Mujer entrega a su recién nacido nieto a desconocidos: Descubre lo que sucedió después

La mujer entregó a su recién nacido nieto a extraños. Esto fue lo que pasó

La casa la veía en sueños, y a una mujer muy parecida a esta que ahora lo recibía Esos mismos sueños los tuvo de pequeño, cuando enfermaba y lloraba. Porque aquella mujer no tenía rostro, solo unos ojos que brillaban como llamas. Le daba miedo, le parecía un fantasma. Entonces lloraba y llamaba a su madre. Ella se acostaba a su lado, lo bendecía y lo apretaba contra su pecho

La vida sigue. El aguinaldo

Hacía años que los aguinalderos ya no pasaban por su casa. Los chiquillos corrían ahora donde les daban un euro en vez de un panecillo sin sal. El aguardiente de Martina tampoco era de marcacasero, de esos que queman A lo mejor, algún vecino como Federico, después de recorrer el pueblo medio borracho y sosteniéndose en cuatro patas, se colaba por su puerta:

¡Que llueva, que llueva, Martina, por salud, por alegría, por el año nuevo échame un traguito! farfullaba, repitiendo lo de siempre.

Ella le servía, y de paso se tomaba una copita con élasí dormía mejor. Ojalá Federico pensara un poco en lo que decía, pero no, siempre soltaba la puñalada

Así es como acabamos, Martina Mi mujer y yo somos como dos troncos viejos en el bosque. No le importamos a nadie. ¡Pero tú tienes a tu hija!

¡Ojalá te callaras como los perros cuando les tiras un hueso! ¡Sí, tengo hija! ¡No sé dónde estará, pero la tengo! Así que vete a casa y deja de decir tonterías. ¡Largo de aquí! le espetó, casi gruñendo.

Federico no se movía, aunque Martina ya lo empujaba hacia la puerta.

Sé por qué te enfadas Lo sé Y todo el pueblo sabe que entregaste a tu nieto a unos extraños. ¿Dime que no es verdad? ¡Anda, dime! Je, je ¿Sabes lo que dicen las viejas? ¡Que el niño te visita en sueños! Por eso te brillan los ojos de noche ¡Porque tienes miedo! ¿Eh? ¿Miedo? le reía en la cara, burlón.

¡Escucha, borracho maloliente! ¡Lárgate! ¡Y no vuelvas más! Martina lo agarró por el cuello de la camisa mugrienta y lo sacó a rastras, como a un gato asqueroso.

¡Pero si estás loca, Martina! ¡Déjame! no podía zafarse de sus manos.

¡Nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca más vuelvas! le gritó mientras él se alejaba.

El tipo solo se reía Eso sí, nunca más volvió, ni por un trago ni por charlar. Quizá por vergüenza, o quizá por miedo. Ella lo habría perdonado, como siempre. Al fin y al cabo, era tradición recibir al aguinaldero. Nadie había oído lo que le dijo Pero era verdad Y la verdad duele.

A ella sí que se le aparecía el niño en sueños. Nunca podía distinguir su rostro. Solo aquellos ojos, como llamitas, brillando Se quedaba en el umbral, pidiendo entrar pero no avanzaba, ni recibía su aguinaldo Miles de veces había tenido ese sueño, o quizá ni siquiera era un sueño

***

El sol ya estaba alto cuando Martina entendió que Federico no vendría hoy. Recordó el pleito del año pasado y casi sintió otra vez la grasa de su camisa en los dedos. Se sentó sola a la mesa, se sirvió una copa ¡Era Navidad, al fin y al cabo!

En el patio, el perro ladró como loco y la puerta chirrió. Alguien entraba.

¡Felices fiestas! ¿Se puede aguinaldar? en el umbral estaba un hombre joven y bien parecido.

Martina se levantó de un salto y se plantó frente a él como una niña en el cole:

Pase, si va a aguinaldar

Por salud, por alegría el desconocido esparció trigo.

Ella no le quitaba ojo. Notó que, mientras echaba el grano, miraba cada rincón de la casa. «¿Venía a robar?» Casi deseó que apareciera Federico

¿Buscaba algo en concreto? ¿O solo vino por tradición? preguntó, insegura.

Bueno, lo normal es invitar al aguinaldero, ¿no? Pero no se preocupe, yo traje algo dijo, acercándose a la mesa y sacando de su bolsa vino, embutidos y dulces.

Martina, aturdida, sacó de la chimenea una cazuela de patatas con chorizo y se sentó frente al invitado, que ayudó a poner la mesa como si llevara años haciéndolo.

«¿Será algún hijo de Lucía? Aunque parece muy joven ¿Y para qué lo mandaría ella?» pensó, mientras servía la comida.

El invitado llenó las copas, y ella no sabía cómo romper el silencio. Algo tenía que decir

No es de por aquí, ¿verdad? ¿Anda buscando a alguien?

Sí ¿Usted es Martina Jiménez?

La misma.

¿Y su marido era Pedro Martínez?

Era ya falleció

¿Y su hija es Lucía Martínez? Aunque de ella no sé nada.

Sí sí

Bueno, si todo concuerda yo soy su nieto, Víctor el hombre se levantó y le tendió la mano por encima de la mesa , ¡encantado de conocerla!

El mundo le dio vueltas ante los ojos De pronto, recordó al niño que soñaba, pidiendo entrar. Este desconocido tenía los mismos ojos que aquel pequeño de sus pesadillas

Martina gritó y tambaleó pero unas manos firmes la sostuvieron y la sentaron en el banco.

¡No me tema! No vengo a reclamar nada Solo quería verla a usted, esta casa, el lugar del que me alejaron hace años Mi madre adoptiva murió hace poco, y antes de irse me lo contó todo. Por eso vine. Para ver

A Martina le parecía que estaba llorando a gritos, pero en realidad solo sollozaba. Y por primera vez en su vida, lo contó todo. El hombre que decía ser su nieto la miraba fijamente, y ella no sabía dónde esconder la mirada. Cuando terminó, Víctor se levantó, suspiró, recorrió la casa con la vista Y como había entrado, un extraño, así se marchó, dejando en el umbral una última frase:

Que Dios la juzgue No yo

La nieve del camino voló tras su coche. Ni siquiera tuvo tiempo de ver la matrícula o la marca. Salió corriendo, sin abrigo, hasta la verja Y allí se quedó, con el corazón encogido.

***

Lucía siempre fue una niña obediente.

¡Serás maestra! decidió su padre. ¡Y ni pienses en casarte hasta que termines los estudios!

Ella ni lo pensaba, aunque sus padres ya tenían un novio en mente. Su madre le susurraba:

Hija, eres una chica guapa. No te conformes con cualquier palurdo. Mira Andrés, el hijo de Ignacio ¡Ese sí que es un buen partido! Militar, con sueldo fijo y piso en la ciudad. Justo para cuando termines de estudiar

Aunque no hiciera falta el consejo, Andrés ya le gustaba. Era mayor, pero cuando volvía de permiso, todas las chicas se le pegaban como moscas. Y a él también le gustaba ella. Pero había que esperar. La acompañó a casa una noche:

Solo tres años. No es tanto. Nos escribiremos Luego nos casamos.

Y ella le prometió

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