Mi esposo vive con su madre ‘enferma’ desde hace seis meses y no piensa volver a casa: me acusa de no querer comprenderlo

**Mi diario:**

Mi marido lleva seis meses viviendo con su madre “enferma” y no tiene la menor intención de volver a casa. Me acusa de no comprenderle.

Desde hace medio año, mi esposo reside en casa de su madre. Ella siempre finge encontrarse mal. Antes, solía quedarse con ella tres semanas, pero ahora ya es demasiado. Encima, me echa en cara que no quiera entenderlo ni ayudarle.

¿Cómo puedo ayudar a mi suegra, que finge estar enferma solo para destruir nuestro matrimonio? Atrapa a su hijo de la forma más sencilla: simulando una fragilidad que no existe. Ya viví con esa mujer una vez. Gracias, pero no cometeré el mismo error otra vez.

Cuando Antonio y yo anunciamos nuestra boda, su madre lo tomó muy mal. Ni siquiera disimuló que le parecía una mala idea. No quería discutir abiertamente, porque ansiaba que su hijo la viera como una madre ejemplar, pero no perdía ocasión de provocarme o de echarme algo en cara.

Yo no caía en sus trampas, además de que apenas teníamos contacto. Tenía mi propio piso, donde vivíamos juntos. A su madre, por cierto, tampoco le hacía gracia. Es difícil controlar la vida de un hijo que ya no está bajo tu mando, igual que es inútil exigirle a una nuera que se gane tu aprobación a toda costa.

Pero mi suegra encontró otra estrategia. No es la primera que lo hace, por supuesto. Consiste en aparentar una enfermedad grave que requiera cuidados constantes.

Antonio, que nunca antes había sufrido este tipo de manipulación por parte de su madre, se volvió excesivamente protector. La “pobrecita anciana” tenía tantos síntomas que daría para un estudio médico completo. Las clínicas se pelearían por un “caso” así.

Sufría de hipertensión e hipotensión, dolores en el pecho, la espalda baja, crujidos en las rodillas y hasta desmayos. Debo admitir que tardé en darme cuenta de que todo era un teatro. Al principio pensé que era estrés: su hijo querido se había ido a vivir con otra mujer, así que era normal que su cuerpo reaccionara así.

La primera vez que mi suegra “enfermó” de gravedad, Antonio se quedó una semana en su casa. Yo, pensando que era algo serio, también fui a ayudarle. El primer día, su actuación fue impecable. Pero a los dos días noté que todos sus males desaparecían en cuanto Antonio salía. Recuperaba el ánimo al instante. Sin embargo, en cuanto él cruzaba la puerta, volvía a gemir de dolor.

Compartí mis observaciones con mi marido, pero no me creyó. No me sorprende: ella interpreta su papel a la perfección. Pero yo no me tragué el cuento. Hice las maletas y me fui a casa. Antonio regresó días después, diciendo que su madre ya estaba mejor. Claramente, mi suegra no pudo ocultar su alegría cuando me marché. Pero unas semanas después, volvió a fingir otra crisis.

Me exasperaba que, cada vez que ella “empeoraba”, Antonio se mudaba con ella indefinidamente. Solo mejoraba cuando yo insistía en llamar a un médico. Nadie puede enfermar tan a menudo sin razón. En cuanto mi suegra intuía que un doctor podía descubrir su engaño, se recuperaba milagrosamente. Y Antonio, una vez seguro de que su madre estaba “fuera de peligro”, volvía conmigo.

Llevamos seis meses así. Al principio hubo una razón legítima: una operación de rodilla. Hace dos años se cayó y el médico le recomendó cirugía para evitar complicaciones.

Mi suegra pasó por el quirófano y le ordenaron reposo una semana. Antonio se quedó con ella, como cualquier hijo amoroso haría. Yo no me opuse, pues era ayuda genuina.

Pero ni en una semana ni en un mes volvió a casa. Su madre empezó a decir que no se recuperaba bien. Podía caminar, pero le contaba a su hijo que se había caído al andar y que apenas podía levantarse mientras él trabajaba.

Seis meses después, mi marido sigue viviendo con ella y creyéndose sus mentiras. Aunque ningún médico ha encontrado nada y todos aseguran que está bien —puede caminar sin muletas, aunque no correr—, Antonio prefiere creer a su madre. “¿Qué sabrán esos médicos?”, dice.

Le puse un ultimátum: o vuelve a casa definitivamente o recojo sus cosas y presento el divorcio. Ahora él me acusa de no amarle ni entenderle. “No estoy con una amante, estoy ayudando a mi madre”, dice.

Todas mis amigas me preguntan qué espero para dejarlo, que es obvio lo que pasa. Supongo que, al fin, hasta yo lo he entendido, aunque hasta el último momento quise creer que la razón de mi esposo terminaría venciendo.

**Lección:** Hay amores que ahogan, y no siempre son los de una pareja. A veces, el apego más dañino es el que viene disfrazado de deber familiar.

Rate article
MagistrUm
Mi esposo vive con su madre ‘enferma’ desde hace seis meses y no piensa volver a casa: me acusa de no querer comprenderlo