Mi marido y su amante cambiaron las cerraduras mientras yo estaba en el trabajo, pero no imaginaban lo que les aguardaba

Estoy parada ante la puerta de mi propio hogar en Zaragoza, con la llave que no encaja en la nueva cerradura, y siento que el corazón se me deshace. El matrimonio que luché tanto por rescatar se ha venido abajo en un instante. Sin embargo, mi esposo infiel y su amante no sospechan la lección que les tengo preparada, una que recordarán siempre.
Jaime, ya casi son las diez, mi voz tiembla cuando lo llamé la noche anterior prometiste estar en casa a las siete.
Él deja las llaves sobre la mesita sin siquiera mirarme.
Trabajo, Lucía. ¿Qué les digo al jefe? ¿Que tengo que volver a casa con mi mujer? su tono rezuma fastidio, como si yo fuera una molestia.
Trago saliva, observando la mesa que había preparado para una cena sencilla por mi cumpleaños. Dos velas parpadean junto al pastel que compré durante mi descanso del mediodía.
Sí, Jaime. Eso es justo lo que podrías hacer, por una vez, cruzo los brazos, conteniendo las lágrimas hoy es mi cumpleaños.
Por fin dirige la vista a la mesa. Su rostro se contrae al percatarse.
Maldita sea, Lucía, se me había olvidado masculla, pasándose una mano por el pelo.
Evidentemente, respondo helada, sintiendo que el dolor me ahoga por dentro.
No empieces, se defiende trabajo por nosotros, lo sabes.
Sonrío con amargura.
¿Por nosotros? replico apenas llegas a casa, Jaime. ¿Cuándo fue la última vez que cenamos juntos? ¿Vimos una película? ¿Hablamos como marido y mujer?
Eso es injusto, frunzo el ceño estoy construyendo una carrera para que tengamos futuro.
¿Qué futuro? ¡Vivimos como extraños bajo el mismo techo! mi voz se quiebra yo gano más que tú, así que no te escudes en mantener a la familia.
Su expresión se endurece.
Claro, ibas a sacarme eso, responde con sarcasmo ¿Cómo voy a alcanzar a mi exitosa esposa?
No me refería a eso
Basta, Lucía. Me voy a dormir, corta la conversación y se marcha, dejándome sola con el pastel frío y las velas consumidas.
Las apago, susurrándome que todo mejorará. Es mi marido. Lo amo. Los matrimonios tienen altibajos, ¿no es eso lo que siempre se oye?
¿En qué fallé al perdonarlo tan rápido?
Llevábamos tres años casados, pero el último se había convertido en una lenta y dolorosa desintegración. No teníamos hijos y, mirando atrás, agradezco al destino por ello. Yo, directora de marketing, aportaba la mayor parte de los ingresos, mientras Jaime, ejecutivo de ventas, se lamentaba del estrés, las largas jornadas, el tráfico de todo menos de la verdad, que descubrí demasiado tarde.
Tres semanas después de mi cumpleaños arruinado, regreso a casa antes de lo habitual con un migraña insoportable. Sólo quiero una pastilla y caer en la cama. Al llegar a la vivienda en las afueras de Zaragoza, noto algo extraño. El picaporte y la cerradura, antes de latón, ahora relucen con un metal plateado y nuevo.
¿Qué? murmuro, intentando la llave. No entra.
Lo intento otra vez, pero la llave no gira. Confundida, reviso la dirección. Sin duda, es mi casa.
Entonces descubro una nota pegada en la puerta. La familiar caligrafía de Jaime me golpea: Esto ya no es tu hogar. Busca otro lugar.
El mundo se nubla. Siento cómo la sangre se congela en mis venas.
¿Qué demonios? escapo de mí.
Golpeo la puerta, gritando su nombre. Finalmente, se abre. Jaime está frente a mí, y detrás, una mujer con mi albornoz de cachemir, regalo de mi madre.
¿En serio? mi voz tiembla de rabia y dolor.
Lucía, escucha, cruza los brazos, sonriendo con suficiencia sigo adelante. Ana y yo estamos juntos. Necesitamos este piso. Vete con alguien más.
Ana. La misma simple compañera de trabajo de la que hablaba desde hacía meses. Se acerca, manos en la cintura, y dice:
Tus cosas están en cajas en el garaje. Llévatelas y lárgate.
Los miro sin poder creerlo. Doy media vuelta y me dirijo al coche, sintiendo una determinación que hierve dentro de mí. Creen que pueden echarme como basura y salir impunes, pero no pienso rendirme. Necesito un plan, uno sólido y calculado.
Sabía a quién acudir.
¿Lucía? Dios mío, ¿qué te pasa? mi hermana Carla abre la puerta de su piso, ve mi rostro bañado en lágrimas y me arrastra dentro ¿Qué ha sucedido?
Me desplomo en su sofá y la historia brota entre sollozos.
¡Qué cabrón! exclama Carla cuando termino ¿Y esa Ana se puso tu albornoz?
El regalo de mamá, sollozo, secándome los ojos el de cachemir del cumpleaños pasado.
Carla va a la cocina y regresa con dos copas de vino.
Bebe, ordena luego pensamos cómo darles su merecido.
¿Qué puedo hacer? tomo un sorbo el piso está a nombre de Jaime. La hipoteca fue a su crédito porque el mío aún se recuperaba del máster.
Carla entrecierra los ojos.
¿Y quién pagó todo lo demás? pregunta.
Los dos, pero me detengo, comprendiendo yo compré todo: los muebles, los electrodomésticos, la reforma del baño el año pasado. Todo está a mi nombre.
¡Exacto! sonríe con astucia ¿Qué tiene Jaime, aparte de un piso vacío?
Abro la app del banco y reviso los movimientos.
Tengo todos los recibos. Siempre llevé las cuentas.
Claro, señorita Contable, se ríe ¡la reina del orden!
Por primera vez en ese día de horror, siento que recobro el control.
Creen que han ganado, ¿no? susurro.
Carla choca su copa con la mía.
No saben con quién se han metido.
A la mañana siguiente llamo a mi amiga abogada, Marina.
Lo que hizo es ilegal, dice tras un sorbo de café no puede cambiar la cerradura y echarte, aunque el piso esté a su nombre. Tienes derecho a vivir allí.
No quiero volver, respondo firme pero quiero recuperar lo mío.
Marina sonríe.
Entonces elaboramos una lista.
Pasamos la mañana enumerando todo lo que compré para el piso: sofá, televisor, nevera, alfombras Al mediodía tengo un inventario detallado con recibos, fechas y cantidades.
Impresionante, asiente con esas pruebas nadie podrá negar que es tuyo.
¿Entonces puedo llevármelo todo? pregunto.
Legalmente, sí. Pero te aconsejo ir con la policía para evitar acusaciones de allanamiento.
Recuerdo la sonrisa de suficiencia de Jaime, a Ana con mi albornoz, su seguridad de que lo tenían todo bajo control.
No, digo despacio tengo una idea mejor.
Ese mismo día contacto con una empresa de mudanzas. El propietario, Sergio, escucha mi historia y asiente comprensivo.
Tuvimos un caso similar, comenta al día siguiente, mientras Jaime y Ana salen a tomar café, los mudanceros entran con mi llave antigua y se llevan hasta el último tenedor que compré con mi sueldo, dejando el piso tan vacío que hasta los ecos se pierden en las paredes.

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MagistrUm
Mi marido y su amante cambiaron las cerraduras mientras yo estaba en el trabajo, pero no imaginaban lo que les aguardaba