Ay, te cuento una que me pasó en mi boda… ¡Para que veas lo que es tener una suegra complicada!
Siempre supe que mi suegra, Doña Carmen, era una mujer difícil. Pero ni en mis peores pesadillas imaginé que llegaría a mi boda vestida de blanco. ¡Un vestido casi de novia! Largo, de encaje, que le marcaba la figura. Entró en el registro civil como si fuera la protagonista del día. Los invitados cuchicheaban, pero ella, tan fresca, soltaba:
Bueno, ¿qué pasa? ¡Hoy es un día de fiesta para todos!
La primera señal de alarma fue cuando insistió en ir en el mismo coche que nosotros.
¿Acaso ya soy una extraña? dijo mientras se sentaba junto al novio. A mí me tocó apretujarme en el asiento de atrás. Vaya comienzo, ¿no?
En el registro, se plantó a nuestro lado como si fuera la tercera en discordia. En todas las fotos, su mano en el hombro de mi marido, su cara más cerca de la cámara que la mía. En un momento, hasta me arregló el velo y me susurró:
Se te ha torcido todo… Déjame, que yo lo pongo bonito.
En el banquete, actuó como si fuera la anfitriona: cambiaba la música, le decía a los camareros que “la ensalada estaba sosa” y, lo peor, no paraba de cuchichear con mi marido. Como si necesitara recordarle de quién era hijo.
Y luego… ¡el colmo! Se levantó para brindar:
Les deseo felicidad… Aunque, la verdad, yo pensé que mi hijo habría elegido a otra. Pero bueno, si esto es lo que quiere…
Se hizo un silencio de muerte. Yo sonreía como podía, pero por dentro estaba que echaba chispas.
Y ahí dije: basta. Se acabó el circo.
Me acerqué a ella con una copa de vino, como para hacer las paces y una foto. Cuando se inclinó, “sin querer”, le di un golpecito con el brazo. ¡El vino tinto directo a su vestido blanco!
¡Ay! gritó, limpiándose. ¡Qué torpeza!
Rápida, le sugerí:
En el baño hay espejo y toallitas. Ve a ver si sale.
Salió… y yo tras ella. En cuanto entró en el cubículo, cerré la puerta suavemente y le eché el pestillo por fuera.
Al volver, dije tranquilamente a los invitados:
Doña Carmen se ha ido a casa, no se encontraba bien. Pidió que no la molestáramos.
El ambiente cambió al instante. La música sonó más alegre, los invitados volvieron a reír… y por fin me sentí como la novia, no como una espectadora en el drama familiar de otro.
No me arrepiento ni un poco. Pero algo me dice que la vida con esta suegra va a ser… interesante.