Mientras ella pagaba, él se alejaba.

**Diario de un Hombre**

Mientras Adela pagaba la compra, Javier se quedó apartado, como si no fuera con él. Y cuando ella empezó a meter las cosas en las bolsas, él directamente salió a la calle. Adela salió del supermercado y se acercó a Javier, que en ese momento fumaba un cigarrillo.

—Javi, coge las bolsas— le pidió, alargándole dos grandes bolsas llenas de comida.

Javier la miró como si le hubiera pedido algo ilegal y, con tono de incredulidad, preguntó:
—¿Y tú qué?

Adela se quedó paralizada. ¿Qué quería decir con eso? ¿A qué venía esa pregunta? Lo normal era que un hombre ayudara en estas cosas. Y no tenía sentido que ella cargara con todo mientras él iba tan campante.

—Javi, pesan mucho— respondió, conteniendo la frustración.

—¿Y qué?— siguió resistiéndose él, sabiendo que estaba molestándola.

No le apetecía llevarlas por puro orgullo. Avanzó rápido, dejándola atrás. «¿”Coge las bolsas”? ¿Acaso soy su criado? ¿O su esclavo? ¡Soy un hombre, y yo decido si las llevo o no! Que las cargue ella, no se va a morir», pensó. Hoy le apetecía marcar territorio.

—Javi, ¿adónde vas? ¡Coge las bolsas!— gritó Adela, casi al borde de las lágrimas.

Sabía que pesaban, porque él mismo había metido media compra en el carrito. Aunque la casa estaba a cinco minutos, con tanto peso parecía el doble.

Adela caminó hacia casa con los ojos vidriosos. Esperaba que Javier volviera, que todo hubiera sido una broma. Pero no. Lo vio alejarse sin mirar atrás. Le entraron ganas de soltar todo, pero siguió adelante como en trance. Al llegar al portal, se sentó en el banco, exhausta. Quería llorar, pero no en la calle. Además, el dolor era más fuerte que la fatiga: no solo la había humillado, sino que lo hizo a propósito. Antes era tan detallista…

—Hola, Adelita— la voz de la vecina la sacó de sus pensamientos.

—Hola, doña Carmen— contestó.

Doña Carmen, vecina del segundo, había sido amiga de su abuela. Desde que esta murió, se habían vuelto cercanas. Adela no tenía a nadie más: su madre vivía en otra ciudad, con otra familia, y de su padre ni rastro. Así que doña Carmen era su único apoyo.

Sin dudarlo, decidió regalarle toda la compra. Al menos serviría para algo. La pensión de la señora era escasa, y a Adela le gustaba llevarle caprichos.

—Venga, doña Carmen, la acompaño— dijo, levantando las bolsas de nuevo.

Al llegar al piso, dejó todo en la cocina de la anciana. Cuando la mujer vio los boquerones, el paté, las latas de melocotón y demás delicias que no podía permitirse, se emocionó tanto que a Adela le dio vergüenza no hacerlo más a menudo. Se despidieron con un beso, y ella subió a su casa.

Al abrir la puerta, Javier salió de la cocina, masticando algo.

—¿Y las bolsas?— preguntó como si nada.

—¿Cuáles?— replicó Adela en el mismo tono— ¿Las que me ayudaste a llevar?

—Venga ya, ¿eh?— intentó quitarle hierro— ¿Te has enfadado por eso?

—No— respondió tranquila—. Solo he sacado mis conclusiones.

A Javier se le heló la sangre. Esperaba gritos, drama, lágrimas… pero esa calma lo inquietó más.

—¿Y qué conclusiones son esas?

—Que no tengo marido— suspiró—. Creí que me había casado, pero resulta que me emparejé con un memo.

—No lo entiendo— puso cara de ofendido.

—¿Qué no entiendes?— lo miró fijamente—. Quiero un hombre, no un niño. Y tú, al parecer, también quieres un hombre… en ese caso, búscate un novio.

La cara de Javier enrojeció de ira, apretando los puños. Pero Adela ni lo vio: ya estaba en la habitación, metiendo sus cosas en una maleta.

Él se resistió hasta el final. No entendía cómo algo tan “tonto” podía romper un matrimonio:

—¡Si todo iba bien! ¿Qué mal hay en que lleves tú las bolsas?— se quejó, mientras ella tiraba sus camisas sin mirarlo.

—Tu maleta, espero que la lleves tú— cortó Adela, sin inmutarse.

Sabía que esto era solo el principio. Si cedía ahora, cada vez sería peor. Así que cerró la puerta tras él y respiró hondo.

**Lección aprendida:** El respeto no se pide, se exige. Y a veces, un gesto pequeño revela un carácter enorme.

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MagistrUm
Mientras ella pagaba, él se alejaba.