Hoy me he decidido a escribir sobre todo lo que ha pasado estos meses. Parece que la vida me ha puesto frente a un espejo, y no siempre me gusta lo que veo.
Lucía siempre fue una niña obediente. Sacaba buenas notas y nunca daba problemas a su madre ni a su abuela. Pero en su último año de instituto, todo cambió cuando se enamoró. Empezó a faltar a clase, a contestar mal, a maquillarse de manera llamativa. Una tarde, Verónica encontró por casualidad productos de maquillaje caros en el cajón de su hija.
—Me los regalaron —dijo Lucía con naturalidad.
—¿Y quién tiene tanta generosidad? —preguntó Verónica, creyendo que hablaba de un compañero de clase.
—Es Álvaro.
—¿Álvaro? ¿Y de dónde saca él el dinero?
—Pues… ya trabaja.
Así fue como Verónica descubrió que su hija no solo tenía novio, sino uno mayor, que había terminado la universidad y ya tenía un empleo.
—¿Entiendes que eres demasiado joven para salir con un hombre adulto? —empezó Verónica.
—No soy ninguna niña. A ti te dejaron, ¿y a mí no?
Verónica parpadeó, desconcertada.
—Yo no salía con… Espera, ¿estás embarazada?
—Sí, mamá —gritó Lucía, desesperada—. Tú también me tuviste a los dieciocho. De tal palo, tal astilla, como dicen. Siempre me has dicho que me parezco a ti —añadió en un susurro.
Verónica la miró con horror.
—Bueno, me voy —dijo Lucía, pasando junto a su madre hacia la puerta.
—¿Adónde vas? ¡No hemos terminado! —Verónica corrió tras ella—. ¿Y los deberes? Los exámenes están cerca —insistió, mientras su hija se ataba los cordones de las zapatillas.
Lucía se irguió de golpe, apartó un mechón de pelo de la cara y la desafió con la mirada.
—Los deberes… ¿En serio, mamá? ¿Y tú? ¿Con quién pasas las noches? ¿Crees que no me doy cuenta?
Verónica creía haber sido discreta, que su hija solo pensaba en sí misma. Lucía le lanzó una mirada triunfal y salió del piso.
—¡Lucía! —gritó Verónica, impotente, a la puerta cerrada.
Volvió lentamente al salón y se dejó caer en el sofá. Su hija había crecido, y con ella, los problemas. Embarazada… Dios, ¡no podía ser! Debía haber hablado con ella antes, pero Verónica seguía viéndola como una niña. No, aún no era tarde. Tenía que hacer algo. ¿Y con quién podía hablar? Solo con una persona: su madre.
—Mamá, ¿qué hago? Lucía sale con un hombre mayor. Está embarazada… —soltó Verónica por teléfono, desbordada.
—¿No estarás exagerando?
—No. Me lo ha dicho ella. No sé qué hacer, es imposible hablar con ella…
—Es igual que tú. Tampoco a mí me hacías mucho caso. Deberías haberte casado con ese… ¿Cómo se llamaba?
—Nunca le quise. Y esto no va de mí.
—Claro que va de ti. Si te hubieras casado a tiempo, Lucía tendría un padre y no iría buscándolo fuera.
Verónica entendió que tenía razón.
—Mamá… ¿Por qué no me dejaste abortar? —preguntó en voz baja.
—¿Te arrepientes de haber tenido a Lucía?
—No, claro que no, pero…
—Ahí tienes la respuesta. Imagina tu vida sin ella. Y no la regañes ni la presiones, solo empeorarías las cosas.
Hablaron largo rato. Verónica no se acostó, esperando a su hija. Cuando Lucía regresó, Verónica entró en su habitación. La joven se quitaba la sudadera por la cabeza, y Verónica vio su vientre desnudo. Siempre había sido delgada, pero ahora le pareció redondeado. No mentía. A Verónica le subió el calor de golpe.
—¿De cuánto estás? ¿Tres o cuatro meses? —preguntó, con voz apagada.
Lucía se sobresaltó y cubrió su vientre con la ropa.
—Mi niña… —Verónica se acercó y la abrazó—. No voy a reñirte. Quiero saberlo todo para ayudarte.
Lucía levantó la mirada, con lágrimas en los ojos.
—Él dijo que no pasaría nada —susurró.
—¿Lo sabe?
Asintió.
—¿Y qué harán?
—Perdóname, mamá.
—No llores. ¿Cómo os conocisteis? ¿Dónde trabaja?
—En una empresa… Es bueno, mamá. Nos casaremos después de los exámenes. Vive en un piso cerca de aquí.
—¿No es de aquí?
—No. Terminó la politécnica el año pasado.
—¿Vas a tenerlo? ¿Y los estudios? ¿No vas a ir a la universidad?
—No… Pero más tarde… —murmuró Lucía, evitando su mirada.
—Bueno. Es tarde. Acuéstate. Mañana será otro día. —Verónica salió de la habitación.
No podía dormir. ¿Quién lo haría después de semejante noticia? Revivió su propia historia.
En el instituto le gustaba un compañero, pero nunca salieron. Todo fue casual. Una vez, él invitó a varios amigos a su casa mientras sus padres estaban fuera. Bebieron, bailaron… Verónica se mareó y él la llevó a su habitación, la tapó con una manta y se durmió. Y luego… Todo sucedió rápido, y ella pensó que no habría consecuencias. Pero las hubo.
Cuando se lo contó a su madre, esta fue a hablar con los padres del chico. La culparon a ella. “Eres tú quien ha seducido a nuestro hijo, pero no vamos a dejar que arruines su vida… De tal palo, tal astilla…”
—¿Qué insinúan? Mi marido murió cuando Lucía tenía tres años. De un infarto. Ustedes deberían enseñar a su hijo a asumir su responsabilidad en vez de culpar a una chiquilla… —contestó su madre antes de irse con la cabeza alta.
La obligó a estudiar a distancia después del instituto y la convenció de no abortar. ¡Fue tan duro! Después, Verónica reprochó muchas veces a su madre su decisión. Pero Lucía creció, y todo quedó atrás. O eso creyó. Ahora su hija sería madre. Verónica esbozó una sonrisa irónica: “¡Seré abuela a los treinta y seis!”.
Los padres del chico lo enviaron a otra ciudad a estudiar, y nunca más lo vio. Verónica tardó años en volver a confiar, hasta que su jefe, viudo, empezó a cortejarla. Le propuso matrimonio, pero ella no lo amaba, y terminó dejando el trabajo.
El año pasado, un chico joven y atractivo empezó en su nueva oficina. Se fijó en Verónica, aunque ella se resistía. “Aquí hay chicas más jóvenes y guapas”, le decía. “Soy diez años mayor, tengo una hija casi adulta”. Pero eso no lo detuvo. Era insistente. Llevaban seis meses viéndose en su piso. A veces, Verónica perdía la noción del tiempo, inventaba excusas a Lucía… que, al parecer, ya lo sabía todo.
Roberto no tardó en proponerle matrimonio, pero Verónica tenía miedo. Miedo de presentarle a Lucía. Porque se parecía a ella, pero era más joven. ¿Y si él se fijaba en su hija? No soportaría otra traición.
Se sentía culpable. Debía haber pasado más tiempo con Lucía. Pero ahora era tarde. Al día siguiente, intentó convencerla de abortar.
—PiénsaloVerónica abrazó a su hija con lágrimas en los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo iba a estar bien, porque al fin habían encontrado el camino para entenderse.