Neto Planifica la Expulsión, Abuela Vende el Apartamento Sin Remordimientos

Cuando la abuela se enteró de que el nieto pretendía echarla de su piso, lo vendió sin vacilar.
¿Por qué pedir un préstamo si se puede esperar a que la abuela fallezca y heredarse el apartamento? Ese era el razonamiento de Rui, primo de mi marido. Casado con Joana y padre de tres hijos, él y su familia vivían a la sombra de la herencia. No querían lidiar con deudas y soñaban con el día en que el piso de la abuela fuera suyo. Mientras tanto habitaban la diminuta vivienda de la madre de Joana, un T2 en Cascais junto al mar, y esa existencia les estaba consumiendo. Rui y Joana murmuraban cada vez más sobre cómo solucionar el asunto de la anciana.
Sin embargo, la abuela, Doña Rosária, era una joya viviente. A sus setenta y cinco años rebosaba energía, alegría y nunca se lamentaba por su salud. Su casa en el centro de Cascais siempre estaba repleta de amigos. Dominaba el móvil, asistía a exposiciones, iba al teatro e incluso se permitía un coqueteo inocente en los bailes para mayores. Irradiaba luz y su vida ejemplificaba cómo disfrutar cada día. Para Rui y Joana, eso no era motivo de orgullo, sino una irritación constante; estaban hastiados de esperar.
La paciencia de la pareja llegó a su límite. Decidieron que Doña Rosária debía traspasar el piso a nombre de Rui y mudarse a una residencia de ancianos, argumentando que sería lo mejor para ella. La anciana no se quedó de brazos cruzados; se negó rotundamente, lo que desató un auténtico incendio. Rui se enfureció, acusándola de egoísta y de no pensar en los nietos, mientras Joana avivaba la llama insinuando que la abuela ya había vivido demasiado.
Al enterarnos, mi esposo Tiago y yo quedamos estupefactos. Doña Rosária siempre había soñado con viajar a la India, contemplar el Taj Mahal, respirar el perfume de las especias y perderse por las calles de Goa. Le propusimos que viniera a vivir con nosotros, alquilara el piso y ahorrara para el viaje. Ella aceptó y pronto su amplio T3 en el centro empezó a generar ingresos. Cuando Rui y Joana se enteraron, armaron un escándalo monumental, asegurando que el apartamento les pertenecía por derecho y exigiendo que la abuela les permitiera vivir allí. Incluso acusaron a Tiago de manipular a la anciana por interés. Rui llegó a reclamar la renta, llamándola su parte legítima. Respondimos que no sucedería, punto final.
Joana empezó a aparecer en nuestra casa casi a diario, a veces sola, otras con sus hijos, siempre con regalos insignificantes. Preguntaba por la salud de la abuela, pero percibíamos el verdadero motivo: ella y Rui aún esperaban que Doña Rosária se fuera para quedarse con la herencia. La avaricia y la falta de vergüenza de ambos resultaban asombrosas.
Mientras tanto, Doña Rosária reunió suficiente dinero y partió a la India. Regresó radiante, con una maleta repleta de historias y fotografías. Le sugerimos que no se detuviera allí: vender el piso, seguir viajando y vivir con nosotros en la vejez, en paz y comodidad. Tras meditarlo, aceptó arriesgarse. El piso se vendió a buen precio y con el dinero adquirió un acogedor estudio en los alrededores de Cascais, destinando el resto a nuevas aventuras.
Rosária recorrió España, Austria y Suiza. En el Lago de Ginebra, conoció a un francés llamado Pierre. El romance parecía sacado de una película; ¡a los setenta y cinco años se casó con él! Tiago y yo volamos a Francia para la boda; fue maravilloso verla brillar en vestido blanco, rodeada de flores y sonrisas. Rosária merecía esa felicidad. Había trabajado toda su vida, criado hijos, apoyado a los nietos y, finalmente, vivía para sí misma.
Cuando Rui supo de la venta del piso, perdió la cabeza. Exigió que la abuela le entregara el estudio, alegando que ya tenía suficiente. Qué hacía con cinco personas dentro seguía siendo un misterio, pero a nosotros ya no nos importaba. Estábamos contentos de que Doña Rosária hubiera encontrado su lugar al sol. En cuanto a Rui y Joana su historia sirve de recordatorio de que, cuando el dinero está en juego, a veces los más cercanos revelan su verdadera cara.

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