“MI ABUELA NO TENÍA MÓVIL, PERO SABÍA ESCUCHAR COMO NADIE…”
Mi abuela no conocía Instagram, ni sabría qué hacer con un selfie. Pero cuando yo hablaba, sus ojos se quedaban quietos, clavados en los míos, como si el universo entero se redujera a mis palabras.
No usaba filtros, pero su sonrisa iluminaba más que mil pantallas brillando a la vez. No conocía los emoticonos, pero con un simple apretón en mi hombro, sentía que todo iba a salir bien.
Nunca usó Bluetooth, porque sus oídos jamás estaban ocupados con otra cosa que no fuera mi voz. Nunca me envió un “te quiero” por mensaje. En cambio, me lo susurraba cada mañana con una tostada con mantequilla y un silencio cómplice.
Hoy la echo de menos más que a ninguna notificación. Porque este mundo lleno de conexiones nos ha dado mil maneras de hablar, pero se nos olvida el arte de escuchar de verdad.
Esta historia no tendrá likes. Pero es real.