Naturaleza creativa y pasión por los efectos

—¿No te arrepientes? —preguntó Máximo, con Polina pegada a su pecho.

—No. ¿Y tú? —Polina levantó la cabeza para mirarlo.

—Soy feliz. Sabes, cuando viniste a casa con Laura, supe al instante que era el destino. Todo lo vivido antes de conocerte ocurrió para que nos encontráramos. Después de que ella se fuera…

Polina le tapó los labios con un dedo.

—No hablemos de lo malo. Ahora todo irá bien…

**Un año antes**

Polina colocó el mantel de fiesta en la mesa del comedor. Luego trajo de la cocina una pila de platos, cubiertos y dos copas de cristal.

—¿Segura de que hicimos bien quedándonos en casa? Con los amigos habría sido más divertido. Aún podríamos pasar por casa de Carlos —dijo Daniel cuando ella regresó a la cocina.

—Segurísima. Llévalo a la mesa. —Le entregó un plato con embutidos, queso y una ensaladera—. Mañana nos vemos con ellos. Llevamos tres años juntos y nunca hemos celebrado Nochevieja solos. Y como recibas el año, así lo pasarás.

—O sea, ¿quieres condenarnos a todo un año de encierro voluntario? —Daniel se detuvo en el umbral, arqueando una ceja.

—Sería maravilloso. Lástima que no podrá ser —suspiró ella.

—Vale, lo intentaremos —cedió él, saliendo de la cocina.

Polina sacó una botella de cava de la nevera y otra ensaladera, llevándolo todo a la mesa.

—¿Qué te parece? Creo que ha quedado bonito —Daniel señaló la distribución de los platos—. ¿Ya podemos despedir el año? Que si no, me ahogo en saliva.

—Todavía no. Dame cinco minutos. Quiero ponerme el vestido nuevo y arreglarme un poco.

—¿Para qué, si estamos solos? —refunfuñó él, arrancando un trozo de chorizo.

—¡Porque es Navidad! —respondió ella desde el dormitorio.

*«Esta artista dramática y sus efectos…»*, pensó Daniel, mascando con fastidio.

Minutos después, Polina reapareció radiante, vestida de azul brillante, el pelo suelto ondeando sobre sus hombros. Daniel la miró de arriba abajo, asintiendo. Ella giró sobre los tacones, haciendo volar el vestido.

—Ahora sí, podemos sentarnos —dijo, echando un vistazo al reloj.

—Menú pantagruélico. Ni en tres días nos lo acabamos. ¿Llamamos a Marcos? Está solo con su madre —propuso Daniel al sentarse.

—Mañana. Abre el cava —sus ojos brillaban.

*«Hoy está rara»*, pensó él, destapando la botella.

—Hoy estás… —busco la palabra—, nerviosa.

—Un poco. Espera, ya lo sabrás —su sonrisa era un misterio a punto de desvelarse.

Bebieron, picotearon. Daniel, saciado, se recostó mientras la televisión emitía una comedia intrascendente.

—¿Por qué no has bebido? —preguntó al notar que Polina apenas mojó los labios.

—Me dará sueño, y quiero ver el concierto de fin de año —improvisó ella.

Él salió al balcón a fumar. Copos de nieve caían lentamente, las ventanas vecinas brillaban con luces. Alguien lanzó petardos al fondo de la calle.

—Daniel, entra, que va a hablar el presidente —lo llamó ella.

Dentro, el discurso presidencial sonaba de fondo. Daniel llenó su copa, aguardando las campanadas. Demasiados deseos, ninguno claro.

—¿Otra vez sin beber? —se sorprendió al ver su copa intacta—. ¿Cómo vas a pedir un deseo?

—Tengo algo que decirte —Polina se enderezó—. ¿Por qué no te sirves más?

Cuando obedeció, continuó:

—Este año no lo recibimos dos, sino tres. Ya somos toda una pandilla.

Daniel la miró, perdido.

—¿No lo adivinas? Estoy embarazada. Tenemos un bebé. Bueno, ya lo tenemos, aunque es diminuto —soltó de golpe.

Él bebió de un trago y dejó la copa vacía.

—¿No te alegras? —su voz tembló.

—Sí, pero… —arrastró las palabras— dijimos que esperaríamos.

—Tres años juntos. Tengo veintiocho. Quiero ser madre —contuvo las lágrimas—. Ya está aquí.

—Pero… Tomabas la píldora.

—La dejé el mes pasado. No suele pasar tan pronto, pero… ¿No es genial? —su entusiasmo sonó falso.

—¿Por eso no fuisteis a lo de Carlos con Lucía? —atinó él.

—Sí. Pensé que, después de esto, me pedirías matrimonio —su voz se quebró—. Bueno, solo queda una cosa… —Lágrimas rodaron por sus mejillas—. Aún llegas a lo de Carlos.

Se levantó de un salto y corrió a la cocina. Daniel la siguió.

—¡No dije que no me alegro! Fue inesperado.

Ella se encerró en el balcón.

—¡Qué tontería! ¡Vas a resfriarte! —forcejeó con la puerta, haciéndola tambalear.

—¿Por qué no me dijiste que dejaste la pastilla?

—Porque me habrías convencido. Esto no es una familia. —Las lágrimas brotaban sin control—. ¡Vete de fiesta!

Gritos y petardos estallaban fuera.

—No cumplí tus expectativas. No estoy listo… —apoyó la frente en la puerta.

Regresó al salón, miró la mesa, la copa de Polina. La bebió de un trago. *«Nochevieja, y todo es una mierda. ¿Por qué lo hizo? Éramos felices. Arruinó la Navidad»*. La rabia crecía. *«¿Sabes qué? Me voy. No pienso pasar la noche viéndola llorar»*.

Se vistió con decisión y salió.

Polina oyó el portazo y se desmoronó. Las lágrimas mancharon el vestido nuevo. Recogió, se cambió y se acurrucó en el sofá. La tele emitía un concierto.

Daniel no regresó esa noche, ni al día siguiente. Al tercer día, su amiga Lourdes la obligó a hablar.

—Los hombres huyen de la responsabilidad. Volverá. ¿Quieres que hable con él?

—No. Y vete. Prometo no hacer nada estúpido.

Daniel apareció a los tres días, disculpándose. Pero la tensión persistió. Mensajes constantes en su móvil.

—¿No tienes nada que decirme? —preguntó Polina al fin.

—¿Qué quieres oír? Sí, me voy. Fuiste desleal.

—Pues vete. —Ella miró por la ventana.

—Pensé que habías recapacitado.

—¿Querer un hijo es una locura?

—No sé cómo hablar contigo…

Tras su marcha, Polina lloró un día entero. Esa noche, un dolor agudo la dobló. La ambulancia llegó tarde.

Volvió al trabajo en la escuela de música, pálida, vacía. Laura, su alumna más talentosa, dejó de ir en diciembre. En febrero, Polina supo que el padre la había retirado.

—¿Por qué? Tiene un oído excepcional. Deme su dirección.

Fue esa misma tarde. La nieve crujía bajo sus botas. Un hombre alto abrió la puerta.

—Soy la profesora de música de su hija. ¿Podemos hablar?

Laura corrió a abrazarla. Máximo la invitó a té caliente.

—Vine a preguntar por qué Laura dejó—Vine a preguntar por qué Laura dejó la escuela —dijo Polina, mientras el calor del té devolvía el tacto a sus dedos—, pero ahora entiendo que lo que necesita no es solo música, sino a alguien que la espere al salir de clase.

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