Mi amiga, que también es mi comadre, finalmente dejó a su esposo, y no puedo dejar de alegrarme por ella.

Mi amiga Lucía, que también es mi comadre, por fin dejó a su marido Javier, y no puedo estar más contento por ella. Ese Javier era un verdadero “regalo”: no ganaba un duro, pasaba el día dándose importancia y persiguiendo faldas. Hace un par de días, me llama Lucía, radiante de felicidad, y me suelta que se va a los Pirineos de vacaciones con un nuevo pretendiente, Álvaro. Casi me atraganto con el café al oírlo. ¡Vaya ritmo que ha cogido para rehacer su vida! Pero, la verdad, me alegro un montón por ella —se merece toda la felicidad del mundo después de lo que ha pasado.

Lucía y Javier estuvieron juntos casi diez años, y durante todo ese tiempo, cada vez que la veía, pensaba: “Lucía, ¿cuándo vas a mandarlo a paseo?” Era de esos hombres que creen que con su mera presencia en casa ya están contribuyendo. ¿Trabajar? Ni hablar. En cambio, todas las noches se plantaba en el sofá como un rey, exigiendo la cena mientras criticaba la comida de Lucía. ¡Y luego sus “aventuras”! Más de una vez ella lo pilló con mensajes sospechosos en el móvil o con pintalabios en la camisa. Él, claro, lo negaba todo y le echaba la culpa a ella: “¡Tú misma lo has buscado!”. Le dije mil veces: “Déjalo, eres joven, guapa, encontrarás a un tío decente”. Pero ella aguantaba, quizá por amor, o por miedo a quedarse sola.

Hace tres meses, Lucía no pudo más. Me contó que descubrió que Javier había gastado sus ahorros en juergas y que, además, tenía mensajes íntimos con otra. Fue la gota que colmó el vaso. Empacó sus cosas, lo echó de casa y le soltó: “Se acabó, Javi, búscate otra tonta”. Cuando me enteré, casi me pongo a aplaudir. Javier, cómo no, intentó volver —llegó con flores, prometió “cambiar”—, pero Lucía no cedió. “Basta —me dijo—. No quiero vivir con alguien que no me respeta”.

Y ahora, cuando menos me lo esperaba, me llama emocionada para contarme lo de Álvaro. Se conocieron en una cafetería. Lucía fue a tomar algo después del trabajo, y él estaba en la mesa de al lado, leyendo un libro. Dice que le gustó al instante: culto, arreglado, con mucho sentido del humor. Hablaron, intercambiaron números, y a las dos semanas, Álvaro le propuso ir a los Pirineos —alquilar una casita, esquiar, pasear por el bosque—. “¿Te lo imaginas? —me dice Lucía—, ¡lo organizó todo él hasta alquilar un coche! Javier solo habría puesto pegas y quejado del precio”.

Escuchándola, me costaba creerlo. La misma Lucía que hace poco lloraba en mi cocina ahora ríe, hace planes y me cuenta cómo Álvaro le enseña a cocinar paella. “No es solo un ligue —me dice—, me escucha, le importa lo que pienso”. Ahí me di cuenta: esto no es un rollo vacacional. Lucía está enamorada, y Álvaro parece el tipo que puede hacerla feliz.

Claro, los cotilleos no faltaron. Nuestros conocidos murmuran: “Vaya, Lucía no ha tardado ni seis meses en consolarse”. Y yo les respondo: “¡Y menos mal! La vida es una, ¿para qué sufrir por alguien como Javier?” Algunos creen que va demasiado rápido con Álvaro, pero yo la veo distinta. Antes andaba apagada, y ahora ríe, bromea, hasta se ha teñido el pelo castaño claro. Dice: “Quiero estar guapa para mí y para Álvaro”.

Cuando me habló de los Pirineos, no pude evitar preguntar: “Oye, Lucía, ¿y qué sabes de Álvaro?”. Se rio: “¡Lo suficiente para irme con él a la montaña! Es informático, trabaja en una buena empresa y tiene un gato al que adora. Un tío normal, no como Javier”. Aún así, sigo preocupado —nunca se sabe—, pero Lucía está segura: “Si algo sale mal, ya sé cómo hacer las maletas. Nadie me volverá a pisotear”.

Su historia me hizo reflexionar. ¿Cuántas mujeres aguantan a tipos como Javier por miedo al cambio? Lucía dio un golpe de timón. Hasta me da envidia su valentía. No solo dejó a su marido, sino que empezó de cero, y parece que esta vez le irá bien. Los Pirineos, Álvaro, nuevos planes… Ya estoy esperando que vuelva para que me cuente cómo paseaban por la nieve y tomaban ponche junto al fuego.

Ayer me mandó una foto: ella con un gorro colorido, las mejillas sonrosadas, posando ante las montañas nevadas y, a su lado, un chico simpático que debe de ser Álvaro. Debajo, decía: “¡La vida empieza ahora!”. Y, sabes qué, creo que así será. Se merece esa segunda oportunidad. ¿Y Javier? Que siga dándose importancia frente al espejo. Lucía ya está en otra órbita, y desde luego, ahí la veo mucho mejor.

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MagistrUm
Mi amiga, que también es mi comadre, finalmente dejó a su esposo, y no puedo dejar de alegrarme por ella.