«Mi madre quiere ayudar a comprar un piso, pero mi esposo decidió destinar ese dinero a la cirugía de su padre»

¿Sabéis lo que es vivir en un piso alquilado tantos años, esperando siempre que un día os echen? Mi marido, Arturo, y yo llevamos siete años así. En todo este tiempo, hemos vivido lo peor: que el casero necesite el piso para el hijo que vuelve de Erasmus, que los vecinos hagan de las suyas hasta volverlo inhabitable, que suban el alquiler sin avisar. Y mientras, ni siquiera podíamos plantearnos tener un hijo. ¿Cómo criar una familia sin un hogar estable?

Vivir con nuestros padres no era opción. Sus pisos en Madrid y Valencia son pequeños, sin espacio para nosotros. Arturo y yo terminamos la universidad, nos casamos al graduarnos, soñando con ser padres jóvenes, vitales. Ahora ni sé si quiero eso. ¿Y si nuestro hijo crece y se nos vuelve tan ajeno como esa juventud con sus ideas incomprensibles?

Los dos trabajamos, ahorramos, vivimos con lo justo. Nada de cafés, ni vacaciones. Todo por comprar un piso. Pero por mucho que nos esforcemos, el dinero no alcanza. Y encima, el padre de Arturo, enfermo del corazón, necesita ayuda. Mi marido paga sus tratamientos, lo que nos deja aún más ajustados. Pero es familia.

Hasta que un día, mi madre, Ana Belén, me dijo que heredó dinero de una tía. Quería ayudarnos a comprar un modesto piso de una habitación. ¡Por fin! Buscamos agencias, pisos… Unos eran una ruina, otros diminutos, anunciados como *”acogedores nidos”*. Pero seguimos, agotados, soñando con un hogar.

Pero entonces Arturo visitó a sus padres. Volvió callado, serio. Esa noche, me confesó: su padre empeoró. Necesita una operación. Poca esperanza, pero algo es algo. Y él quería usar el dinero de mi madre para salvarlo. *”La vida vale más que un piso. Podremos ahorrar de nuevo. Pero mi padre… tal vez no tenga tiempo”*, dijo con voz quebrada.

Yo me quedé muda. Luego le dije que ese dinero no era nuestro, que mi madre quería ayudarnos a nosotros, no a su familia. Que, claro, su padre estaba grave, pero ¿cómo podía decidir por el dinero de otra persona?

Arturo me miró como si fuera una desconocida. Me llamó egoísta. Dijo que si fuera mi padre, no lo dudaría. Ahora hablamos fríamente, como compañeros de piso. Y ya no sé si quiero ese hogar, si viviremos en él como extraños.

Cuando mi madre supo lo de Arturo, se negó a adelantar el dinero. Solo lo daría el día de firmar la compra. Lo entiendo. Es su dinero, para nosotros, no para otros. Pero duele. No quiero perder a mi marido. Solo quería un hogar. Un nido para los dos. Y en vez de eso, tengo el corazón helado.

La gente toma bandos. Sus amigos lo defienden. Los míos, a mí. Yo solo quiero amar y ser amada. Pero parece más difícil que juntar el dinero para una hipoteca.

¿Quién tiene razón aquí? ¿Él? ¿Yo? ¿O acaso no hay una respuesta?

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«Mi madre quiere ayudar a comprar un piso, pero mi esposo decidió destinar ese dinero a la cirugía de su padre»