Me volví egoísta y por primera vez en mi vida me sentí feliz.

Me convertí en egoísta, ¡y por primera vez en mi vida me sentí feliz!

**Una vida entregada a la familia**
Me llamo Natalia, tengo 42 años, estoy casada y tengo dos hijos adultos.

Mi historia es la de una mujer que vivió toda su vida para los demás, pero que en un momento dado se dijo: “¡Basta!”.

Me casé a los 19 años, y desde entonces mi vida perteneció a mi familia.

Mientras mis amigas salían de fiesta, disfrutaban de la universidad y vivían su juventud, yo empujaba el carrito del bebé, lavaba, limpiaba y estudiaba de noche para los exámenes, porque cursaba la carrera a distancia.

Mi abuela me advertía:

— No puedes cargar con tanto, te vas a romper.

Pero yo era testaruda y quería demostrar lo contrario.

Y lo logré.

Tuve a mi segundo hijo, conseguí mi título, estudié, trabajé y cuidé de mi marido y mis hijos, olvidándome de mí misma.

Pero no me quejaba.

**Tres hombres en casa, y todo recaía sobre mí**
Amaba a mis hombres, así que lo aguantaba todo.

Ellos dejaban la ropa tirada por toda la casa, los platos sucios en la mesa, olvidaban apagar el gas y no se preguntaban quién limpiaba, quién lavaba o quién se ocupaba de ellos.

Como si fuera mi obligación hacerles la vida cómoda.

Pero los quería.

Así que callaba y seguía cuidándolos.

Hasta que un día me di cuenta de que se habían acostumbrado a mi esfuerzo.

No les importaba si estaba cansada o no; lo único que querían era la cena en la mesa y una camisa limpia en el armario.

No pensaban que yo no era su sirvienta, ni su empleada doméstica, sino una mujer que también quería vivir.

Y un día me cansé.

**Me escapé al teatro**
Era un día normal de invierno.

Volví a casa después del trabajo y, como siempre, la casa estaba patas arriba.

— ¡Basta! — me dije a mí misma. — ¡Se acabó!

Di media vuelta y me fui de casa.

Tomé un autobús, llegué al centro y compré una entrada para el teatro.

Por primera vez en años, hice algo para mí.

De camino a casa, vi decenas de llamadas perdidas de mi marido y mis hijos.

Apagué el teléfono y regresé a casa con una sonrisa.

Cuando llegué, me bombardearon con preguntas:

— ¿Dónde has estado? ¿Por qué no avisaste? ¿Por qué no has preparado la cena?

Les respondí con calma:

— Sois adultos. Os las arreglaréis. Ahora yo también vivo para mí.

**Cambié, y me encantó**
Y cumplí mi palabra.

Desde ese día, dejé de lavar su ropa, cocinar, limpiar y planchar sus camisas.

Que aprendan a hacerlo solos.

Y yo recordé lo que era vivir para mí.

Me compré ropa bonita, en lugar de otra olla o un trapo de cocina.

Me apunté a hacerme la manicura, fui a la peluquería y me inscribí en el gimnasio.

Empecé a quedar con mis amigas, a pasear por la ciudad y a salir al campo.

¿Y sabes qué?

¡Me encantó!

Al principio, mi marido y mis hijos no podían creer que hubiera cambiado.

Pensaban que era un capricho y que pronto volvería a la rutina de siempre.

Pero cuando se quedaron sin ropa limpia y sin comida en la nevera, aprendieron rápidamente a usar la lavadora, la cocina y la plancha.

Y de repente me di cuenta:

¡Qué bueno es ser egoísta!

¡Qué pena que lo entendiera tan tarde!

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Me volví egoísta y por primera vez en mi vida me sentí feliz.