Me desperté a las cuatro de la madrugada para hacer tortitas a mis nietos, pero lo que me esperaba en la puerta de mi hijo me partió el corazón.
En un pueblecito cerca de Sevilla, donde la niebla mañanera envuelve las calles, a mis 67 años, mi vida gira en torno a lo único que me importa: mis hijos. Me llamo Carmen López, y siempre he vivido por ellos. Pero aquella mañana, que empezó con cariño, terminó con un dolor que aún me ahoga.
**Vivir para los hijos**
Mis hijos, mi hijo Javier y mi hija Lucía, ya son adultos. Tienen sus propias familias y sus preocupaciones, pero para mí siguen siendo mis niños. A mi edad, no me quedo quieta: cocino, limpio, hago la compra… todo para que su vida sea más fácil. Javier vive cerca con su mujer, Ana, y sus dos hijos, mientras que Lucía se mudó a otra ciudad con su marido. Hasta donde puedo, ayudo a mi hijo. Mi razón de vivir es verlos felices.
Aquel día llegué a casa de Javier antes de las siete. Me levanté al alba para preparar sus tortitas favoritas, las que tanto les gustan a mis nietos, Pablo y Sofía. Imaginaba sus risas mientras las comíamos juntos. Las puse en un táper y salí hacia su casa, esperando un momento entrañable. Pero lo que encontré en su puerta lo cambió todo.
**El golpe en la puerta**
Llamé al timbre, pero nadie abrió. Raro, porque Javier sabía que iría. Volví a llamar, luego golpeé la puerta. Silencio. De pronto, Ana apareció en el umbral. Su mirada era fría, con los ojos llenos de irritación. «Carmen, ¿para qué ha venido otra vez? No le hemos pedido que venga», me soltó, sin siquiera saludar.
Me quedé paralizada. En mis manos, el táper con las tortitas aún calientes; en el pecho, un nudo de confusión. «Solo quería hacer algo por los niños», balbuceé, pero Ana me cortó. «Nos molesta. Podemos con todo solos. ¡Deje de meterse en nuestra vida!». Cogió el táper y cerró la puerta de golpe. Me quedé ahí, como si me hubiera caído un rayo, sin poder creer lo que acababa de pasar.
**La traición de la familia**
Volví a casa con lágrimas en los ojos. ¿En qué me había equivocado? ¿Acaso por querer alegrar a mis nietos? ¿Por haber dedicado mi vida a mis hijos? Javier ni siquiera apareció, ni llamó, ni dio explicaciones. Su silencio me dolía más que las palabras de Ana. Recordé cómo lo crié, las noches que pasé a su lado, todo lo que dejé atrás por su felicidad. ¿Y ahora sobro?
Lucía siempre me decía: «Mamá, no te impongas, déjalos vivir». Pero ¿cómo no ayudar? Mis nietos son mi alegría, mi esperanza. Creí que mi apoyo les hacía bien, hasta que las palabras de Ana me envenenaron el alma. Me sentí desplazada, una intrusa en la familia que ayudé a construir.
**Dolor y dudas**
Todo el día reviví aquel momento. ¿Habré sido demasiado entrometida? ¿Tendrá razón Ana? Pero, si era así, ¿por qué Javier no me lo dijo él? Su silencio fue como una puñalada. Intenté llamarlo, pero no contestó. Al anochecer, solo recibí un mensaje frío: «Mamá, lo siento, estábamos ocupados. No te enfades». ¿No me enfade? ¿Cómo no hacerlo cuando pisotean tu cariño?
Ana antes agradecía mi ayuda. Cuidaba a los niños, cocinaba, limpiaba mientras ella trabajaba. ¿Y ahora que crecieron, sobro? ¿O será que le ha dado la vuelta a Javier? Me invadieron los pensamientos y el dolor no me dejó dormir. Toda la noche me pregunté: ¿dónde fallé?
**Mi decisión**
Hoy he decidido que no volveré sin ser invitada. Si mi amor les estorba, no insistiré. Pero cuesta aceptarlo. Mis nietos lo son todo, y la idea de perderlos me mata. Quiero hablar con Javier, pero temo oír la verdad. ¿Y si piensa como Ana? ¿Y si realmente molesto?
A mis 67 años, soñaba con tardes en familia, risas de nietos, agradecimiento. En vez de eso, me encontré una puerta cerrada y palabras heladas. Pero no me rendiré. Seguiré adelante por mí, por Lucía, por quien valore mi amor. Quizá viaje más a ver a mi hija o pruebe cosas nuevas. No sé qué pasará, pero sé una cosa: merezco respeto.
**Un grito al corazón**
Esta historia es mi queja. Les di todo a mis hijos, y ahora me siento de más. Quizá Ana y Javier no entiendan cuánto me hirieron, pero no dejaré que su indiferencia me rompa. Mi amor por ellos seguirá conmigo, aunque me cierren las puertas. Encontraré mi camino, aunque tenga 67 años.