Me desperté a las cuatro de la madrugada para hacer tortitas a mis nietos, pero lo que me esperaba en la puerta de mi hijo me partió el alma.
En un pueblecito cercano a Toledo, donde la niebla mañanera envuelve las calles, mi vida a los 67 años gira en torno a un único propósito: mis hijos. Me llamo Carmen Pérez, y siempre he vivido por ellos. Pero aquella mañana, que comenzó con amor y dedicación, se convirtió en un dolor que aún me oprime el pecho.
**Vivir por ellos**
Mis hijos, mi hijo Javier y mi hija Lucía, ya son adultos. Tienen sus propias familias, sus responsabilidades, pero para mí siguen siendo mis niños. A mis 67 años, no me quedo quieta: cocino, limpio, hago la compra… todo para hacerles la vida más fácil. Javier vive cerca con su mujer Silvia y sus dos hijos, mientras que Lucía se mudó a otra ciudad con su marido. Intento estar cerca de mi hijo, ayudar mientras tenga fuerzas. Mi vida tiene sentido al verles felices.
Ayer, como siempre, llegué a casa de Javier antes de las siete. Me desvelé a las cuatro para preparar tortitas recién hechas, el postre favorito de mis nietos, Diego y Sofía. Imaginaba sus sonrisas, cómo nos sentaríamos juntos a charlar. Coloqué las tortitas en un tupper y salí hacia su casa, ilusionada. Pero lo que me aguardaba en su puerta lo cambió todo.
**El golpe en la entrada**
Llamé al timbre, pero nadie abrió. Raro, Javier sabía que iría. Volví a llamar y después golpeé la puerta. Silencio. De pronto, se abrió la puerta y apareció Silvia, mi nuera. Su mirada era gélida, el gesto tenso. “Carmen, ¿por qué ha venido otra vez? No le hemos pedido que venga”, soltó, sin siquiera saludar.
Me quedé paralizada. En mis manos llevaba el tupper caliente, y en el pecho, una punzada de desconcierto. “Es para los niños, para los nietos”, balbuceé, pero ella me interrumpió: “Nos está molestando. Podemos con todo solos. ¡Deje de entrometerse en nuestra vida!” Cogió el tupper y cerró la puerta de golpe. Me quedé allí, como si me hubieran dado un bofetón, incapaz de creer lo que pasaba.
**La traición de mi sangre**
Volví a casa con lágrimas rodando por mi rostro. ¿En qué me había equivocado? ¿Por querer hacer felices a mis nietos? ¿Por haberles dedicado mi vida? Javier ni siquiera apareció, no llamó, no dio explicaciones. Su silencio dolía más que las palabras de Silvia. Recordé cómo lo crié, las noches en vela junto a su cuna, todo lo que había sacrificado por su bienestar. ¿Y ahora era una estorbo?
Lucía siempre me decía: “Mamá, no te impongas, déjales vivir”. Pero ¿cómo no ayudar? Mis nietos son mi alegría. Creía que mi cariño les hacía bien. Sin embargo, las palabras de Silvia, como veneno, lo envenenaron todo. Me sentí desechada, ajena en la familia que yo misma había formado.
**Dudas y angustia**
Todo el día repasé lo ocurrido. ¿Será que me meto demasiado? ¿Tendrá razón Silvia? Pero… ¿por qué Javier no me lo dijo él? Su silencio era como una puñalada. Intenté llamarle, pero no contestó. Al anochecer, recibí un mensaje frío: “Mamá, perdona, estábamos liados. No te enfades”. ¿Que no me enfade? ¿Cómo no hacerlo cuando pisoteo el amor que les doy?
Recordé cómo Silvia, al principio, agradecía mi ayuda. Cuidaba a los niños, cocinaba, limpiaba mientras ella trabajaba. ¿Y ahora que crecieron, les sobro? ¿O habrá alejado a Javier de mí? Mi mente era un laberinto, y el corazón se me hacía trizas. No dormí, preguntándome: ¿qué hice mal?
**Mi decisión**
Hoy he tomado una decisión: no volveré sin que me llamen. Si mi amor no es bienvenido, no lo impondré. Pero duele aceptarlo. Mis nietos lo son todo para mí, y la idea de perderlos me destroza. Quiero hablar con Javier, pero temo su respuesta. ¿Y si piensa como Silvia? ¿Y si realmente les molesto?
A mis 67 años, soñaba con tardes en familia, con los abrazos de mis nietos. En vez de eso, me encontré una puerta cerrada y palabras cortantes. Pero no me rendiré. Seguiré viviendo por mí, por Lucía, por quienes sí valoran lo que soy. Quizá voy más a visitar a mi hija, o pruebe algo nuevo. No sé qué pasará, pero sé una cosa: merezco respeto.
**Un grito al corazón**
Esta historia es mi rabia ante lo injusto. Les di todo, y ahora me siento de más. Silvia y Javier quizá no entiendan el daño que me hicieron. Pero no dejaré que su indiferencia me rompa. Mi amor por ellos sigue intacto, aunque me cierren las puertas. Encontraré mi camino, incluso a los 67 años.