¿Me das lo que te sobra?”—Pero al cruzar miradas, todo dio un giro inesperado…

**La Generosidad del Corazón**

Era una tranquila tarde de lunes, poco después de las siete, en *El Jardín de Lirios*, uno de los restaurantes más exclusivos de la calle Gran Vía en Barcelona. El aire olía a fideuà aromática, cordero al romero, escalivada y botellas de vino del Priorat. En una mesa apartada, **Carmen** lucía un vestido elegante que brillaba bajo la luz tenue. Llevaba un collar de perlas, un reloj de oro y unos tacones que reflejaban su éxito como empresaria de una cadena de boutiques en toda España. Pero ni sus joyas ni su fortuna podían llenar el vacío en su pecho.

Carmen había construido su imperio desde la nada, impulsada por el desamor. Los hombres la habían abandonado cuando no tenía nada, burlándose de sus sueños. Ahora, con riqueza y prestigio, regresaban, pero solo por interés. Ella los ponía a prueba, fingiendo pobreza, y todos se marchaban. Así seguía, sola y desconfiada.

Esa noche, Carmen apenas tocaba su plato de arroz con huevo y lentejas. El vino seguía intacto. Justo cuando iba a probar un bocado, una voz temblorosa la interrumpió: **«¿Me daría lo que le sobra, señora?»**.

Se giró y vio a un hombre arrodillado junto a su mesa. No tendría más de treinta y cinco años, pero la vida lo había marcado. Llevaba a dos bebés envueltos en un chal contra su pecho, sus caritas pálidas y ojerosas. Vestía unos vaqueros gastados y una camisa raída, temblando de cansancio. Pero en sus ojos no había vergüenza, solo el amor desesperado de un padre.

Los comensales murmuraron, y un guardia se acercó para echarlo. Pero Carmen alzó una mano, deteniéndolo. Al mirar al hombre, algo se quebró dentro de ella. No pedía por él, sino por sus hijos.

Sin palabras, le acercó su plato lleno. **«Tómalo»**, dijo con suavidad.

El hombre, **Javier**, tomó una cuchara de plástico y alimentó a los bebés, **Sofía y Daniel**, con ternura. Sus ojitos brillaban con cada bocado, como si fuera un manjar. Guardó las sobras con cuidado, como un tesoro, y antes de irse, susurró: **«Gracias»**.

Carmen sintió un nudo en la garganta. Sin pensarlo, salió tras él. Lo siguió hasta un taller abandonado, donde Javier se refugiaba en un viejo Renault con los niños. Les cantaba una nana: *«Duérmete, mi niño, que tengo que hacer»*.

Golpeó suavemente la ventanilla. **«Perdona solo quería asegurarme de que estabais bien»**, dijo.

Javier le contó su historia: un negocio que quebró, una esposa que lo abandonó, familiares que le dieron la espalda. **«No pido dinerodijo. Solo un médico para mis hijos y una noche tranquila»**.

Carmen lloró al abrazar a uno de los bebés. **«Puedo ayudaros»**, insistió.

Al día siguiente, dejó en el coche de Javier comida, pañales y una cita pagada con un pediatra. Semanas después, cuando Sofía enfermó y el hospital le negó atención por falta de pago, Javier envió un mensaje a Carmen: **«Ayuda»**.

En minutos, su coche llegó como un rayo. Pagó el tratamiento y, al ver a Javier abrazar a su hija recuperada, Carmen entendió que la verdadera riqueza no está en el oro, sino en el amor que damos sin medida.

**Moraleja:** *El corazón que se abre a la compasión encuentra más alegría que el que atesora solo fortunas.*

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MagistrUm
¿Me das lo que te sobra?”—Pero al cruzar miradas, todo dio un giro inesperado…