“Mi hija está desesperada: lágrimas y la búsqueda del sentido de la vida
Soy madre de dos hijos: un varón y una mujer. Hace años que soy viuda. Mi esposo llegó a conocer a sus nietos, pero lamentablemente partió antes de que nuestros hijos decidieran formalizar sus uniones.
En nuestra familia siempre honramos las tradiciones. Creíamos que cuando dos personas se aman y desean compartir su vida, el matrimonio formal —ya fuera civil o religioso— era indispensable.
Sin embargo, mis hijos tenían otra perspectiva. Cada vez que intentaba convencerlos de legalizar sus relaciones, sonreían con indulgencia, tachando mis ideas de anticuadas. Insistían en que su amor no requería papeles ni ceremonias, que un sello en el DNI no alteraría sus sentimientos.
Pero la vida, tristemente, confirmó mis temores de la manera más cruel.
Una madrugada, llamaron a mi puerta. Era mi hija Lucía. En una mano llevaba una maleta, en la otra sujetaba a su niña de tres años, mientras en el cochecito dormía el bebé. Sus ojos brillaban de llanto.
—Mamá, ¿podemos quedarnos hoy contigo? Alejandro nos echó… Tiene a otra —su voz temblaba.
Quedé consternada. ¿Cómo era posible? ¡Lucía le había dado dos hijos maravillosos! Quise ir inmediatamente a enfrentarlo, pero al ver su desconsuelo, la abracé y pospuse el tema.
Lucía se licenció en Pedagogía por la Universidad Complutense, pero nunca ejerció. Alejandro, su pareja de hecho, insistió en que se quedara en casa:
—No necesito tu sueldo. Prefiero llegar a un hogar acogedor, comer guisos caseros y llevar camisas planchadas. Yo mantendré la familia.
Al llamarle para hablar del futuro, respondió con frialdad:
—Mi corazón pertenece a otra. Ayudaré económicamente a los niños, pero con Lucía todo terminó.
Ahora envía una modesta suma mensual. Mi pensión apenas alcanza. Lucía vive sumida en tristeza, llorando sin hallar propósito.
Hoy comprende que el matrimonio no es solo un símbolo de amor, sino un escudo jurídico, especialmente para las mujeres.
Aconsejo a todos los padres: hablen a sus hijos sobre la importancia del compromiso legal. Esta «moda» de convivencia sin responsabilidades acaba en dramas. La familia debe cimentarse en tradiciones y leyes. Solo así protegeremos a nuestros hijos y nietos de tales desgracias.”







