Mi hijo fue mi amigo y mi apoyo toda mi vida, pero después de su matrimonio, nos convertimos en extraños.

Mi hijo siempre fue mi amigo y mi apoyo. Pero después de su boda, todo cambió.

Nunca pensé que mi propio hijo podría transformarse tanto bajo la influencia de otra persona. Alejandro, mi único hijo, siempre fue un chico de oro: educado, amable, dispuesto a echar una mano. Así creció y así siguió siendo hasta que se convirtió en adulto. Antes de casarse, éramos inseparables: nos veíamos a menudo, charlábamos horas sobre cualquier cosa, compartíamos penas y alegrías, nos apoyábamos mutuamente. Claro, sin pasarmenunca me entrometí más de la cuenta en su vida. Pero todo se vino abajo cuando ella apareció: Marina.

Para su boda, los padres de Alejandro regalaron a la pareja un piso de una habitación en el centro de Madrid, recién reformado. Se convirtió en su pequeño nido de amor. Aunque nunca me invitaron, mi hijo me enseñó fotos en su móvil: paredes claras, muebles nuevos, un aire acogedor. Tras la muerte de mi marido, apenas me quedaban ahorros, así que decidí darles casi todas mis joyascollares de oro, anillos, pendientes, acumulados con los años. Le dije a Marina: «Si prefieres fundirlas, no me importa». Solo quería ayudarles al comenzar su vida juntos.

Pero Marina… enseguida mostró su verdadera cara. Una mujer de carácter, afilada como una navaja. Me fijé en cómo rebuscaba entre los sobres de la boda, llenos de euros, con curiosidad por saber cuánto contenía cada uno. Por un lado, ese detalle podría hacer de ella una buena esposa, pero por otro… mejor no bajar la guardia. Ahora muchas mujeres ven al marido como una cartera, gastan su dinero como si fuera suyo, luego se divorcian, se llevan la mitad y buscan otra víctima. No deseo ese futuro para Alejandro, pero la preocupación me roe por dentro.

A los seis meses de casados, Marina anunció que no quería hijos por ahora. «No es el momento», decía. En su pequeño piso no cabía un bebé. Se encogía de hombros: «¿Qué quieres que haga? No voy a pedir un crédito, y quién sabe cuándo podremos permitirnos algo más grande. Alejandro aún no es director general». Hablaba en voz alta, pero yo escuchaba el cálculo en sus palabras. Mientras, yo vivo en la casa que mi difunto marido empezó a construir. Sigue sin terminar, con agujeros en las paredes. En invierno, el frío cala hasta los huesosmi pensión no da para calentarla entera. Y entonces Marina soltó: «Vende tu casa, cómprate un estudio y danos el resto para un piso más grande. Entonces hablaremos de niños».

¿Se entiende, no? Que yo, una mujer mayor y débil, me meta en un zulo mientras ellos se quedan con lo mejor. Y quién sabe si luego no me empujarían a una residencia. Al principio hasta lo consideré, si al menos me ayudaran económicamente una vez al mes. Pero ahora, ¡ni loca! Con alguien como Marina, hay que andarse con ojode ella cabe esperar cualquier cosa.

Después de aquella charla, Alejandro vino a verme varias veces. Con sutileza, insinuó que la idea no era tan mala: «¿Para qué quieres una casa tan grande? Un piso sería más cómodo, con menos gastos». Yo me mantuve firme: «Madrid crece, en cinco o diez años esta zona valdrá el triple. Vender ahora sería una tontería». Un día propuse un trueque: que ellos se vinieran a mi casa y yo me mudara a su estudio. Al fin y al cabo, era lo mismo, ¿no? Pero Marina se negó. No le gustaba que la casa necesitara reformas, inversión, mientras yo vivía tranquila en su pisito regalado. Ella quiere comodidad, aunque mi propuesta fuera más ventajosa. Así es ellay no hay vuelta de hoja.

Luego enfermé. Gravemente. Con fiebre, tos, dolor de cabeza. Llamé a Alejandro, suplicándole que viniera, que me trajera comida, medicinas. Sabía que los jóvenes tienen poco tiempo, pero ni siquiera tenía fuerzas para hervir agua. Antes, jamás hubiera imaginado que me dejaría tirada. ¿Y ahora? No apareció hasta el día siguiente. Me preparó un sobre de Frenadol, dejó una caja de aspirinas sin cajaposiblemente caducada, se encogió de hombros y se marchó. Por suerte, una amiga vino al rescate con sopa, medicinas, todo lo necesario. ¿Y si no hubiera estado ahí? ¿Qué habría sido de mí?

Mi hijo fue mi luz, mi sostén toda la vida. Confiaba en él ciegamenteera más que un hijo, un amigo, parte de mí. Pero el matrimonio lo borró todo. Ahora somos extraños, y no puedo hacer nada. Es mi único hijo, mi amor, mi orgullo, pero hoy veo claro: su corazón ya no está conmigo. La ha elegido a ella. Marina se ha puesto entre nosotros como un muro, y yo me he quedado al otro ladosola, abandonada, inservible. La razón grita que el vínculo está roto. Que es hora de que él elija: su madre o su mujer. Y la elección es clara como el agua. Pero mi corazón aún espera que recuerde todo lo que fui para él, que volverá. Aunque cada día, esa esperanza se derrite como un helado al sol de agosto.

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MagistrUm
Mi hijo fue mi amigo y mi apoyo toda mi vida, pero después de su matrimonio, nos convertimos en extraños.