**El Millonario Disfrazado en el Supermercado**
Aquella mañana, don Javier decidió salir sin su chófer ni su traje de marca. Se puso una gorra de béisbol, unas gafas de sol baratas y una camiseta de algodón. Nada que llamara la atención. Era dueño de una de las mayores cadenas de supermercados de España, pero ese día quería comprobar algo. Había recibido demasiadas quejas anónimas sobre maltrato en una de sus sucursales en Madrid. Así que, con un carrito azul y aire de cliente despistado, entró como uno más.
Nadie lo reconoció, pero lo que vio en la caja fue peor de lo imaginado. La joven cajera, Lucía, de apenas 22 años, tenía los ojos enrojecidos. Le temblaban las manos al pasar los productos y, aunque intentaba sonreír, su mirada delataba que estaba al límite. Justo entonces, el gerente, un tipo con traje ajustado y aires de grandeza, se plantó frente a ella y empezó a soltar improperios como si el local fuera su feudo personal.
Otra vez tú, bonita pero inútil. ¿Es que no aprendes nunca? rugió, sin importarle los clientes.
Lucía bajó la cabeza, conteniendo las lágrimas. Don Javier apretó los puños, disimulando la indignación. Una señora en la fila intentó mediar:
Perdone, pero así no se trata a nadie
¡Usted métase en lo suyo! le espetó el gerente, volviéndose con desdén.
Lucía balbuceó:
Es que el sistema se ha bloqueado
¡Excusa barata! Para eso estás aquí, para trabajar, no para lloriquear le espetó, empujando el monitor hacia ella.
El supermercado entero enmudeció. Don Javier observó a los empleados: algunos miraban al techo, otros al suelo. El miedo era palpable. Un padre con su hijo en brazos abandonó la fila, indignado:
Esto es inaceptable.
Pues llévesela a su casa si tanto le duele replicó el gerente. Aquí sobran llorones.
Don Javier aguantó la respiración. Sacó el móvil y grabó en silencio. Cada insulto, cada gesto de desprecio. Hasta que el gerente, harto, le arrebató el escáner a Lucía y gritó:
¡Fuera de aquí! ¡Estás despedida!
Lucía retrocedió, temblando. Don Javier, con el vídeo guardado, dejó el carrito y se acercó. Su voz, tranquila pero firme, cortó el silenso:
¿Esto es lo que usted llama gestión?
El gerente lo miró con sorna:
¿Y usted quién es? ¿El defensor de las cajeras?
Don Javier no contestó. Se quitó las gafas. Al reconocerlo, el gerente palideció. La subgerente, que acababa de llegar, se llevó las manos a la cabeza:
¡Don Javier!
Exacto dijo él. Y lo que ha visto hoy me ha parecido de película de terror.
El gerente intentó justificarse:
Señor, ella no rendía
¿Y humillar es parte del entrenamiento? Don Javier señaló a Lucía. ¿Cómo te llamas?
Lucía murmuró ella, aún temblando.
Lucía, lo siento mucho. Esto no volverá a pasar.
Los clientes empezaron a aplaudir. La subgerente pidió disculpas a todos. El gerente fue escoltado fuera, protestando:
¡Yo hice crecer esta tienda!
Sí, a base de miedo replicó Don Javier. Y eso aquí no vale.
A la semana, el gerente fue despedido. Lucía ascendió a supervisora, y la tienda implantó un sistema de denuncias anónimas. Don Javier siguió visitando sus supermercados en incógnito, porque, como bien sabía, el respeto no se impone con gritos, sino con ejemplo. Y nunca se sabe quién lleva una gorra de incógnito.