Mi futuro esposo es de un lugar lejano. Antaño, lo enviaron aquí por un deber urgente.

Mira, te cuento esta historia que parece de película pero es real. Mi marido, que ahora ya es ex, venía de un pueblo de Andalucía. Hace años lo mandaron aquí a hacer la mili, y después de terminarla, se quedó en Madrid en vez de volver a su tierra. Allí tenía a su madre, dos hermanos y una hermana, todos mayores que él, pero no quiso regresar.

Nos conocimos hace siete años. Yo soy hija única y tardía, y mi madre ya mayor. No podía dejarla sola, y él lo entendió y se vino a vivir con nosotras. Eso sí, mi madre no quiso ponerlo en el padrón, así que siempre tuvo la residencia en su pueblo.

Además de mi madre, tengo una hija de mi primer matrimonio, Lucía, que ahora tiene nueve años. Al año de vivir juntos, nos casamos por lo civil, sin fiesta ni nada. Él estaba enfermo y no trabajaba, así que no había dinero para más.

Mientras estaba en casa, se puso a reformar el piso de mi madre. Entre mi sueldo y la pensión de mi madre, le dábamos dinero para materiales, y él lo hacía todo: cambió el papel pintado, las puertas interiores, los azulejos de la cocina y el baño… hasta pusimos techo de escayola, aunque eso lo hicieron profesionales.

Mi madre y él se llevaban bien, nunca discutían. Yo trabajaba mucho, turnos de dos días sí y dos no, pero casi siempre hacía horas extra para mantener a la familia.

También tengo ingresos por la pensión de alimentos, pero ese dinero es solo para Lucía: ropa, colegio, actividades… y aparto otra parte para su futuro. Su padre no es tacaño, así que para cuando sea mayor tendrá un colchón.

Antonio casi no interactuaba con Lucía, y yo tampoco le pedí que lo hiciera. Para ella ya está su padre, que pasa tiempo con ella.

Pasó el tiempo y no tuvimos hijos juntos porque yo no quise.

Pero el mes pasado vino el lío. Una noche, Antonio (que llevaba medio año trabajando) se arregló para salir. Le pregunté adónde iba, y me soltó:

—Viene mi hermana con mi sobrino, voy a recogerlos.

Pensé que se quedarían en un hotel o en casa de algún conocido. Jamás imaginé que los traería a nuestro piso. Pero así fue.

Entraron detrás de él: una rubia de unos 40 años y un chaval de 18 o 19.

—Soy María, y este es David, mi hijo —dijo ella.

Antonio, como si nada, los hizo pasar y salió a por las maletas.

Les ofrecí café y me llevé a Antonio aparte.

—A María la dejó su marido y no tiene donde vivir. Les he dicho que se queden aquí —me soltó sin más.

—¿Y por qué no me lo preguntaste? ¡Este piso es de mi madre! Además, ¿dónde van a dormir?

Para él, la solución era fácil: mi madre tiene un piso de tres habitaciones. Una para ella, otra para nosotros y otra para Lucía. Pues que nosotras nos fuéramos con mi madre, David se quedaría en el cuarto de Lucía, y María dormiría con él.

Discutimos mucho. ¿Por qué no podían quedarse juntos en la habitación de Lucía? Pero él no cedió.

Mi madre tampoco les dio la bienvenida. Les dijo claramente que solo podían estar dos días. Además, le recriminó a Antonio:

—¿Ni siquiera me vas a preguntar? ¿Ya no cuento aquí?

Él se puso furioso:

—¡Pero si he convertido vuestra pocilga en un palacio! ¡Si seguís así, voy a ir a juicio para que me den mi parte del piso!

Mi madre se puso mala, hasta le subió la tensión. Yo seguí discutiendo, pero él amenazó con destrozar todo el piso: arrancar los azulejos y el papel pintado.

Esa noche, mi madre, Lucía y yo dormimos juntas. David se quedó en el cuarto de mi hija, y Antonio, como quería, con su «hermana».

Al día siguiente, mientras él dormía, busqué a su hermana de verdad en las redes. Resultó que la auténtica María es morena, tiene 35 años y un hijo de 14. Y en su perfil ponía cosas como «Feliz con mi marido» y fotos en familia. Entonces… ¿quién era esa mujer que había traído? La respuesta era obvia: su amante.

Me enfurecí, pero mantuve la calma. Mandé a Lucía al colegio y le dije que luego fuera a casa de una amiga. Después, mi madre y yo fuimos al abogado. Nos tranquilizó: reformar un piso no da derechos sobre la propiedad.

Luego fuimos a comisaría, pero nos dijeron que no podían hacer nada hasta que pasara algo.

Mientras tanto, presenté la demanda de divorcio y llamé a unos amigos para que nos ayudaran a echar a Antonio.

Por la tarde, al llegar a casa, descubrí que «David» tenía 17 años, no estudiaba ni trabajaba. Le hice preguntas incómodas a «María» y disfruté viéndola sudar.

Esa noche, mis amigos los echaron a todos. A Antonio, a su «hermana» (que en realidad se llamaba Rocío) y al chico, pero a este con más cuidado.

Al final, Antonio admitió que era su amante. Su marido los pilló y la echó de casa, y a mi burro de esposo no se le ocurrió otra cosa que traérsela a nuestro piso. Hasta me pidió perdón, diciendo que «todos los hombres son así» y que «no se puede comer lentejas todos los días».

Bueno, yo estoy bien. Te lo cuento porque quiero que sepas que, por muy mala que sea tu situación, hay salida. Si a mí me pasó esto y lo superé, tú también puedes con lo tuyo. Ánimo.

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MagistrUm
Mi futuro esposo es de un lugar lejano. Antaño, lo enviaron aquí por un deber urgente.