Oye, tengo que contarte algo que nos ha roto el alma… Hace poco nuestra vida dio un vuelco, y el dolor de esta traición todavía nos quema por dentro. Nuestra única hija, Rocío, se casó a escondidas y les mintió a su marido y a su familia diciendo que era huérfana. Y nosotros, sus padres, estamos vivos, sanos, y jamás le dimos motivo para tratarnos así.
Mi marido, Antonio, y yo somos gente humilde de un pueblecito cerca de Granada. Yo trabajo como enfermera en el ambulatorio y él es mecánico en una fábrica de aceite. No somos ricos, pero por Rocío hubiéramos movido montañas. Era nuestra niña única, nuestro orgullo, y la mimamos todo lo que pudimos, dándole lo poco que teníamos.
Rocío siempre soñó con vivir en una gran ciudad. Cuando íbamos a visitar a la familia en Sevilla, suplicaba que la dejáramos quedarse. Le parecía que solo allí encontraría la felicidad y el éxito. Nosotros no discutimos, queríamos que fuera feliz. Cuando llegó la hora de la universidad, insistió en estudiar en Madrid. Sus notas no le alcanzaron para la pública y tuvimos que vender la casita que heredé de mis padres para pagar su matrícula y el alquiler. Lo hicimos por su sueño, aunque nosotros seguimos en el pueblo, llevando la casa como podíamos.
Rocío se marchó a la gran ciudad y nosotros nos quedamos aquí. En cinco años de carrera, solo vino a vernos un par de veces. Íbamos nosotros, llevándole conservas caseras, algún dinerillo… Pero cada vez nos recibía con distancia, como si le diera vergüenza de nuestra ropa sencilla, de nuestro acento. Compartía piso con compañeras de clase, y ellas nos trataban con más cariño que nuestra propia hija. Las llamadas de Rocío eran cada vez más escasas, y para no molestarla, decidimos darle espacio. Pensamos: «Si pasa algo importante, nos lo dirá».
Pero nos enteramos de su boda por terceros. Una vecina, cuyo hijo estudia en Madrid, nos llamó diciendo que había visto a Rocío con un vestido de novia. No podíamos creerlo. Esperábamos que fuera un malentendido, una broma cruel. Pero la verdad fue peor. ¿Cómo podía hacernos esto? La llamé, conteniendo las lágrimas, y le exigí una explicación. Rocío ni siquiera lo negó. Con voz fría, habló de su marido y añadió: «No pienso presentaros».
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. «¿Por qué?», balbuceé. Su respuesta me atravesó el corazón: «Sus padres son gente importante, con dinero y estudios, y vosotros… no encajáis. Les dije que era huérfana, que no tenía familia. Y no me culpes. No podía admitir que mi padre arregla tractores y mi madre pone vacunas a los cerdos. Ya bastante me avergonzasteis cuando vinisteis a la universidad con tarros de berenjenas. ¡Basta ya!».
Antonio, al oír esto, sacó en silencio una foto vieja de Rocío, la apretó en su puño y salió al patio. Le vi temblar, agarrar un cigarrillo, aunque hace diez años que dejó de fumar. Y yo… todavía no salgo del shock. Cada día tomo pastillas para el nervio, pero el dolor no se va. ¿Por qué? ¿Qué hicimos para merecer esto de nuestra propia hija?
Lo dimos todo: amor, dinero, sueños. Y ella nos negó como si fuéramos una mancha en su nueva vida «de ciudad». ¿Cómo seguir adelante sabiendo que tu hija se avergüenza de ti? ¿Qué haríais vosotros en nuestro lugar? ¿Cómo se supera una traición así?