Me casé con un chico pobre. Mi familia entera se rió de mí.

Oye, amiga, te cuento un poco de mi vida, que parece una película pero sin tanto drama. Hace siete años, cuando tenía veinticinco, me casé con Antonio Gómez, un chico que no tenía nada de dinero. Mi familia se rió de mí, incluso llegaron a burlarse en la cara, pero yo ya estaba convencida de que lo importante no era el dinero sino la gente que tienes a tu lado.

Sé que muchas chicas tienen su idea de cómo debería ser el marido, se fijan en la cartera y en si parece un príncipe salido de una portada de Vogue España. Yo, por mi parte, tenía mis propias reglas: que no bebiera mucho, porque sé que el alcohol solo trae problemas y no quería que mis hijos vieran a un padre siempre borracho. También quería que fuera trabajador, honesto y sin flojera. Las cosas materiales nunca fueron mi prioridad; no me importaba si tenía coche o piso, yo tampoco vengo de una familia de millonarios, así que no tenía sentido buscar lo que no tenía.

Mi madre y mi hermano nos criaron solos, sin lujos, así que nuestra vida siempre fue sencilla. Antonio y yo llevábamos un año conviviendo antes de casarnos. Tenía seis hermanos y vivía en la casa familiar de sus padres, en un barrio de Madrid, junto a su madre y a su hermano mayor. La boda fue íntima, solo los parientes más cercanos y unos cuantos amigos. Después de la ceremonia, empezamos a vivir juntos y, aunque al principio chocamos por nuestras personalidades distintas, tardamos seis meses en entendernos y acostumbrarnos el uno al otro.

Recuerdo la primera vez que vi sus lágrimas de hombre cuando nació nuestro primer hijo, Joaquín. Con el tiempo, Antonio consiguió un buen sueldo trabajando en el sector tecnológico, y aunque al principio alquilábamos un piso en Lavapiés, ahora somos dueños de una casa en las afueras de la ciudad y nos va bastante bien.

A veces nos cruzamos, pero siempre hablamos de lo que nos molesta y aprendemos a resolver los conflictos. No somos millonarios, pero lo que más vale es la salud y la alegría de la familia. Hoy celebramos el aniversario de aquel día hace siete años y medio que nos unió en matrimonio. Cada día me enamoro más de Antonio; me hace feliz verlo jugar con los niños, que se preocupe por mí y me llame para saber si tengo hambre. Es un regalo.

Te pongo un ejemplo: una amiga, Lucía, se casó con un hombre muy adinerado, y al principio todo iba de cine. Pero después empezó a engañarla, se volvió irresponsable y hasta le pidió dinero a sus padres. Ella quiere divorciarse, pero no desea que sus hijos vivan con él. Yo veo que su vida no es la mía y me alegra haber tomado la decisión correcta. De verdad, deseo a todas las mujeres que encuentren a un hombre que las quiera y que se sientan amadas. No te fijes tanto en el tamaño de la cartera; al final, lo que cuenta es el corazón.

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Me casé con un chico pobre. Mi familia entera se rió de mí.