Mujer entrega a su recién nacido nieto a desconocidos: esto fue lo que sucedió después

Hace muchos años, en un pueblo pequeño de Castilla, vivía una mujer llamada Dolores García. Su historia aún se recuerda con tristeza y reflexión.

Dolores evitaba pensar en el pasado, pero las noches eran traicioneras. Soñaba con un niño pequeño, un niño sin rostro, solo con ojos brillantes como brasas. Se despertaba sobresaltada, el corazón latiéndole fuerte. Era el mismo sueño de siempre: el niño llegaba hasta su puerta, pidiendo entrar, pero nunca cruzaba el umbral.

En el pueblo, los niños ya no iban a su casa a pedir el aguinaldo en Navidad. Preferían las monedas a los polvorones caseros. Y el vino que ofrecía Dolores no era de las mejores bodegas, sino de la cosecha que ella misma pisaba. Solo el vecino, Paco “el Boticario”, cuando ya llevaba unas copas de más, se atrevía a visitarla.

¡Dolores, echa un trago por la salud, por la suerte, por el año nuevo! farfullaba, tambaleándose.

Ella servía, y aunque no le gustaba su compañía, bebía con él. Al menos así dormía mejor. Pero Paco nunca sabía callar a tiempo.

Así vamos pasando los años, Dolores Mi mujer y yo, como dos troncos viejos en el bosque. No nos queda nadie. Pero tú tú tienes una hija.

¡Bebe y cállate, Paco! ¡Hablas más que un loro en la feria! ¡Claro que tengo hija! ¡No sé dónde estará, pero la tengo! ¡Vete ya a tu casa! le espetaba, casi empujándolo hacia la puerta.

Pero Paco no se movía.

Ya sé por qué te enfadas Todos en el pueblo lo saben. Le diste a tu nieto a extraños. ¿O me vas a decir que es mentira? Las viejas del pueblo murmuran que ese niño te visita en sueños Que por eso no duermes. ¿Verdad? ¿Tienes miedo? se reía, mirándola con sorna.

Dolores, furiosa, lo agarró por la solapa de su chaqueta mugrienta y lo echó a la calle como a un gato callejero.

¡Largo de aquí, borracho! ¡Y no vuelvas nunca! gritó tras él.

Paco no regresó. Quizás por vergüenza, quizás por miedo. Pero ella, en el fondo, lo hubiera perdonado. Porque, al fin y al cabo, ¿qué más daba lo que dijera? Era la verdad.

Y sí, el niño aparecía en sus sueños. Nunca veía su cara, solo aquellos ojos brillantes. Se quedaba en la puerta, pidiendo entrar, pero nunca lo hacía.

***

Era Nochebuena, y el sol ya caía sobre los tejados del pueblo. Dolores sabía que Paco no vendría. Se sirvió un trago de vino. Al fin y al cabo, era fiesta.

De pronto, el perro del corral ladró con fuerza, y la puerta chirrió.

¿Se puede entrar? preguntó una voz desconocida.

En el umbral había un hombre joven, bien vestido, de mirada seria.

Dolores se levantó de un salto.

Pase si quiere.

Por la salud, por la felicidad dijo el forastero, esparciendo unos granos de trigo.

Ella lo observaba fijamente. Notó que, mientras hablaba, sus ojos recorrían cada rincón de la casa. ¿Qué buscaba?

¿Busca a alguien? preguntó, tensa.

El desconocido sacó de su bolsa una botella de vino, embutidos y dulces.

Solo quería compartir algo, si me permite.

Aturdida, Dolores sacó de la cocina una cazuela de patatas con chorizo y se sentó frente a él.

*¿Será alguien de Conchita? Pero es muy joven ¿Para qué lo habría mandado?* pensó, mientras servía la comida.

El visitante llenó dos copas. Ella no sabía qué decir.

No es de por aquí, ¿verdad? ¿Busca a alguien?

Sí ¿Usted es Dolores García?

La misma.

¿Su marido era Antonio García?

Sí Dios lo tenga en su gloria.

¿Y su hija es Conchita García?

Dolores asintió, cada vez más nerviosa.

Pues entonces el hombre se levantó, yo soy su nieto. David.

El mundo le dio vueltas. De pronto, recordó al niño de sus sueños, aquellos ojos que la miraban en la oscuridad Los mismos ojos que tenía este hombre.

Dolores gritó y cayó hacia atrás, pero unas manos firmes la sostuvieron.

No tema dijo él. No vengo a reprocharle nada. Solo quería conocerla. Mi madre adoptiva murió hace poco, y antes de irse me contó la verdad. Vine a ver a entender.

Ella lloró como nunca. Le contó todo, por primera vez en su vida. David la escuchó en silencio, sin juzgar. Cuando terminó, se levantó, miró alrededor y, con un suspiro, dijo:

Que Dios la juzgue, no yo.

Se fue tan rápido como había llegado. Dolores corrió tras él, descalza, pero solo alcanzó a ver la polvareda que levantó el coche al marcharse.

***

Conchita había sido una niña obediente.

Serás maestra decidió su padre. Y no te cases hasta terminar los estudios.

Aunque ya tenían un pretendiente elegido: un militar llamado Javier.

Es buen partido le decía su madre. Tendrás casa y seguridad.

Conchita soñaba con él, aunque era mayor. Pero un día conoció a Raúl, un estudiante apasionado. No hubo promesas, solo diversión. Hasta que él, al enterarse de que ella se casaría con otro, la golpeó brutalmente.

Dolores, al ver los moretones, supo la verdad: su hija estaba embarazada.

No te cases con ese bruto le ordenó. Y no vuelvas al pueblo. Que no se enteren los de Javier.

Su padre la trasladó a otra ciudad. Cerca del parto, fingieron una enfermedad y la llevaron a un sanatorio. Allí dio a luz a un niño sano.

No lo mires le advirtió Dolores. Olvídalo.

Conchita obedeció.

Javier regresó y se casaron. Vivían bien, pero él quería hijos.

No puedo le confesó ella. Los médicos dicen que fue por un parto difícil

Él, sospechando algo, descubrió la verdad.

¡No sois humanos! les gritó a Dolores y Conchita. ¡Hasta los animales cuidan a sus crías!

Se divorciaron. Conchita volvió al pueblo ocasionalmente, con distintos hombres, hasta que dejó de venir.

***

David se sintió en paz.

Su padre adoptivo, un cirujano, le había dejado su clínica. Todos decían que heredó sus manos y su bondad. Pero cuando su madre adoptiva enfermó, revisó sus expedientes médicos y descubrió la mentira: ella no podía haberlo tenido.

Dime la verdad le rogó en su lecho de muerte.

Ella le dio una dirección.

Y así llegó a esa casa, que reconoc

Rate article
MagistrUm
Mujer entrega a su recién nacido nieto a desconocidos: esto fue lo que sucedió después