Mi casa, mis reglas

¡Gloria María, otra vez te has comido mis tortitas de queso! Alba está plantada en mitad de la cocina con el paquete vacío en la mano.

Pensé que eran para compartir intento justificarme.

¿Compartir? ¡Las compré específicamente para Lucía! ¡Tiene alergia a todo lo demás!

Javier sale de la habitación, despeinado después de su turno de noche.

Mamá, ¿cuántas veces? ¡Quedamos en que era el estante de la izquierda!

El estante de la izquierda. En mi propia nevera ahora hay “sus” estantes y “nuestros”. Hace año y medio que se mudaron “temporalmente”. Hasta que encontraran piso. Lo temporal se convirtió en una pesadilla permanente.

Abuela Gloria, ¿dónde está mi mochila? Mateo corretea por el piso.

Abuelo, ¿has visto mi muñeca? Lucía tira de la manga de mi marido.

Víctor se esconde detrás del periódico en el balcón. El único rincón donde puede refugiarse en su propia casa.

¡Basta! grita Alba de repente. ¡No aguanto más! ¡Javier, o nos mudamos o me voy con los niños a casa de mi madre!

¿Mudarnos? replica mi hijo. ¿Alquilar por mil quinientos euros al mes? ¡Tenemos el préstamo del coche!

¡Pues vende el coche!

¿Estás loca? ¿Y cómo voy a trabajar?

Los niños empiezan a llorar. Intento calmarlos, pero Alba arranca a Lucía de mis brazos.

¡No hace falta! ¡Nos las arreglaremos solos!

Me voy a mi habitación. Oigo cómo golpea la puerta de entrada: Javier se ha ido. Luego, llantos de niños, gritos de Alba.

En mi piso. En mi casa, donde Víctor y yo hemos vivido treinta años.

Por la noche, todos fingen que no ha pasado nada. Cenamos en silencio. Los niños revuelven el plato con el tenedor. Alba evita mirar a Javier.

Papá, pásame la sal pide mi hijo.

Víctor la pasa sin decir nada. Últimamente apenas habla. Cansado de los gritos ajenos en su propia casa.

Después de cenar, Javier se queda en la cocina.

Mamá, perdona por lo de esta mañana. Es que Alba está muy estresada.

Lo entiendo.

¡No, no lo entiendes! estalla de repente. ¡No sabes lo que es vivir con tus padres a los treinta y cinco! ¡Sentirse un fracasado!

Hijo

¡No! Sé que para vosotros también es duro. ¡Pero no tenemos adónde ir!

Me callo. ¿Qué puedo decir?

Por la noche, no puedo dormir. Oigo a Víctor moverse al otro lado de la pared. En el salón, que cedimos a los jóvenes, llora Lucía. Alba la mece.

Por la mañana, me despierta un estruendo. Mateo ha tirado un plato en la cocina.

No pasa nada digo mientras barro los trozos.

Mamá se enfadará susurra mi nieto.

No se lo diremos.

Me abraza. Pequeño, cálido, mío. Por ellos aguanto todo. ¿Pero hasta cuándo?

Una semana después, Javier vuelve del trabajo raro. Pensativo, pero no enfadado.

Mamá, papá, tenemos que hablar.

Nos sentamos los tres en la cocina. Alba está acostando a los niños.

He decidido pedir un préstamo para comprar una casa.

¿Qué? El corazón se me encoge. ¿Qué préstamo? ¡Hijo, es mucho dinero!

No hay otra manera. Nos estamos volviendo locos.

¡Son veinte años de pagos! Víctor habla por primera vez en mucho tiempo.

Los pagaré. He encontrado una opción en la calle de al lado. Pequeña, pero nuestra.

¿En la calle de al lado? pregunto.

Sí. Para que podáis ver a los nietos. Y nosotros por si necesitáis ayuda.

Miro a mi hijo. ¿Cuándo creció? ¿Cuándo pasó de ser el niño que no encontraba los calcetines a este hombre?

¿Alba lo sabe?

Aún no. Quería hablar primero con vosotros.

Víctor se levanta y le da una palmada en el hombro.

Has tomado la decisión correcta. Un hombre debe tener su casa.

Javier exhala. Seguro que temía nuestra reacción.

Por la noche, habla con Alba. La oigo llorar, no sé si de alegría o de miedo.

El papeleo, las búsquedas, los nervios todo es un borrón. Alba oscila entre la emoción y el pánico.

Gloria María, ¿y si no podemos? ¿Y si despiden a Javier?

Podréis. Sois jóvenes, fuertes.

¡Pero son veinte años!

Pero será vuestro.

El día de la mudanza. Los mozos suben y bajan muebles. Los niños corretean entre las casas la suya está en la calle de al lado, a cinco minutos andando.

¡Abuela, tengo mi propia habitación! Lucía me arrastra para enseñármela.

Una habitación pequeña bajo el tejado. Pero suya.

¡Qué chula! Cuando la arregléis, será un palacio.

Por la noche, celebramos la casa nueva. Está pequeño, pero el ambiente es diferente. Alba ríe, Javier bromea. Los niños muestran su reino.

Mamá, perdónanos dice mi hijo de repente. Por este año y medio.

¡Qué tontería! ¡Somos familia!

Exacto. Pero la familia debe vivir separada.

Víctor levanta su copa.

¡Por la casa nueva! ¡Y por visitarnos como invitados!

Alba me abraza.

Gracias por aguantarnos.

¡Anda ya!

Pero tiene razón. Agu

Rate article
MagistrUm
Mi casa, mis reglas