**Matices de Felicidad**
¡Eh, hola, compadre! dijo Javier al abrir la puerta a Álvaro, su amigo de la infancia que vivía en la ciudad.
¿Qué tal, hombre? lo abrazó Álvaro. Cuánto tiempo sin vernos. Han pasado cuatro meses desde el funeral de mi abuela. Quería venir antes, pero no pude. Ahora que tengo vacaciones, he decidido descansar aquí, en el pueblo.
Buena idea contestó Javier, contento. Podremos ir de pesca al lago del bosque o al río, ¿te acuerdas de cuando éramos niños?
Siempre la apoyaba.
Amigos desde la cuna, corrían por las calles del pueblo, se bañaban en el río, tramaban travesuras y compartieron escuela. Álvaro siempre fue más vivaracho e ingenioso, mientras que Javier lo respaldaba en todo.
¿Estás solo? ¿Dónde está tu mujer? preguntó Álvaro.
Ha ido al supermercado, ya aparecerá. Es una ama de casa de primera, cocina de muerte y me mima como a un rey alardeó Javier de su esposa, Lucía.
Se casaron hacía seis años, pero aún no tenían hijos. Habían acudido al centro de salud del pueblo, pero los médicos decían que todo estaba bien, que solo había que esperar.
Aunque Javier demostraba más su amor: la cuidaba, la ayudaba en todo, no la dejaba cargar peso. Las vecinas hasta le tenían envidia, algunas de buena manera, otras no tanto.
Qué suerte tiene Lucía. Javier la trata como a una reina, no bebe, la adora.
Lucía vivía a su aire, cambiaba de vestidos, se ocupaba de la casa, aunque a veces la invadía la melancolía al ver a los niños de los vecinos. Trabajaba como contable en el ayuntamiento.
Evitaban hablar de hijos, pero Javier a menudo pensaba: *”Cuando nazca un niño, nos uniremos más”*, aunque a veces sentía un frío invisible en su esposa.
Lucía notaba el amor abrumador de su marido, esa atención que a veces la asfixiaba.
Buenas tardes oyó Álvaro una voz suave y se giró.
Era Lucía, con una bolsa negra en la mano, recién llegada del supermercado. Javier se apresuró a quitársela y la llevó a la cocina.
Hola saludó Álvaro, admirando sin querer sus piernas esbeltas y su pelo rubio ondulado. Soy Álvaro, el amigo de la infancia de Javier.
Nunca me habías hablado de él le dijo Lucía a su marido.
Es que vive en la ciudad. Hace unos meses murió su abuela, vivía al otro lado del pueblo, ¿te acuerdas de la abuela Carmen? Tú no eres de aquí, por eso no lo conoces.
Ah, sí, ahora caigo. Así que este es su nieto. Álvaro se fue a la ciudad nada más terminar el instituto.
Exacto confirmó Álvaro con una sonrisa.
Bueno, Lucía, vamos a dar una vuelta mientras tú preparas algo dijo Javier, y salieron.
Era domingo, y el lunes Lucía empezaba sus vacaciones. Septiembre comenzaba a teñir el paisaje de tonos ocres, las hojas amarillas danzaban en el aire y las telarañas flotaban como espectros.
Puso la mesa en el porche del patio. Con ese tiempo, nadie quería estar encerrado. Los hombres volvieron y se sentaron.
Álvaro, ¡qué alegría que hayas venido al pueblo! Por fin pescaremos como antes. Deberías venir más a menudo. Crecimos juntos, cuidamos las vacas con mi abuelo, robamos manzanas de las huertas ajenas y ahora te has vuelto un urbanita.
Venga ya, urbanita Nací aquí, este es mi hogar dio una palmada en el hombro a Javier.
**Recordando viejos tiempos**
Lucía observaba a los dos amigos rememorando su infancia, bromeando y riendo, y se sorprendía de esa amistad tan sincera. Al recordar el pastel en el horno, se levantó y volvió con él, lo cortó en porciones.
¡Qué delicia! Nunca he probado un pastel así exclamó Álvaro. Lucía, eres increíble.
Sí, mi mujer cocina de vicio presumió Javier. Mira cómo me ha engordado Los amigos rieron mientras bebían vino.
Se quedaron hasta tarde, las risas resonaban en la noche. Lucía encendió la luz. Desde su rincón, pensó:
Menos mal que mi Javier no es tan guapo como Álvaro. Demasiado atractivo, demasiado brillante y ocurrente. Seguro que en la ciudad no le faltan mujeres. Por algo no se ha casado todavía. Probablemente salta de una a otra.
Esa noche, Álvaro se despidió y se fue a su casa. A partir de entonces, visitaba a menudo a Javier, aunque este trabajaba. Por las tardes se reunían, y un fin de semana fueron de pesca. El tiempo les sonrió: un septiembre seco, cálido y soleado. Asaron el pescado en una hoguera en el patio, se unieron otros amigos de la infancia, la fiesta fue animada.
En una de esas veladas, Lucía captó la mirada de Álvaro. Era distinta, y lo entendió al instante: le gustaba. Sabía que era atractiva, que podía llamar la atención, pero estaba casada.
Al anochecer, recordó que debía cerrar el cobertizo y se dirigió allí. Al echar el cerrojo, se topó con Álvaro.
¿Qué haces aquí?
¿Y tú? ¿Admirando la luna? preguntó él.
No tengo tiempo para eso, solo venía a cerrar. ¿Te has escapado a fumar?
No, he venido por ti confesó Álvaro. Me gustas Me enamoré de ti al instante, Lucía. ¿No lo notas?
Álvaro, ¿has bebido demasiado? enrojeció, afortunadamente oculto en la oscuridad.
No. Estoy sobrio y serio. Llevo dos semanas pensando en ti
Lucía la voz de su marido la hizo apartarse.
Solo cerraba el cobertizo, que si no las gallinas se escapan contestó.
¿Qué haces tú aquí? preguntó Javier al ver a su amigo.
Nada, le preguntaba a Lucía dónde se rio, y ella señaló hacia la valla.
Lucía fingió ser la esposa ejemplar, pero no podía creer lo que Álvaro le había dicho. Menos mal que estaba oscuro, su marido podría haber sospechado. Esa noche no durmió, se reprochaba:
¿Por qué pienso en él? Seguro que es un donjuán, no deja títere con cabeza en la ciudad, y ni siquiera mi matrimonio lo frena se consoló y al fin se durmió.
Al día siguiente, Álvaro apareció a mediodía, sabiendo que Javier trabajaba. Lucía cocinaba cuando oyó el golpe en la puerta, inconfundible.
Hola sonrió él al entrar. Vine de visita.
Hola, Javier no está.
Lo sé, Lucía sonrió con encanto, entrecerrando los ojos. Te extrañaba tanto que no podía estar sin verte.
Álvaro, pensé que lo de anoche era una broma.
¿Broma? Estoy enamorado, mi vida ya no será igual.
**Susurros al oído y abrazos cálidos**
Lucía estaba confundida. *Enamorado vida* Sin darse cuenta, su resistencia se esfumó. Álvaro le tomó las manos con ternura. Quería ser ella misma. Sí, él también le gustaba, y le halagaba que un hombre así se fijara en ella.
Me vuelves loco susurró en su oído, abrazándola con suavidad.