Mi amiga no me dio ni un céntimo para mi boda, y ahora me invita a la suya.

Mi amiga Carmen no me dio ni un euro para mi boda, y ahora ella me invita al suyo.

Carmen y Ramón se casaron hace un año. Los padres de ambos organizaron una boda fastuosa. Al ser hijos únicos, ambas familias decidieron que la celebración debía ser de primera categoría. Cuando la pareja propuso, después de la ceremonia, reunir a los amigos para comer pinchos, los progenitores ni lo consideraron, porque sus madres soñaban con una iglesia, un vestido blanco y una carroza tirada por caballos.

Los novios comprendieron que no podían prescindir de un gran banquete, así que, con toda la responsabilidad, empezaron a preparar la boda. Había mucho que hacer: manicura, maquillaje, compra del vestido y del traje, y un sinfín de detalles importantes. Los padres acordaron cubrir todos los gastos, salvo el vestido de la novia y el traje del novio. Reservaron el mejor restaurante de Madrid, el Restaurante El Buen Gusto, eligieron el ramo para la novia y el pastel lo encargó la amiga de la madre del novio, Sofía, una experta repostera.

Los progenitores redactaron con esmero la lista de invitados, queriendo convocar a todos los parientes, aun a los que hacía tiempo no veían. Argumentaban que eran personas con buen nivel económico, capaces de hacer regalos sustanciosos, y que el dinero recibido les serviría para comprar un coche o para el enganche de una vivienda. Tras una acalorada discusión, decidieron no invitar a los familiares más lejanos. Algunos excusándose con pretextos convincentes, se retiraron. Al final, la lista quedó compuesta, como la pareja había planeado, mayormente por sus amigos.

El día de la boda, el tiempo estaba espléndido, a pesar de que los pronósticos anunciaban lluvia por la mañana. Carmen lucía radiante con un vestido de seda adornado con delicada encaje. La prometida de Ramón era simplemente encantadora, y él no podía apartar la vista de ella durante todo el día. La jornada transcurrió entre risas y alegría. El fotógrafo, con una dedicación encomiable, corría a compensar su honorario disparando sin pausa con su cámara de espejo, y los invitados esperaban con impaciencia el momento de ser citados al banquete en el restaurante.

Tras la sesión de fotos, los recién casados subieron a la reluciente carroza de caballos y se dirigieron al restaurante. El champán y los felicites fluyeron como un río. Los regalos llegaron mayormente en sobres con billetes. Los novios habían avisado con antelación que solo querían dinero, aunque algunos invitados jubilados no pudieron contenerse y entregaron mantas, ropa de cama y vajilla.

El pastel de tres niveles sorprendió incluso a los comensales más exigentes con su elegancia y belleza; estaba decorado con lujosos encajes, flores de crema y perlas de azúcar. La boda fue digna de una película. No fue hasta la madrugada cuando los cansados invitados empezaron a regresar a sus hogares, y la pareja se retiró a la habitación del Hotel Gran Vía que habían reservado con antelación.

Al día siguiente, cuando la pareja volvió a casa de los padres, la madre informó a Carmen que uno de los sobres estaba vacío. Añadió que ese sobre había sido entregado como regalo por la amiga cercana de la pareja, Sofía. Identificar al autor del sobre vacío resultó fácil, porque, a diferencia de los demás, no llevaba firma. Tras enterarse, Carmen se sintió fatal.

La situación se agravó porque, antes de la boda, Sofía había asegurado que ya no existía la costumbre de dar menos de mil euros a los novios y había prometido que los ayudaría con dinero.

Casi un año después, Sofía se convirtió en novia y llamó a Carmen y a su marido a su boda. De inmediato le pidió a su amiga que le diera el dinheiro, pues la pareja contaba con que los sobres cubrirían, con algo de margen, los gastos de la celebración. Los dos empezaron a debatir qué hacer. Carmen sugirió que su marido le entregara un sobre vacío, tal como le había ocurrido a ella. El marido propuso que le diera una cantidad mayor, para que se sintiera avergonzada. La madre aconsejó a Carmen que pusiera en el sobre la cantidad mínima, porque así no tendría que revelar a su amiga lo que sabía de la treta y, por tanto, no tendría motivos para vengarse. La boda de su amiga se acerca y Carmen aún no sabe qué decisión tomar.

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MagistrUm
Mi amiga no me dio ni un céntimo para mi boda, y ahora me invita a la suya.