Mi pareja vive con su madre enferma desde hace seis meses y no quiere volver a casa: Me acusa de no querer comprenderlo.

**Diario personal**

Mi marido lleva seis meses viviendo con su madre “enferma” y no parece tener intención de volver a casa. Me acusa de no querer entenderlo, de no apoyarlo en esta situación.

Lleva medio año instalado en casa de su madre. Ella no para de fingir que está mal. Antes solía quedarse con ella una o dos semanas, pero esto ya es demasiado. Y encima soy yo la que no lo comprende, según él.

¿Cómo se supone que debo ayudar a una suegra que manipula para destruir nuestro matrimonio? Lo tiene atado con el método más simple: hacerse la débil. Ya viví con esa mujer una vez, y no pienso repetir el error.

Su madre nunca aceptó que nos casáramos, desde el principio. Aunque no lo decía abiertamente, porque quería que su hijo la viera como una buena madre, siempre buscaba enfrentamientos conmigo. Nunca le di pie, sobre todo porque apenas teníamos contacto. Teníamos nuestro propio piso en Madrid, donde vivíamos juntos. Claro, eso tampoco le hacía gracia. No es fácil controlar la vida de un hijo cuando ya no depende de ti, ni mucho menos la de su esposa, que no está obligada a caerte bien.

Pero mi suegra ideó otro plan. No es la primera en probarlo: fingirse enferma para necesitar atención constante.

Antonio, mi marido, nunca antes había estado expuesto a este tipo de manipulaciones maternas, así que cayó redondo. “La pobrecita” tenía tantos males que cualquier hospital la habría estudiado como caso excepcional. Presión alta, presión baja, dolores en el pecho, en la espalda, crujidos en las rodillas, desmayos… Al principio incluso yo pensé que era real, que quizá era por el estrés de ver a su hijo marcharse con otra mujer.

La primera vez que se puso “grave” y Antonio se quedó una semana con ella, yo misma fui a ayudar. El primer día, su actuación fue impecable. Pero a los dos días noté que todos sus síntomas desaparecían en cuanto él salía por la puerta. Recobraba el ánimo, se movía sin problemas… Hasta que oía la llave en la cerradura, y entonces volvía la agonía.

Se lo conté a mi marido, pero no me creyó, claro. Ella lo hace demasiado bien. Así que recogí mis cosas y me fui. Antonio volvió unos días después, diciendo que su madre ya estaba mejor. Obvio: mi partida fue su mayor alegría. Pero semanas después, la farsa recomenzó.

Me sacaba de quicio que, cada vez que ella “recaía”, él se mudaba allí indefinidamente. Curiosamente, su mejoría llegaba justo cuando yo insistía en llamar a un médico. Nadie enferma tan seguido sin motivo. Y justo cuando la visita médica parecía inevitable, ella milagrosamente se recuperaba. Antonio, aliviado, volvía a casa… hasta la siguiente vez.

Llevamos seis meses así. Al principio hubo una razón válida: una operación de rodilla. Hace dos años se cayó y tuvo problemas, y el médico recomendó intervenir para evitar complicaciones.

Antonio se quedó con ella tras la operación, como era lógico. No me opuse: alguien tenía que ayudarla. Pero pasado el reposo, él no regresó. Su madre empezó a exagerar: que si se tropezaba al caminar, que si apenas podía levantarse cuando él no estaba…

Seis meses después, sigue allí, tragándose sus mentiras. Aunque ningún médico encuentra nada, aunque todos aseguran que está bien, que puede caminar sin muletas, que solo debe evitar correr… Pero qué sabrán ellos, ¿no?

Le di un ultimátum: o vuelve a casa definitivamente, o recojo sus cosas y pongo fin a esto. Ahora él me acusa de no amarlo, de no comprenderlo. “No estoy con una amante”, dice. “Es mi madre, que me necesita”.

Mis amigas no entienden por qué aguanto. Para ellas, la solución es obvia: el divorcio. Y supongo que, por fin, yo también lo veo así. Aunque hasta el último momento quise creer que la cordura de Antonio terminaría por imponerse.

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Mi pareja vive con su madre enferma desde hace seis meses y no quiere volver a casa: Me acusa de no querer comprenderlo.