**El Millonario Disfrazado y la Cajera Humillada**
Aquel día, don Javier decidió salir sin su chófer ni su traje de diseñador. Se puso una gorra de béisbol, unas gafas de sol baratas y una camiseta de mercadillo. Nada que llamara la atención. Era el dueño de una de las cadenas de supermercados más importantes de España, pero quería comprobar algo. Había recibido demasiadas quejas sobre maltrato en una de sus tiendas en Madrid. Así que, con un carrito oxidado y aire de despistado, entró como un cliente más.
Nadie lo reconoció, pero lo que vio en la caja fue peor de lo esperado. La cajera, una chica llamada Lucía, no tendría más de 23 años. Tenía los ojos enrojecidos y las manos le temblaban mientras pasaba los productos. Intentaba sonreír a los clientes, pero su mirada delataba que por dentro estaba hecha trizas. Y entonces llegó él: el gerente, un tipo con traje ajustado, corbata demasiado estrecha y una voz que cortaba como un cuchillo.
*Otra vez tú, bonita, pero inútil. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?*
Lucía bajó la cabeza, conteniendo las lágrimas. Javier apretó los puños sin que nadie lo notara. Una señora en la fila intervino con suavidad:
*Perdone, pero así no se trata a nadie.*
El gerente se giró como un resorte:
*¡Cállese, señora! Esto no es cosa suya.*
La chica balbuceó:
*Lo siento, es que el sistema se ha bloqueado*
Él le dio un golpe al monitor, haciéndolo tambalear.
*¡Excusa barata! Para eso estás aquí, para servir, no para lloriquear.*
El silencio en el supermercado era espeso. Nadie movía un dedo. Javier respiró hondo, recordando a su madre, que había sido cajera años atrás para sacar adelante a la familia. *”Así no se gana el pan”*, pensó. El gerente seguía, disfrutando del espectáculo:
*¿Prefieres que te mande a reponer estantes o que llame a RRHH y te echen ahora mismo?*
Lucía apenas podía hablar:
*Necesito este trabajo*
*Pues espabila, porque estás colgando de un hilo rugió él.*
Un hombre con un niño en brazos abandonó la fila, indignado:
*¡Esto es injusto!*
El gerente le espetó:
*Si tanto la defienden, llévensela a casa. Aquí necesitamos gente que sirva, no llorones.*
Javier ya había visto suficiente. Sacó el móvil y grabó sin hacer ruido. Captó los gritos, los insultos, la cara de Lucía desmoronándose. Justo entonces, el gerente le arrebató el escáner y gritó:
*¡Vete! ¡Estás despedida!*
Lucía retrocedió, temblando. Javier guardó el vídeo y soltó el carrito. El gerente, orgulloso de su “autoridad”, ni sospechaba quién estaba delante.
Cuando Javier se quitó las gafas, el murmullo corrió como la pólvora: *”Es don Javier, el dueño”*. El gerente palideció. La subgerente, una mujer con cara de susto, llegó corriendo.
*He construido esta empresa con respeto dijo Javier, sin alzar la voz. Usted la ha convertido en un infierno.*
El gerente intentó defenderse:
*¡Yo he dado resultados!*
*El respeto no se mide en números replicó Javier, sino en cómo tratas a quien no puede defenderse.*
Lo escoltaron fuera. Javier se acercó a Lucía:
*¿Cómo te llamas?*
*Lucía*
*Lucía, lo que has aguantado hoy no se lo deseo a nadie. Pero esto va a cambiar.*
Los clientes empezaron a aplaudir. La subgerente pidió disculpas. Esa misma semana, el gerente fue despedido sin derecho a indemnización. Lucía ascendió a supervisora, y Javier implantó un sistema de denuncias anónimas.
Siguió visitando tiendas en incógnito, porque el respeto no se vigila desde un despacho. Nunca sabes quién puede estar detrás de una gorra y unas gafas de sol. Las apariencias engañan, pero la dignidad no es negociable.