**Diario de una madre preocupada**
No soy de esas suegras que se meten en la vida de sus hijos. No interfiero. Mi hijo eligió a su esposa, y aunque parece educada y amable… la verdad es que no sabe ni hacer un té. Y lo peor es que no quiere aprender. Tiene esa idea moderna: «Los dos trabajamos, así que todo se reparte por igual». Bonito en teoría, pero ¿y en la práctica? Pasta instantánea, empanadillas fritas y salsas de sobre.
Siempre tienen prisa. Todo es rápido, rápido comer, rápido acostarse. ¿Adónde van con tanta urgencia? ¿Instagram? ¿TikTok? Ni siquiera tienen hijos. ¿Por qué no preparan una cena decente? ¿Por qué no cuidarse un poco más?
Me preguntarán cómo sé todo esto si no me entrometo. Pues porque mi hijo viene a verme más de lo normal. Se pasa por aquí y, de repente, suelta: «Mamá, ¿tienes algo para picar?». Al principio pensé que solo le apetecía mi cocido, pero un día le pregunté claro: «¿Es que no comes nada en tu casa?».
Y me lo contó. Sí, cocinan… a veces. Pero lo normal es pedir a domicilio. Rápido, caro y sin sabor. He ido un par de veces a su casa y todo parecía rico y bien presentado. Pero luego me enteré de que era comida de restaurante. Lo calientan, lo ponen en platos bonitos… y fin de la historia.
Casi me echo a llorar. Mi hijo no es un príncipe, pero es un hombre que trabaja diez horas al día y luego cena salchichas con pan. Y ella, ¿qué? ¿Así va a alimentar a sus hijos? ¿Con hamburguesas de caja?
No, no quiero ser entrometida. No voy a darle lecciones; si su madre no la enseñó, menos lo haré yo. Solo conseguiría que me odiara.
Así que actúo de otra forma. Pelé patatas, hice lentejas y las guardé en tarros. Así, cuando viene, tiene algo decente que llevarse. Yo tengo tiempo después del trabajo. ¿Qué voy a hacer? ¿Ver una serie? Prefiero cocinar. No es un sacrificio, solo cariño. De madre.
Tal vez digan que no debería ayudar tanto, que ya es mayor. Pero cuando lo veo en la puerta, cansado y con hambre, mi corazón no aguanta. Soy su madre. Y no entiendo a estas mujeres nuevas. Cocinar no es humillación, ni esclavitud. Es amor. Simple, cotidiano, pero amor.
Quizá solo estoy vieja. Y este mundo, donde Glovo está más cerca que la olla, se me escapa.