Mi hermano, Javier Martínez, me llamó el otro día y me suplicó que le entregara mi parte de la casa de campo que heredamos. Argumentó que, durante los últimos tres años, había velado por nuestro padre, Don José, cuando ya no podía valerse por sí mismo.
Yo, Antonio García, recuerdo que, tan pronto como inicié mis estudios en la Universidad de Valladolid, abandoné la casa familiar de la sierra. Tras licenciarme, me quedé en la ciudad, conseguí un buen puesto en una empresa de ingeniería y contraje matrimonio con mi mujer, Elena. Poco después nació nuestro hijo, Luis.
Javier también se casó, con Isabel, pero siguió viviendo bajo el mismo techo de nuestros padres. No tengo nada que reprocharle; es un hombre honorable y su esposa es una mujer admirable. Compartieron muchos años con Don José y Doña Carmen en la finca de Segovia, hasta que ellos mismos fueron padres de Sofía y Pedro. Aunque ya éramos independientes y podíamos visitar la granja cuando queríamos, mi suegro, Don Manuel, nos regaló un coche como muestra de aprecio.
En los veranos hacíamos escapadas a la costa y ayudábamos a nuestros padres con el mantenimiento de la casa y el huerto. María, la vecina del pueblo, siempre estaba al lado de mi madre; todo el mundo quería echarle una mano. Hace tres años falleció Doña Carmen y, desde entonces, me vi imposibilitado de ayudarles como antes. Además, la crisis económica que azotó a Europa me obligó a aceptar trabajos extra para no perder el piso que habíamos alquilado por 850 al mes.
No nos quedaba tiempo para ir a la ciudad con frecuencia. Hace un mes murió Don José. Organizamos el funeral entre los tres y dividimos los gastos de la sepultura por igual, cada uno aportando 1500.
Ahora, con la llamada de Javier, me quedo perplejo. Su único argumento es que se encargó de nuestro padre durante tres años. Le resulta imposible comprender que Don José recibía una pensión mensual de 1200, suficiente para cubrir sus necesidades y, de paso, ayudar a sus nietos. ¿Cómo podría necesitar tanto dinero un hombre de su edad, sobre todo en una granja?
Javier se marchó satisfecho, convencido de que había hecho lo correcto, mientras yo sigo sin entender a qué se refiere con cuidar. Mis padres nunca dijeron que la casa quedaría solo para él. No quiero romper los lazos familiares, pero tampoco entiendo por qué debería renunciar a una parte que me corresponde. Tengo un préstamo pendiente de 30000 que debo amortizar y, además, Luis podría heredar algo de sus abuelos.
En este momento no sé qué hacer. No le he dado una respuesta clara a Javier; sólo le dije que debía consultar primero a Elena. ¿Cómo podremos manejar esta situación sin que se quiebre el vínculo familiar?







