Una mujer embarazada y sin hogar estaba plantada justo a la entrada de la sala de maternidad. Nadie sabía quién era ni de dónde había salido hasta que el doctor Javier Méndez la miró a los ojos y, en ese instante, todo dio un vuelco.
Madre mía, esa noche me tocaba estar de guardia cuando apareció. Bueno, más bien se materializó ahí, como caída del cielo. Embarazada, con la piel pálida y una mirada que te partía el alma, llena de dolor y una petición muda de ayuda.
Se sentó en un banco del pasillo, abrazándose la tripa, casi sin moverse. Sin papeles, sin nada ni siquiera un nombre para poner en el registro.
Los compañeros cuchicheaban: *”¿Y esta qué? ¿Adónde la mandamos?”*. La matrona jefa ni se inmutó, hizo un gesto con la mano como diciendo *”ahora no, no hay tiempo”*.
Yo ya me acercaba cuando el doctor Méndez apareció en el pasillo. Se quedó clavado al verla. Su mirada se volvió oscura, como si no viera a una paciente, sino a un espectro de su pasado.
¿Quién es? preguntó en voz baja, pero nadie supo responder.
Se agachó frente a ella, le cogió la cara con cuidado y la miró fijamente. Vi cómo su expresión cambiaba: primero duda, luego como si la reconociera de repente.
Ponedla en una habitación. Ahora ordenó seco, sin mirarnos.
Noté que sus ojos se fijaron en un collar de plata viejo que llevaba colgado. De pronto, murmuró casi para sí mismo:
Dios santo ¿puede ser ella?
El doctor la ayudó a levantarse y la guió a una habitación vacía. La puerta se cerró tras ellos.
Nos miramos entre nosotras. Nunca lo había visto así. Siempre tan sereno, tan controlado pero ahora había urgencia en sus gestos, angustia en la mirada.
Minutos después, entré con el suero. Ella estaba sentada en la cama, y él le hablaba bajito, casi en un murmullo. Solo capté palabras sueltas: *”entonces no llegué lo siento”*. Ella apartó la cara y apretó el collar con fuerza.
Mientras le ponía el gotero, la tensión en la habitación era palpable. La mujer no decía nada, pero había algo en sus ojos algo que me resultaba familiar, aunque no sabía qué.
Sabes que ahora todo será distinto dijo él en voz baja, con un tono que no era de médico, sino de alguien que sufre.
Ella asintió, sin levantar la vista.
Doctor, perdone no pude contenerme, ¿quién es?
Me miró como midiendo cada palabra. Luego, respiró hondo:
Es mi hermana.
Casi se me cae el suero de las manos.
Pero usted siempre dijo que no tenía familia
Tuve que decirlo me cortó. Perdimos el contacto hace más de diez años. Desapareció sin dejar rastro
No insistí. Pero al salir, supe que aquella historia no era tan simple como el reencuentro de dos hermanos. Había mucho más detrás.