Me convertí en prisionera de mis propios nietos

Me he convertido en prisionera de mis propios nietos.
Toda mi vida la dediqué a mis hijas. Cuando mi marido me abandonó siendo jóvenes, cargué sola con el peso de criar a mis dos niñas. Eran mi luz, mi aliento, el motivo de cada amanecer. Para mantenerlas, trabajé en dos empleos, dormí poco y viví corriendo entre colegios, mercados y consultas médicas. Mi madre, mi único sostén, las cuidaba mientras yo trabajaba. Ella les enseñaba lecciones de vida. Yo… apenas recuerdo esos años más que como niebla de cansancio y silencio interior.

Luego enfermaron mis padres. Corría entre hospitales y turnos exhaustos, pero seguí. Ahora, con sesenta y cinco años, por fin jubilada, creí hallar paz. Mis hijas tienen familias: la mayor un hijo, la pequeña dos.

Al nacer los nietos, ofrecí ayuda con alegría. Tras ser madre soltera, entendía su agotamiento. Disfruto su risa fresca que borra arrugas del alma. Pero sin darme cuenta, dejé de ser abuela para convertirme en niñera perpetua. Sin sueldo. Sin descanso.

Mis hijas progresan en sus trabajos, van a spas, viajan con sus maridos. Yo permanezco en casa, cuidando a Lucas, Sofía o Pablo. Ni en Nochevieja, entre las doce uvas y las risas, tengo un rato para mí. Siempre alerta: biberones, pañales, canciones de cuna. Los adoro, pero mis fuerzas flaquean.

No soy ingrata. Quiero ayudar, pero con acuerdo mutuo, no por obligación. ¿Por qué nadie pregunta: «Mamá, ¿quieres cuidarlos este sábado o prefieres ir al Teatro Real?».

Sueño con pasear por El Retiro sin correr tras Pablo, que desata sus cordones. Anhelo ver los Pirineos en primavera, cuando florecen los valles. Miro fotos en el móvil y pregunto: «¿Moriré entre estas paredes llenas de purés y llantos?».

Temo hablar. Dirán: «Tú te ofreciste». Sí, pero no para ser esclava. No quiero que mis nietos crean que las abuelas son muebles con brazos. Que sepan que Carmen también tiene sueños: un café con amigas, un viaje a Granada, leer a Lorca en paz.

No pido mucho. Solo que entiendan que el amor no es ahogarse en deberes. Que merezco tardes sin pañales.

Ojalá alguien lea esto y reconozca a su madre. Antes de dejar al niño «un ratito», pregunte: «¿Abuela, te apetece hoy o necesitas respirar?». Un gesto pequeño, pero que salva almas.

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Me convertí en prisionera de mis propios nietos