Me fui al extranjero para ganar dinero tras casarme.

Lo que ocurrió fue que me fui al extranjero para ganar algo de dinero después de casarnos con María. Trabajaba mes a mes y todos los ingresos se los entregaba a mi esposa. Después de 10 años decidí volver a casa. María trabajaba en una empresa y solía viajar mucho por motivos laborales. Ahora nuestros hijos son adultos, nosotros tenemos 57 años y tengo mi propio negocio. En una ocasión, por asuntos de trabajo, tuve que salir de la ciudad a una de las empresas, y en la oficina del director vi una foto de mi esposa. Quedé muy sorprendido.

Nos casamos con María justo después de terminar la escuela. Tres años luego nació nuestro primer hijo, después vino otro, y más tarde una hija. Inmediatamente comencé a trabajar y me inscribí en un curso universitario en horarios nocturnos. María no trabajaba, dedicaba todo su tiempo a los niños. Al terminar los estudios decidí irme a Bélgica. El horario de trabajo era mensual, así que nunca nos faltó dinero. Al regresar, fundé una pequeña empresa que hasta hoy nos da buenos beneficios.

Ahora, junto a mi esposa, contamos con 57 años. Durante todo este tiempo, nunca tuve razones para culparla de nada. Jamás pensé que pudiera ser infiel. Los niños han crecido, el hijo y la hija ya trabajan y tienen sus propias familias.

Desde hace diez años, María trabaja para una empresa. Por la naturaleza de su trabajo, solía viajar mucho por motivos de negocios, especialmente en los últimos tres años. En ocasiones, sus viajes se extendían hasta por un mes. Sin embargo, nunca se olvidó de nosotros, llamaba casi a diario y siempre decía lo mucho que nos extrañaba a mí y a los niños.

Una vez tuve que ir a otra ciudad a una empresa para negociar la compra al por mayor de frutas. Para firmar el contrato, fuimos a la oficina del proveedor. Cuál fue mi sorpresa cuando en una de las fotos de su escritorio reconocí a mi esposa, que sonreía dulcemente al lado de Javier, nuestro nuevo proveedor. Los miré y contuve la respiración. Con un esfuerzo increíble reuní mis pensamientos y con un tono indiferente pregunté quién estaba en la foto. Javier explicó que era su esposa, con quien lleva cuatro años casado civilmente, y luego propuso que podríamos firmar el contrato en su casa y, de paso, presentarme a ella. En el camino, alagueaba a su esposa, diciendo lo maravillosa anfitriona que era. La única desventaja era que ella a menudo viajaba por motivos laborales.

Durante el trayecto traté de mantener la calma. Al llegar a la casa del anfitrión, fuimos al comedor, donde con orgullo me presentó a su esposa. Al verme, María se quedó paralizada, inmóvil, sin poder articular palabra. Nos miramos durante largo tiempo, o al menos así me pareció. Me di cuenta de que si no me iba en ese momento, no acabaría bien. Salí de la casa en silencio.

Fui al hotel a recoger mis cosas y rápidamente me dirigí a la estación de tren. Solo en el compartimiento del tren empecé a recuperar la compostura. En mi mente solo había una pregunta: “¿Por qué?” En casa no podía dormir ni comer, no encontraba sosiego. No entendía por qué me había hecho eso. Los días pasaban uno tras otro, y yo aún no lograba calmarme, reflexionando sobre por qué había sucedido todo aquello.

María me llamó, pero no contesté. Una semana después decidí responder. María dijo algo incoherente, intentó explicar, pidió disculpas, e incluso intentó culparme. Se enredaba en sus explicaciones. Al final de la conversación, comenzó a disculparse nuevamente. La escuché hasta el final y apagué el teléfono en silencio. No podía seguir oyendo todo eso. Mi esposa llevaba una doble vida. Todo ese tiempo me había mentido a mí y a nuestros hijos.

Dos semanas después se presentó en nuestra casa. Aún esperaba poder convencerme de que la perdonara. La escuché con calma y luego llamé a los niños. Le pedí que explicara ella misma lo que había sucedido. Insistía en que era mi culpa, porque no le prestaba suficiente atención, y que todavía nos amaba. El hijo menor guardó silencio, el mayor también. A mi hija se le escapaban silenciosas lágrimas por las mejillas. María entendió todo. Supo que nadie quería verla y se fue.

Apareció un año después, cuando su esposo encontró otra mujer y ella no tenía a dónde ir y regresó a nuestra ciudad. Intentó varias veces verme, pero me negué. Los niños tampoco responden a sus llamadas.

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