¡Gloria María, otra vez te has comido mis croquetas! Lucía está plantada en medio de la cocina, con el paquete vacío en la mano.
Pensé que eran para compartir intento justificarme.
¿Compartir? ¡Las compré específicamente para Carla! ¡Tiene alergias!
Alejandro sale de la habitación, despeinado después de su turno de noche.
Mamá, ¿cuántas veces? ¡Quedamos en que la balda izquierda es nuestra!
La balda izquierda. En mi propia nevera ahora hay “sus” baldas y “nuestras”. Hace año y medio que vinieron “temporalmente”, hasta que encontraran piso. Lo temporal se convirtió en una pesadilla permanente.
Abuela Gloria, ¿dónde está mi mochila? Martín corretea por el piso.
Abuelo, ¿has visto mi muñeca? Carla tira de la manga de mi marido.
Víctor se esconde tras el periódico en el balcón. El único refugio que le queda en su propia casa.
¡Basta! grita de pronto Lucía. ¡No aguanto más! ¡Alejandro, o nos mudamos o me voy con los niños a casa de mi madre!
¿Mudarnos? replica él. ¿Con lo que cuesta el alquiler? ¡Tenemos un crédito del coche!
¡Pues vende el coche!
¿Estás loca? ¿Y cómo voy a trabajar?
Los niños empiezan a llorar. Intento calmarlos, pero Lucía me quita a Carla de los brazos.
¡No hace falta! ¡Nos las arreglamos solos!
Me encierro en mi habitación. Oigo el portazo de la puerta: Alejandro se ha ido. Luego, llantos, gritos de Lucía.
En mi piso. En mi casa, donde Víctor y yo llevamos treinta años viviendo.
Por la noche, todos fingen que no ha pasado nada. Cenamos en silencio. Los niños revuelven el plato con el tenedor. Lucía evita mirar a Alejandro.
Papá, pásame la sal dice mi hijo.
Víctor la alcanza sin hablar. Últimamente apenas habla. Cansado de peleas ajenas en su propia casa.
Después de cenar, Alejandro se queda en la cocina.
Mamá, perdona lo de esta mañana. Es que Lucía está nerviosa.
Lo entiendo.
¡No, no lo entiendes! estalla de repente. ¡No sabes lo que es vivir con tus padres a los treinta y cinco! ¡Sentirse un fracasado!
Hijo
¡No! Sé que para vosotros también es duro. ¡Pero no tenemos adónde ir!
Me callo. ¿Qué puedo decir?
Por la noche no duermo. Oigo a Víctor moverse al otro lado de la pared. En el salón, que cedimos a los jóvenes, llora Carla. Lucía la arrulla.
Por la mañana, un estruendo me despierta. Martín ha tirado un plato en la cocina.
No pasa nada digo mientras barro los trozos.
Mamá se va a enfadar susurra mi nieto.
No se lo diremos.
Me abraza. Pequeño, cálido, parte de mí. Por ellos aguanto todo. ¿Pero hasta cuándo?
Una semana después, Alejandro vuelve del trabajo raro. Pensativo, pero no enfadado.
Mamá, papá, necesitamos hablar.
Nos sentamos los tres en la cocina. Lucía acuesta a los niños.
He decidido pedir un crédito para comprar una casa.
¿Qué? El corazón se me encoge. ¿Un crédito? ¡Hijo, es muchísimo dinero!
No hay otra opción. Nos estamos volviendo locos.
¡Pero serán veinte años de pagos! Víctor habla por primera vez en mucho tiempo.
Los pagaré. He encontrado una opción cerca. Pequeña, pero nuestra.
¿Cerca? pregunto.
Sí. Para que podáis ver a los niños. Y nosotros por si necesitáis ayuda.
Miro a mi hijo. ¿Cuándo creció? ¿Cuándo pasó de ser el niño que no encontraba los calcetines a este hombre?
¿Lucía lo sabe?
Aún no. Quería hablar primero con vosotros.
Víctor se levanta y le da una palmada en el hombro.
Has tomado la decisión correcta. Un hombre debe tener su casa.
Alejandro exhala. Debía de tener miedo de nuestra reacción.
Por la noche habla con Lucía. La oigo llorar, no sé si de alegría o de miedo.
Los trámites del crédito, la búsqueda, todo pasa como en un sueño. Lucía oscila entre la emoción y el pánico.
Gloria María, ¿y si no podemos? ¿Y si despiden a Alejandro?
Podréis. Sois jóvenes, fuertes.
¡Pero son veinte años!
Pero será vuestro.
El día de la mudanza. Los de la furgoneta suben y bajan muebles. Los niños van y vienen entre las casas: la suya está a cinco minutos.
¡Abuela, ya tengo mi propio cuarto! Carla me lleva a verlo.
Una habitación pequeña bajo el tejado. Pero suya.
¡Precioso! Cuando lo arregléis, será un palacio.
Por la noche celebramos la casa nueva. Es pequeño, pero el ambiente es distinto. Lucía ríe, Alejandro bromea. Los niños enseñan orgullosos su territorio.
Mamá, perdónanos dice de pronto mi hijo. Por este año y medio.
¡Qué tontería! ¡Somos familia!
Exacto. Pero la familia debe vivir separada.
Víctor levanta su copa.
¡Por la casa nueva! ¡Y por visitarnos sin vivir encima!
Lucía me abraza.
Gracias por aguantarnos.
¡Bah, no es para tanto!
Pero tiene razón. Aguantamos. Y llegamos al final.
La primera noche en el piso vacío. Silencio. Demasiado silencio.
Víctor, ¿lo oyes?
¿El qué?
¡El silencio!
Se ríe.
¡Por fin!
Por la mañana, nadie hace ruido en la cocina. Puedo tomar el café tranquila, ver las noticias.
Suena el timbre.
Abuela, ¿puedo entrar? Martín con su mochila.
¡Claro! ¿Lo sabe tu madre?
Dice que venga a hacer los deberes aquí, que está más tranquilo.
Ahí está. Ahora vienen de visita, no viven encima.
Nos sentamos a la mesa. Le ayudo con mates. Al rato llega Carla.
¡Abuela, mamá hace tortitas! ¡Que vengáis!
Vamos. Lucía sonríe frente a los fogones.
¡Quería celebrarlo! ¡Las primeras tortitas en casa nueva!
Comemos todos juntos en su mesa pequeña. Apretados, pero felices. Sabiendo que luego cada uno volverá a su hogar.
Gloria María, ¿podrían quedarse los niños el fin de semana? pide Lucía. Queremos ir a la ciudad a ver papel pintado.
¡Por supuesto! ¡Encantados!
Y es verdad. Porque ahora no es una obligación, sino un placer.
Pasa un mes. Alejandro viene después del trabajo.
Mamá, ¿me dejas la escalera? Voy a colgar unas cortinas.
¡Tómala! ¡Está en el trastero!
Víctor va a ayudarle. Vuelve contento.
¡Van bien! ¡Poco a poco!
Lucía trae un pastel.
¡He usado tu receta! ¡Prueba!
Está rico. Se lo digo. Ella sonríe.
¿Sabes? Antes no me gustaba cocinar. ¡Pero ahora es mi cocina, mis normas!
Ahí está. La palabra clave: “mio”.
Por la noche llama una amiga.
Glor