Mi hijo y su esposa me regalaron un piso cuando me jubilé: el día que llegaron con las llaves, me llevaron al notario y me sorprendieron con este regalo para mi retiro, a pesar de mis dudas y diferencias pasadas con mi nuera—ahora, tras años de convivencia y aprendizaje, valoro este gesto tan generoso que mis familiares debatieron, recordándome historias de herencias en mi propia familia, hasta que comprendí que este regalo era una auténtica recompensa y el comienzo de una nueva etapa.

Mi hijo y su esposa me han regalado un piso cuando me he jubilado.

Hoy mismo, mi hijo y mi nuera han venido a verme y me han entregado las llaves; después, me han llevado directamente a la notaría. Estoy tan emocionada que apenas puedo decir una palabra, así que sólo acierto a susurrar:

¿Por qué me hacéis este regalo tan caro? ¡No lo necesito!
Es un extra por tu jubilación. Lo podrás alquilar, mamá me contesta mi hijo.

En ese momento, ni siquiera había tramitado aún mi pensión. Acababa de dejar el trabajo tras toda una vida y ellos ya lo tenían todo pensado por su cuenta. He empezado a protestar, pero ellos me han dicho que no me pusiera cabezota.

Con mi nuera Herminia no siempre me he llevado de maravilla. Al principio todo era tranquilidad y, de repente, surgía una tormenta. Yo la provocaba a veces, y otras era ella. Nos costó mucho tiempo aprender a convivir, a no discutir, a dejar la guerra de lado. Pero gracias a Dios, desde hace unos años mantenemos la paz en casa.

Cuando mi cuñada, Elena, se ha enterado del regalo enseguida me ha llamado para felicitarme. Luego, ha aprovechado para echarse flores: Pues sí que he educado bien a mi hija, ya ves, que no le ha importado que te hagan semejante regalo. Después va y dice que ella nunca aceptaría algo así, que lo habría guardado para su nieto.

He estado dando vueltas toda la noche pensando si alcanzaría a vivir sólo con la pensión, porque en realidad apenas necesito nada. Esta mañana he llamado a mi nieto Daniel y, casi sin querer, he empezado a tantear el terreno para ver si le apetecería que le montara el piso a él. Enseguida cumple dieciséis, empezará la universidad, tendrá novia No puede llevarla a casa de sus padres.

¡Abuela, no te preocupes! Yo quiero ganarme la vida por mí mismo me ha contestado Daniel.

Todos han rechazado quedarse con el piso. Lo he ofrecido a mi nuera, a mi nieto, hasta a mi propio hijo.

Entonces me he acordado de lo que le pasó a mi hermana mayor: su cuñada se deshizo de la casa y acabó en un piso compartido por obligación, aferrada a ese cuarto como a un clavo ardiendo.

Nuestro tío… Hace quince años que ya no está y sus herederos siguen sin hablarse, porque nunca lograron repartirse la herencia sin pelear.

Recuerdo también lo que vi una vez en la televisión: a una madre y un padre que dejaron la casa al hijo, y él, ni corto ni perezoso, los echó a la calle y terminó vendiendo la casa familiar, dejando a sus padres sin nada.

He llorado no sé bien si de agradecimiento, de orgullo por mis hijos o por ambas cosas a la vez. Después de ir a la Seguridad Social, me han dicho que mi pensión es de dos mil euros, y mi hijo ha alquilado el piso por tres mil euros al mes. Ahora sé que el regalo de mis hijos ha sido verdaderamente generoso y digno de reyes.

Rate article
MagistrUm
Mi hijo y su esposa me regalaron un piso cuando me jubilé: el día que llegaron con las llaves, me llevaron al notario y me sorprendieron con este regalo para mi retiro, a pesar de mis dudas y diferencias pasadas con mi nuera—ahora, tras años de convivencia y aprendizaje, valoro este gesto tan generoso que mis familiares debatieron, recordándome historias de herencias en mi propia familia, hasta que comprendí que este regalo era una auténtica recompensa y el comienzo de una nueva etapa.