Mis amigas y mi ex tienen pareja, pero yo sigo solo

Todas mis amigas tienen su vida amorosa resuelta — incluso mi ex ha encontrado pareja. Y yo llevo años viviendo sola.

Tengo treinta años. Y, la verdad, esta no es precisamente la etapa más feliz de mi vida. Los años pasan y sigo sin salir de este círculo vicioso de soledad. Casi cinco años han pasado desde que me divorcié de mi marido. Podría parecer una eternidad, pero aquí estoy, igual que antes, completamente sola.

A veces caigo en la cuenta de que los mejores años se me escapan entre los dedos. No los vivo abrazada a alguien que me quiera, ni entre el bullicio de los desayunos en familia, ni rodeada de risas infantiles, sino en silencio, con solo el tictac de mis pensamientos angustiosos como compañía. La paradoja es que, en la universidad, yo era esa chica —la más guapa de la facultad, rodeada de pretendientes. Entonces, elegir pareja era solo cuestión de gustos. ¿Y ahora? Ni rastro queda de eso.

Mis antiguos pretendientes llevan años asentados —algunos ya tienen dos hijos. Hasta aquellas chicas que yo consideraba “poco agraciadas” están casadas y suben fotos de vacaciones en familia. ¿Y yo? Parece que me he quedado atrapada entre el “aún no es tarde” y el “ya no le intereso a nadie”.

Casi no me quedan amigas. Unas están inmersas en el mundo de las actuaciones escolares y las actividades extraescolares; otras, en conversaciones interminables sobre maridos, tareas del hogar y reformas. Cada vez tenemos menos en común, y con cada encuentro, nos volvemos más extrañas la una para la otra. Me llaman por cumpleaños por educación, y yo voy porque no tengo otro plan.

Lo he intentado. En serio. Me apunté al gimnasio —pensando que quizá conocería a alguien. Soñaba con que las máquinas no solo serían para estar en forma, sino también para hacer nuevas amistades. Pero nada. Como mucho, una sonrisa educada frente al espejo.

Luego probé con lo más drástico: me registré en una app de citas. Pensé: “¿Cuánto tiempo más voy a tener miedo? ¿Y si el problema soy yo?”. Pero ahí también me esperaba la decepción. La mayoría eran hombres buscando aventuras pasajeras, otros que esperaban que yo les invitara a cenar o, directamente, que les siguiera el juego cuando, en el primer mensaje, me soltaban eso de “ven a tomar un café a mi casa”. ¿Sencillez? No. Grosería y falta total de respeto.

Y cuando aparecía alguien que parecía decente, en persona no tenía nada que ver con las fotos del perfil. Ni en apariencia, ni en cerebro, ni en edad. Empecé a desarrollar miedo a esas citas. Yo buscaba a un hombre maduro, equilibrado, no a un crío que necesitara una niñera en vez de una compañera.

Tres años llevo con este intento. A veces pienso que habría sido mejor no divorciarme. Aunque sé que en su momento fue lo correcto, había razones de sobra. Pero él, mi ex, ya ha rehecho su vida. Joven esposa, pronto un bebé. Y yo… solo silencio. Vacío. Una envidia que me avergüenza y un dolor que no cesa, porque sigo sin encontrar a nadie y la sensación de no ser suficiente se ha vuelto mi compañera diaria.

Siento que mis inseguridades me ahogan. He dejado de creer que merezco amor. Bajo la mirada cuando veo parejas felices. A veces pienso que estoy maldita, y que nadie puede romper este hechizo de soledad.

No sé qué hacer. ¿Cómo salgo de este bucle? ¿Cómo recupero la fe en que no soy una más, sino alguien a quien se puede querer? ¿Cómo creer que aún hay esperanza?

A lo mejor tú me das una idea… Porque yo ya no tengo ni fuerzas ni fe.

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