediana edad: Eres joven y voladora, pero no me juzgues. Tu abuela vive en otra ciudad y no necesita cuidados, pero ¿qué hago yo con esta?

Pilar, casi susurrando, dice: ¿Y si te encierro en el trastero cuando tenga cuarenta años? ¡Es ciega! grita Elena, intentando convencer a la testaruda niña de que tiene razón. Pilar se encoge, como a punto de llorar, y alza la cabeza: Entonces para mí ella es la única Nadie del mundo y no será diferente.

Al final, Pilar pospone el encuentro con los padres de Andrés, pero invita a él y a su familia a conocer a la Nadie. La vivienda, antes ocupada por inquilinos, ya está a nombre de Pilar y Almudena. Renovaron modestamente el piso con muebles de segunda mano, muy baratos.

Pilar, al principio, no contaba con la comprensión de Andrés; él estudia medicina y se involucra. Deciden casarse sin grandes pompas, ella se matricula en la universidad de pedagogía para ser logopeda, él termina de ser oftalmólogo. La familia de Pilar se traslada a la vivienda familiar; los padres aceptan una habitación de una sola pieza.

Almudena muere tranquilamente a los noventa y dos años. El último año ya no se levanta. Vive sin quejarse y fallece como siempre: simple, buena y luminosa.

Rate article
MagistrUm
NIKTOSHÉTICA: Un viaje intrigante al misterio de las sombras.