Mi amiga y comadre finalmente dejó a su esposo y no puedo estar más feliz por ella.

Mi amiga Lucía, que también es mi comadre, por fin dejó a su marido Javier, y no puedo estar más contenta por ella. Este Javier era todo un regalito: no ganaba ni un duro, pasaba el día dando la tabarra y persiguiendo faldas. Hace un par de días, me llamó Luchi (así la llamo de cariño) radiante de felicidad para contarme que se iba a los Pirineos con un nuevo ligue, Adrián. Casi escupo el café al escucharla. ¡Vaya velocidad para recomponer su vida! Pero, la verdad, me alegro un montón por ella —se merece toda la felicidad del mundo después de lo que ha pasado.

Lucía y Javier llevaban casi diez años juntos, y durante todo ese tiempo yo la miraba y pensaba: “Luchi, ¿cuándo vas a mandarlo a paseo?”. Era de esos hombres que creen que su mera presencia en casa ya es un logro. ¿Trabajar? Ni lo nombréis. En cambio, todas las noches se plantaba en el sofá como un rey, exigiendo la cena mientras criticaba la cocina de Lucía. ¡Y luego sus “aventurillas”! Más de una vez ella pilló mensajes sospechosos en su móvil o pintalabios en la camisa. Él lo negaba todo, claro, y encima la culpaba a ella: “¡Tú me has empujado a esto!”. Yo le decía mil veces: “Déjalo, cariño, eres joven, guapa, encontrarás a un tío decente”. Pero ella aguantaba, no sé si por amor o por miedo a quedarse sola.

Hace tres meses, Luchi llegó a su límite. Me contó que descubrió que Javier estaba liado con otra y, para colmo, que había gastado sus ahorros en “juergas”. Fue la gota que colmó el vaso. Empacó sus cosas, lo echó a la calle y le soltó: “Adiós, Javi, búscate otra tonta”. Cuando me enteré, casi me pongo a aplaudir. Javier intentó volver, por supuesto —llegó con flores, llamó prometiendo “cambiar”—, pero Lucía no cedió. “Basta —me dijo—. No quiero vivir con alguien que no me respeta”.

Y ahora, sin darme cuenta, ya me está contando emocionada lo de Adrián. Se conocieron en una cafetería, imagínate. Ella entró a por un café después del trabajo, y él estaba en la mesa de al lado leyendo un libro. Dice que le gustó al instante: culto, bien arreglado, con un humor estupendo. Empezaron a hablar, intercambiaron números y, a las dos semanas, Adrián le propuso ir a los Pirineos —alquilar una casa, esquiar, pasear por el bosque—. “¿Te lo crees? —me decía Luchi—. ¡Lo ha organizado todo él, hasta el coche de alquiler! Javier solo habría puesto pegas diciendo que era caro”.

La escuchaba y no daba crédito. Lucía, que hace nada lloraba en mi cocina, ahora reía, hacía planes y me contaba cómo Adrián le enseñaba a cocinar paella. “No es un ligue cualquiera —me dijo—. Me escucha, le importa lo que pienso”. Entonces lo entendí: no era un rollo vacacional. Luchi se había enamorado de verdad, y Adrián parecía el tipo que podía hacerla feliz.

Claro, los cotilleos no tardaron. Nuestras amigas en común ya murmuran: “¿Tan rápido se ha consolado, sin cumplir ni seis meses?”. Y yo les respondo: “¡Mejor! La vida es una, ¿para qué sufrir por alguien como Javier?”. Algunas opinan que va demasiado rápido con Adrián, pero yo la veo renacida. Antes tenía la mirada apagada; ahora ríe, bromea y hasta se ha teñido el pelo castaño brillante. “Quiero estar guapa para mí y para él”, dice.

Cuando me habló de los Pirineos, no pude evitar preguntarle: “Oye, Luchi, ¿qué sabes de Adrián?”. Ella se rió: “Lo suficiente para irme a la montaña con él. Es informático, trabaja en una empresa buena, y tiene un gato al que adora. Un tío normal, no como Javier”. Aún así, yo sigo con el runrún —nunca se sabe—, pero Luchi está segura: “Si sale mal, ya sé hacer las maletas. No dejaré que nadie me pisotee otra vez”.

Su historia me hizo reflexionar. ¿Cuántas mujeres siguen aguantando a “Javiers” por miedo al cambio? Luchi le dio la vuelta a su vida y casi me dan ganas de sentir envidia de su valentía. No solo dejó a su marido, sino que empezó de cero —y esta vez pinta bien. Pirineos, Adrián, nuevos proyectos… Ya estoy esperando que vuelva para que me cuente cómo han paseado entre montañas y tomado vino caliente frente a la chimenea.

Ayer me mandó una foto: ella con un gorro de colores, las mejillas rosadas, posando ante las cumbres nevadas y, a su lado, un chico simpático que debe de ser Adrián. Debajo ponía: “¡La vida empieza ahora!”. Y sabes qué, le creo. Se merece ese giro de guión. ¿Y Javier? Que siga dándose importancia frente al espejo. Lucía ya orbita en otro planeta, y la verdad, le sienta fenomenal.

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Mi amiga y comadre finalmente dejó a su esposo y no puedo estar más feliz por ella.