Un día, mi hija Susana me dijo que su madre había ido a la escuela. Al principio, pensé que era solo la imaginación de una niña, una forma de afrontar la pérdida. Sin embargo, los eventos que sucedieron después me conmovieron profundamente y cambiaron mi forma de ver el mundo.
Todo comenzó alrededor de seis meses después de que mi esposa falleciera. Susana y yo nos estábamos acostumbrando a nuestra nueva realidad: una casa silenciosa, cenas solitarias, la ausencia de esa voz tan amada. Hacía todo lo posible por cuidar de mi hija, pero sentía que algo faltaba. Susana, a pesar de su corta edad, estaba pasando por un momento muy difícil, pero trataba de mantenerse fuerte.
Una noche, mientras revisaba su tarea, de repente me dijo en voz baja: “Papá, mamá vino a la escuela.” Me quedé inmóvil. “Susana, ¿qué quieres decir?” – le pregunté tratando de mantener la calma. “Se sentó a mi lado durante la clase de matemáticas. Sonreía y me dijo que todo iba a estar bien.”
No sabía qué responder. A veces, los niños ven cosas que los adultos no pueden percibir. Tal vez era solo su imaginación, provocada por la nostalgia y el deseo de volver a ver a su mamá. La abracé y le dije que quizá había sido un sueño.
Pero la historia se repitió. Unos días después, Susana me contó que su mamá la había ayudado en un examen. “¡Me sugirió la respuesta correcta, papá! ¿Y sabes qué? La profesora dijo que era el único ejercicio que nadie más en la clase pudo resolver, excepto yo.”
Empecé a preocuparme. Decidí hablar con la profesora para saber cómo se comportaba Susana en la escuela y si los maestros habían notado algo extraño. Pero la profesora solo elogió a mi hija por su dedicación y observó que sus resultados en algunas materias realmente habían mejorado.
Una noche, mientras ordenaba cosas en un viejo armario, encontré el diario de mi esposa. A menudo escribía en él sus pensamientos, planes e ideas. No estaba preparado para abrirlo, pero algo me impulsó a hacerlo. En una de las últimas páginas, leí: “Si alguna vez llego a faltar, siempre estaré al lado de Susana. Debe saber que estoy orgullosa de ella y que siempre la apoyaré.”
Esas palabras me conmovieron profundamente. Empecé a preguntarme si Susana realmente sentía la presencia de su mamá. ¿Podría ser la manera de mi esposa de ayudarnos a superar la pérdida? Quería entenderlo, pero no sabía cómo.
Una noche, cuando Susana ya estaba dormida, me senté en la cocina con una taza de té y comencé a reflexionar. De repente, escuché un suave ruido. Una de las cortinas se movió ligeramente, aunque las ventanas estaban cerradas. Me invadió una sensación extraña: no era miedo, sino más bien calidez y tranquilidad. Empecé a creer que mi esposa realmente estaba allí.
Pero lo que finalmente me convenció fue un evento particular. En la feria escolar, donde los niños vendían sus trabajos, Susana hizo una hermosa tarjeta que decía: “Para papá de mamá.” “Susana, ¿qué es esto?” – le pregunté tratando de entender. Ella sonrió tímidamente y respondió: “Mamá dijo que estabas triste y me pidió que te hiciera un regalo.” Sentí que las lágrimas llenaban mis ojos.
Más tarde, al llegar a casa, encontré la misma tarjeta en mi escritorio. Junto a ella, había una pequeña nota que decía: “Siempre estaré con ustedes. Los amo a ambos.”
Quedé impactado. La caligrafía en la nota era exactamente la misma que la de mi esposa. Conservaba sus cartas antiguas y conocía cada detalle de su escritura. No podía ser una broma ni una coincidencia.
Desde entonces, comencé a prestar más atención a las palabras de Susana. Ya no hablaba de las visitas de su mamá, pero su sonrisa y su confianza en sí misma se hicieron más evidentes. Comprendí que tal vez nuestro amor es realmente más fuerte de lo que podemos imaginar y nos une incluso más allá de fronteras invisibles.
¿Casualidad o algo más? No lo sé. Pero entendí algo con certeza: incluso si perdemos a nuestros seres queridos, su amor y cuidado permanecen con nosotros para siempre.