«Misión a traición: el mensaje que lo cambió todo»

«Un viaje de negocios» con sabor a traición: la nota que lo cambió todo

Álvaro llegó a casa exhausto tras un largo día de trabajo. Dejó el maletín junto a la puerta y entró en la cocina, donde su mujer, Lucía, freía unas croquetas.

—Mañana me mandan de viaje —dijo secamente—. Prepárame la maleta.

Lucía se giró, frunciendo el ceño con desconfianza:

—¿No hay otro? Qué raro… un viaje en fin de semana…

Álvaro no respondió. Se encogió de hombros y se fue a cambiarse de ropa.

Al día siguiente, se marchó. Dos días después, regresó. La casa estaba en silencio. Ni Lucía ni su hijo, Hugo, estaban. Era tarde, y a esa hora solían estar siempre en casa.

—Qué raro —pensó Álvaro, colgando la chaqueta.

Sacó el móvil y llamó a su mujer. Sin respuesta. Iba a marcar de nuevo cuando vio un papel sobre la mesa de la cocina. Una nota. La letra era clara y tranquila, pero con cada palabra que leía, el pánico le apretaba el pecho.

*«Álvaro. No nos busques. Estoy harta de las medias verdades, las mentiras y la distancia. Hugo se ha venido conmigo a casa de mi madre. Necesitamos tiempo. No llames. Si nos quieres, dánoslo.»*

La leyó una y otra vez. Le dolía el corazón. Se dejó caer en una silla, con la mirada perdida. Comenzaron a desfilar en su mente los últimos días…

El nuevo director del departamento había llegado sin aviso. El respetado y veterano Emilio Díaz fue sustituido por una mujer fría y segura de sí misma: Sofía Herrera. Se murmuraba que su nombramiento era un favor de arriba, pero nadie lo decía en voz alta.

En la primera reunión, Sofía dejó clara su postura: disciplina, puntualidad, cero relajación. Álvaro llegó un minuto tarde y recibió una mirada heladora.

—Apunte lo que digo —su voz cortaba como un cuchillo—. No toleraré otro retraso.

Tres semanas después, todos se esforzaban por cumplir. Álvaro también lo hacía. Y, al parecer, ella lo notó. Un día lo llamó a su despacho.

—Trabaja con eficacia. ¿Por qué no ha ascendido aún? —preguntó Sofía, jugueteando con un bolígrafo.

—No lo sé… —respondió él con honestidad.

—El viernes hay una feria importante en Madrid. Usted irá. Evalúe el equipo y dé su opinión. Y quizás… —hizo una pausa— …consideraremos un ascenso.

Álvaro sintió un nudo en el estómago. Había prometido a Hugo llevarlo al parque ese fin de semana. Su hijo lo esperaba. Y Lucía… seguro que sospecharía algo.

Pero fue.

Y, como si el destino se burlara de él, en el tren se encontró con Sofía. Iba vestida de manera informal pero elegante, y parecía casi cercana.

—No tema. No muerdo —sonrió—. Este viaje le hará bien.

Hablaron durante todo el trayecto. En el hotel, sus habitaciones estaban… una al lado de la otra. Álvaro dudó que fuera casualidad.

Esa noche, llamaron a su puerta. Al abrir, vio a Sofía. En una mano, una botella de cava; en la otra, una caja de bombones.

—¿Puedo? —preguntó en voz baja.

Todo sucedió rápido. El cava, la conversación, la mirada… una mano en su hombro… Un beso al que no se resistió.

Al volver a casa, notó que algo andaba mal. Lucía estaba fría, aunque no dijo nada.

Hasta que… encontró una mancha de carmín en su camisa.

—¿Esto qué es? —su voz era suave, pero aterradoramente tranquila—. Sabía que ese viaje no era de trabajo.

Gritos, llantos, reproches. Álvaro calló. Esa noche durmió en el sofá, no en la cama.

Y al día siguiente… la nota sobre la mesa.

Permaneció allí, con el papel temblando entre sus dedos. No notó las lágrimas hasta que ya rodaban por su rostro. No lo había planeado. No lo quiso. Pero ocurrió.

En la oficina, volvió a la rutina. Sofía actuaba como siempre: fría, distante. Y cuando volvió a proponerle un viaje, él respondió con firmeza:

—Lo siento. No iré. Le prometí a mi hijo, y no pienso fallarle otra vez. Hay otros compañeros capaces.

Sofía arqueó una ceja.

—¿Es consciente de que esto podría cerrarle puertas?

—Lo sé. Pero ya he cerrado demasiadas.

Salió sin mirar atrás.

Ese fin de semana, llevó a Hugo al parque. Le compró un helado. Lo subió a los columpios. Lo oyó reír. En su corazón, había calma. Y, por primera vez en mucho tiempo, paz.

El puesto se lo dieron a otro. Y aunque Lucía no volvió de inmediato, un mes después empezaron a hablar. Poco a poco. Como adultos.

Y Álvaro nunca más confundió su carrera con lo que realmente importaba: su familia.

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