Misterios Encantados

Mañana, Lola se despertó con fiebre. El día anterior había ido al cementerio de la sierra de Guadarrama porque su marido, Santiago, le había pedido que limpiara la tumba de su abuela. Mientras él buscaba la sepultura, Valeria se fijó en una bandada de cuervos posados sobre una verja oxidada. Sintió como si la miraran directamente y, al mirar el monumento de hierro, vio una foto en blanco y negro de una anciana con un pañuelo. De repente, una voz masculina y autoritaria resonó en su cabeza:

¿Qué miras? ¡Arráglalo!

Sin entender por qué, Valeria se puso a ordenar la tumba ajena. Y lo extraño no quedó ahí. Cuando Santiago descubrió la sepultura de su abuela, le pareció que aquel viejo monumento había sido sustituido por otro de mármol reluciente. La foto también había cambiado: en vez de la viejecita, ahora aparecía una mujer joven con una sonrisa de oreja a oreja.

¡No entiendo nada! exclamó desconcertado Santiago ¿Quién habrá hecho esto? No quedan familiares, todos están enterrados aquí.

Yo tampoco sé cómo pudo pasar se lamentó Lola, con la voz entrecortada.

***

Los brazos de Valeria dolían como nunca. Lo que más le inquietaba era quién había reemplazado el monumento de la querida abuela de Santiago.

¿Será una alucinación o brujería? le preguntó a su marido.

Ve al médico le respondió Esteban, el hermano de Santiago Yo mismo no entiendo el asunto del monumento.

En el hospital, la odisea de Lola comenzó. El cirujano le recetó inyecciones en las articulaciones, pero ella se negó. La radiografía no mostraba nada y la enviaron a la farmacia con una receta de cremas y analgésicos. Además, le cayó la presión y se sentía cansada. Valeria sentía que ya no quedaba órgano sano en su cuerpo. Así pasó varios días; los médicos no encontraban nada y la joven se preparó para lo peor. Una vecina del edificio, que había entrado a pedir sal, no la reconoció:

Cielo, ¿qué te pasa? le preguntó Vera No te ves bien.

Lola le contó la historia de la voz masculina que la había obligado a arreglar una tumba ajena y del monumento que se había transformado en la sepultura de la abuela de Santiago.

¿Una voz? ¿El monumento y la foto cambiaron? reflexionó la anciana Eso suena al dueño del cementerio, que te hizo cargar con la enfermedad de otro. Tal vez lo hizo por compasión, o quizá por soborno.

¿Qué quieres decir? sollozó Lola.

¡Magia negra! exclamó la vecina Necesitas ir a la iglesia.

La iglesia no le sirvió de nada. Lola sufrió esa extraña dolencia durante todo un año. Tuvo que dejar el trabajo y se movía con dificultad por su piso. Después de la Semana Santa, en el Día de los Fieles Difuntos, Santiago le propuso visitar a los familiares fallecidos:

¿Te atreves?

Lo intentaré respondió ella.

¡Eres tú la dueña del cementerio! sollozó la enferma ¡Acepta mi ofrenda! No quiero morir, tengo hijos, marido ¡Devuélveme las enfermedades ajenas!

Lola rompió a llorar a gritos. Parecía que todos los difuntos la miraban con lástima. En la foto del marido, sus ojos mostraron compasión.

¡Llévate el dinero! le susurró una voz en los oídos de Lola ¡Vete con Dios! La que te mandó esto recibirá su merecido.

¿Por qué lloras en una tumba que no es la tuya? le oyó decir Santiago, agitado ¡Vamos!

El monumento de la abuela de Santiago volvió a ser el mismo de siempre. En la foto aparecía la anciana con expresión triste.

¡Madre mía! gritó Santiago con horror.

¡Quiero vivir! sollozó Valeria de nuevo ¡Dueña del cementerio, protégeme!

***

Al día siguiente, Lola se despertó completamente curada. En la cabeza le daban vueltas los recuerdos de la jornada anterior. Sospechaba quién de los parientes había causado el mal. Resultó que la hermana del marido, que nunca la había querido desde la primera vez que la vio, enfermó de repente y falleció. Lola no podía creer lo que había pasado, pero al menos ya estaba bien.

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